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Creció en Miraflores de los Ángeles en los años 80 y 90. Hijo de la limpiadora Ángela y del taxista Manuel. El orgullo de sus padres: un chico responsable, buen estudiante, con todo a su favor para ser el primero de la familia con una ... carrera universitaria. Y Medicina era una opción. «Para mi madre eso era lo más, lo que ella hubiera querido y nunca pudo hacer». Pero la danza se cruzó en su camino. Cuando sus padres le vieron moverse sobre el escenario de un gran teatro de Madrid, lo entendieron. No se equivocó: aquel niño de barrio y de familia humilde es hoy primer bailarín del Ballet Nacional de España (BNE).
José Manuel Benítez contesta al teléfono tras una jornada de ensayo y entrenamiento. Faltan un par de días para el estreno en el Teatro Real de 'Afanador', la última propuesta del director Rubén Olmo y «la más contemporánea» que ha hecho nunca el Ballet Nacional (fue este pasado fin de semana). Cuatro años lleva ya como primer bailarín de la compañía de forma oficial con plaza propia, casi 19 han pasado desde que entró como cuerpo de baile. Y pronto cumplirá 43. «El cuerpo duele, sí. Ya no tienes la energía de los 20, pero la edad te da serenidad, sobriedad, tranquilidad. Y eso también es maravilloso», señala.
El bailarín malagueño es una de las figuras destacadas de la nueva campaña del Patronato de Turismo de la Costa del Sol 'Grita mi nombre' –creada por Narita y Dispar para Diputación– y hace justo un año acompañaba a Sergio Bernal en su actuación en el Teatro del Soho CaixaBank. Pero casi todo su tiempo lo ocupa el Ballet Nacional, el buque insignia de la danza española, la meta a la que muchos aspiran y solo unos pocos llegan. Cuenta que de niño nunca pensó en dedicarse a bailar. Se apuntó a baile regional como extraescolar en el colegio de Miraflores de los Ángeles animado por una amiga. Pero no sabía que de esto se podía vivir. «Para mí era una vía de escape, siempre fui muy responsable con los estudios», explica.
Se le daba bien, así que fue subiendo el nivel de exigencia. Primero iba a la escuela de una vecina, luego a una academia y de ahí al Conservatorio Profesional de Danza. Antes de terminarlo, audicionó para un taller de formación flamenca que convocaba la entonces Compañía Andaluza de Danza, hoy Ballet Flamenco de Andalucía. Y la pasó. Con 17 años se mudó a Sevilla para seguir formándose. «Fue una de las mejores experiencias de mi vida. Resultó reveladora: me di cuenta de que, siendo la persona más responsable del mundo, estaba dejando de estudiar, el baile cada vez me ocupaba más tiempo». Ya no había vuelta atrás: dio el salto a la compañía principal de la mano de José Antonio Ruiz y empezó su carrera como profesional.
Dice que para llegar lejos en la danza hay que trabajar mucho «y amar lo que haces, es totalmente vocacional». Pero también entra en juego el factor suerte. «Mucha gente con mucho talento no ha tenido oportunidades porque no estaba en el momento adecuado en el sitio adecuado». Él sí. Su evolución fue paralela a la del coreógrafo madrileño que le abrió las puertas de la danza. Acompañó a José Antonio en su siguiente proyecto cuando dejó el ballet andaluz y poco después le siguió a Madrid cuando fue nombrado director del Ballet Nacional de España.
Tardó un año en poder audicionar como cuerpo de baile para la compañía, un tiempo en el que se ganó la vida como pudo. «Me vine a Madrid sin un duro y me harté de trabajar». Vendía jabones al corte, ponía copas en un pub y bailaba con Paco Mora. Pero también vivió momentos únicos como el rodaje de 'Iberia' con Carlos Saura, su colaboración con el Ballet de la Ópera de Roma y todo un verano zapateando en Granada con Mario Maya. «Estando allí salieron las audiciones para el ballet, y lo conseguí».
Se sabe afortunado, pero que nadie se confunda: «No vivimos como reyes». Ahora sí es indefinido, pero durante más de diez años ha encadenado contratos temporales. «Vives siempre con la incertidumbre. No sabes cuándo vas a poder trabajar o si te vas a lesionar. Es una carrera corta y no está suficientemente remunerada para la duración que tiene», asegura. Aclara que no es un problema del BNE, sino de la valoración que la cultura en general tiene en España. Y dentro de ella, «la danza es esa hermana oveja negra».
Aún le quedan «unos añitos» sobre las tablas, pero sabe que lo suyo tiene fecha de caducidad. «Y es muy difícil retirarte de esto. Tu vida profesional no te da lugar a prepararte en condiciones para el día en que dejes de bailar. No está planteada ni una prejubilación para estas profesiones ni una ayuda de inserción a otro tipo de trabajo». En esa lucha están ahora, intentando que se establezca un proceso de reciclaje dentro del INAEM para quienes se bajan del escenario pero aún están en edad laboral.
Mientras pueda, José Manuel Benítez seguirá zapateando, contorsionando el cuerpo y dejándose la piel en cada espectáculo. Sin fallar a su rutina, como hizo este pasado fin de semana en el estreno del Teatro Real: antes de salir escena, busca a su abuela entre bambalinas y visualiza a su madre –fallecida hace diez años– en algún lugar del patio de butacas. «Ellas me siguen ayudando».
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