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Bernardo de Gálvez «tuvo prisa durante toda su vida». Murió con 40 años, pero le dio tiempo a combatir a los apaches, convertirse en una pieza clave para la independencia americana y ejercer como gobernador de la Luisiana y virrey de la Nueva España. También ... fue padre de tres hijos con Felicitas de Saint-Maxent, un matrimonio que generó habladurías por su modernidad. Y, además, escribía, diseñaba artilugios y asistía a eventos culturales. Un héroe ilustrado del que ahora se publica en español una biografía que descubre al hombre más allá de la leyenda. 'Bernardo de Gálvez. Un héroe español en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos' (Alianza Editorial), de Gonzalo M. Quintero Saravia, recorre su vida, desde la cuna hasta después de su muerte, en un libro premiado con el Distinguished Book Award a la mejor biografía publicada en EE UU en 2018.
Son 731 páginas, pero casi la mitad la ocupan apéndices, notas y bibliografía. «Porque no hay nada que no corresponda a una fuente primaria de la época», puntualiza Quintero Saravia. Por eso, el doctor en Historia puede asegurar que no hay ninguna prueba de que el de Macharaviaya pronunciara de forma literal el famoso 'Yo solo' que el Rey hizo incluir en su escudo de armas como conde de Gálvez por el arrojo de haberse lanzado en solitario a la conquista de Pensacola. De hecho, en una carta a los capitanes del Galvezton, el militar les reconocía que sin ellos no lo hubiera conseguido: «Hubieran quedado inútiles mis deseos, si hubiera faltado en los oficiales de mi dicho bergantín el valor, inteligencia y resolución que en estos casos se requiere», escribió.
Sí consta que, años antes, cuando luchaba contra los apaches en el norte de México, dijo cruzando el río Pecos «Yo me iré solo si nadie me acompaña». Pero en la crucial conquista de Pensacola (que cambió el rumbo de la guerra de independencia de EE UU), la situación fue otra. Quintero Saravia cuenta el enfrentamiento que Gálvez mantenía con los comandantes de los buques de La Armada. Ellos se negaban a entrar en la bahía de Pensacola por la poca profundidad de sus aguas, pero Gálvez les desafió adentrándose y tomando como prueba una bala del enemigo. Lo explicaba así en una arenga a los suyos: «Yo hijos míos he ido solo a sacrificarme por no exponer a un solo soldado ni a hombre de mi Ejército, y que vea la Marina no hay tanto peligro como dice». Ese discurso derivaría en el 'Yo solo'.
Pero la plaza no estaba ganada con cruzar la bahía. En el asedio a Pensacola las provisiones escaseaban, tanto que sus hombres recogían las balas de los británicos para reutilizarlas en morteros españoles. El militar iba a hacer un asalto a la desesperada, pero tardó más de lo previsto y perdió el factor sorpresa. Así que retiró a sus tropas. No imaginaba que esa misma mañana, 8 de mayo 1781, todo iba a cambiar: un cañón español alcanzó el depósito de municiones británico e hizo estallar el fuerte. «Desde esa posición, Pensacola estaba rendida», apunta el historiador. Tuvo fortuna, sí, «pero para eso hay que estar donde la suerte te pueda alcanzar».
En lo personal, la biografía dedica muchas líneas a Felicitas Saint-Maxent, su mujer, de quien estaba «profundamente enamorado». La conoció cuando era gobernador de la Luisiana e inmediatamente se casaron, en 1777. La versión oficial cuenta que estaba gravemente enfermo y contrajo matrimonio «en peligro de muerte», una fórmula que le eximía de pedir permiso al Rey. No obstante, justo a los nueve meses nació su primera hija. «Por lo que Felicitas obró el milagro o no estaba tan enfermo como decía».
Feliciana –su nombre castellanizado– le acompañaba a todas partes. Incluso dio a luz a uno de sus hijos en mitad de un campamento militar. Era un matrimonio adelantado a su tiempo. Cuando eran virreyes de Nueva España, las gentes se escandalizaban porque paseaban de la mano. También dio que hablar el palacio que se construyeron en Chapultepec, donde compartían cama en una habitación puerta con puerta con la de los hijos, una rareza entre los aristócratas, que solían dormir separados y lejos de los niños. Cuando enviuda, Feliciana se traslada con sus hijos a España y se hacen famosas sus tertulias literarias con Moratín, Sabatini y Jovellanos. «Pero el mundo cambia con la revolución francesa y los ilustrados terminan encarcelados o desterrados». También ella.
Quintero Saravia desmiente la leyenda negra que señala que Gálvez quiso proclamarse rey de México y que se basa casi exclusivamente en la enorme popularidad que alcanzó durante su mandato. Una gloria que logró con una vida social activa y con un gobierno justo que demostró una especial preocupación por los campesinos e indígenas durante una dura hambruna. Un dato atestigua el respeto de su pueblo: a su muerte le dedicaron veinte composiciones fúnebres en México y en La Habana.
Pero hay más, como sus reflexiones sobre la guerra con los indios apaches («Si el indio no es amigo es porque no nos debe beneficios» y «si venga es por justa satisfacción de sus agravios») o el interés por la aerostación que le llevó a inventar un artilugio para dotar de dirección a los globos aerostáticos. Su vida es, dice el autor, «una novela de aventuras».
Con este libro, Quintero Saravia quería contarle al lector americano que la revuelta imperial en contra de su metrópoli acabó en una «revuelta global». «Y que si no hubiera estado España involucrada, los franceses no hubieran tenido posibilidades», apostilla Quintero Saravia. La recuperación de la figura de Bernardo de Gálvez, con su nombramiento como ciudadano honorífico estadounidense, daba la oportunidad a España de reivindicar su contribución a este episodio de la historia mundial. Y Bernardo lo ha conseguido: el capítulo sobre la aportación francesa en el primer volumen de 'The Cambridge History of the Age of Atlantic Revolutions', que se publicará 2022, se titula ahora 'La participación de Francia y España en la Revolución Norteamericana' y lleva la firma de Quintero Saravia.
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