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Dicen que Picasso recordaba perfectamente los tres tramos de escalera que tenía la Escuela de Bellas Artes de Málaga. Nunca estudió allí, pero el vínculo ... con ese lugar era inevitable. Uno de sus primeros dibujos, con ocho o nueve años, fue un Hércules con el cuerpo en escorzo y la maza en alto que pintó copiando una escayola que servía de modelo a los alumnos de la escuela. Es de suponer que el pequeño Pablo acudía con frecuencia al trabajo de su padre José Ruiz Blasco, profesor de Dibujo Lineal y Adorno en la última planta del edificio donde ahora se ubica el Ateneo. Esa sala permanece hoy en una especie de limbo, con materiales didácticos del XIX, tablones levantados en el suelo y una capa de polvo sobre los muebles. Pero el Ateneo está ya a un solo paso de volver a convertirla en la clase de don José para completar la ruta por la infancia de Picasso en Málaga.
Cuatro años de reuniones y trámites burocráticos le ha costado al Ateneo, bajo la presidencia de Victoria Abón, tener todo listo para empezar la rehabilitación de la llamada Aula Picasso. Tras varios intentos fallidos en las últimas dos décadas, este parece el definitivo. Con el proyecto aprobado, el visto bueno de la Comisión de Patrimonio de la Junta (es un edificio histórico protegido) y la licencia de obras en la mano, solo queda un último trámite: recibir la aportación de la Junta de Andalucía, que se sumará a lo ya entregado por el Ayuntamiento. La Diputación, por su parte, colabora con la asistencia técnica, ofreciendo la redacción del proyecto (del arquitecto Borja Peñalosa), la dirección de obra y la coordinación de seguridad y salud.
La cuestión económica podría quedar resuelta la próxima semana tras una reunión prevista con Cultura del Gobierno andaluz para afinar los trabajos, la documentación y el presupuesto. Porque ha habido cambios sustanciales. Los sucesivos retrasos en una actuación prevista para finales de 2022 han incrementado considerablemente los costes de la intervención. De los 322.000 euros presupuestados inicialmente, el montante se ha elevado hasta los 452.000 euros tras el encarecimiento de los materiales y de la energía a raíz de la guerra de Putin. El Ayuntamiento de Málaga aprobó a finales de 2022 una partida de 106.000 euros, un tercio de la cuantía original, pero ya no del precio final. La Junta, en principio, asumirá todo el coste restante.
El objetivo es devolver a esa sala rectangular de 138,78 metros cuadrados el aspecto que tenía a finales del XIX, cuando Ruiz Blasco enseñaba dibujo lineal y adorno. Es un reto aparentemente simple, pero enormemente complejo por la escasez de referencias directas sobre esa época y por el edificio en sí, con una accesibilidad muy limitada. Parte de los materiales de obra, por ejemplo, tendrán que subirse desde el colegio colindante al no caber por las escaleras del Ateneo, del siglo XVII. De hecho, hasta la fecha cinco constructoras han rechazado el encargo por esas dificultades. Ninguna, además, quiere asumir el riesgo de empezar los trabajos sin tener garantizado sobre la mesa el presupuesto al completo.
El Aula Picasso se encuentra en la segunda planta del edificio, con una galería que da al patio oeste del antiguo convento jesuita. Hay que tener en cuenta que el complejo religioso, que empezó a construirse en el 1588, está hoy dividido en cuatro partes: la iglesia del Santo Cristo de la Salud, la Sociedad Económica Amigos del País, el CEIP Prácticas nº1 y la sede del Ateneo de Málaga. Todos comparten elementos estructurales en una distribución en la que los espacios encajan unos con otros a modo de puzle.
En 1851, parte del antiguo colegio de la Compañía de Jesús se cedió para instalar la Escuela Provincial de Bellas Artes de Málaga. Nombres como Bernardo Ferrándiz, Muñoz Degrain, Denis Belgrano y Emilio Ocón y Rivas fueron docentes allí e impulsaron la 'escuela malagueña de pintura' de finales del siglo XIX. Con ellos estuvo Ruiz Blasco entre 1876 y 1891. La escuela se trasladaría en 1985 y, cuatro años después, el Ateneo pasaría a ocupar ese espacio. En ese momento, la institución acometió una reforma del inmueble, de todo salvo del Aula Picasso, consciente ya del potencial simbólico que tenía ese lugar.
La sala ha permanecido intacta desde entonces. Aún conserva los bancos donde los alumnos se sentaban a horcajadas con el lienzo delante. De la pared todavía cuelgan los yesos con relieves que los estudiantes reproducían a lápiz sobre el papel y se intuye una gran pizarra en el centro del muro. Pero para visualizar cómo era 140 años atrás, en la época de Ruiz Blasco, ha sido necesaria una intensa labor de investigación, un exhaustivo trabajo que se recoge en el último número de la revista Ateneo del Nuevo Siglo. Entre las referencias no faltan las fotografías que Lee Miller tomó en los años 50 durante el viaje que su marido Roland Penrose hizo a Málaga para conocer la infancia de Picasso antes de escribir su biografía.
Hoy el Aula Picasso no tiene pavimento. En los años 80 se levantó el suelo durante unas obras y no se repuso. Los tablones al descubierto son el forjado de la época de los jesuitas. Por las imágenes de Miller y otras anteriores, el arquitecto Borja Peñalosa ha llegado a la conclusión de que se trataba de una solería de barro cocido dispuesto en espina de pez. El mismo material que hay en el alféizar de algunas ventanas y el diseño que se conserva en partes del edificio jesuita, en concreto en las tribunas que dan a la iglesia del Santo Cristo (donde se colocaba el clero para no mezclarse con el pueblo).
El color de las paredes es aún un misterio. Se han hecho catas para ver cuántas capas se han superpuesto a lo largo de los años, y se han encontrado tonos grises, rojos y crudos. Parece que este último es el de la época, pero no se sabrá exactamente hasta que un restaurador vaya eliminado poco a poco coberturas hasta llegar a la que corresponda al XIX.
Pero, además, hay que reforzar la estructura, renovar la carpintería, eliminar la pared que ahora divide la sala de forma artificial y recuperar la puerta que en algún momento se cegó. Después vendrá el proyecto museográfico para convertir ese espacio en el primer eslabón en la vida del genio. Al fin y al cabo, como dijo Christine Picasso cuando visitó el actual Ateneo, «aquí comenzó todo».
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