Es bailarina, coreógrafa, pedagoga y directora de la compañía OtraDanza. Lleva años, incluso décadas, «picando piedras» sobre los escenarios de media España y parte del ... extranjero. Pero necesitaba un impulso que hiciera que su nombre sonara más fuerte y más lejos. Y entonces, en 2021, tres premios Max colocaron a la alicantina Asun Noales en la cima de la danza nacional. La creadora participa en el ciclo Danza Málaga por partida doble con dos trabajos muy diferentes que muestran su versatilidad: este martes se pone en escena en el Cervantes la premiada coreografía que dirige para el Institut Valencià de Cultura, 'La muerte y la doncella' (20.00 horas, 20 euros); y el sábado ella misma interpreta en el Echegaray 'Vigor Mortis' (20.00 horas, 15 euros). Tiene 50 años y la firme convicción de que los cuerpos maduros tienen mucho que decir en la danza: «Es muy bello ver cómo pasa la vida en un escenario».
-¿Para qué sirven los premios?
-Aparte del reconocimiento y de la emoción que te dan cuando los recibes, es también un impulso para visibilizar a los creadores que nos dedicamos a la danza, que somos menos conocidos. Tu nombre llega a nivel nacional y van conociendo un poco más tu trabajo.
-Y en la danza eso es vital.
-Sí, porque es un arte minoritario y tenemos muy pocos altavoces
-Una palmadita en la espalda también viene bien.
-Sí, pero sobre todo te permite llegar a otro tipo de público. En la danza contemporánea la gente dice 'es que no entiendo nada'. Quieren entender como si fueran a ver una obra de teatro, y los premios hacen que el espectáculo tenga una especie de aval de que va a estar bien. Además, 'La muerte y la doncella' democratiza mucho la danza.
«No creo que tengas que contar una historia para que la danza sea comprensible»
-¿En qué sentido?
-Ayuda a que el público se acerque a la danza, no lo repele. Es conmovedor. La música de Schubert ha sido la fuente de inspiración porque realmente no hay un libreto. Solo se conoce un poema de ocho líneas de Matthias Claudius en el que se inspiró Schubert para crear esa obra, y es un poema que habla de esa relación entre la vida y la muerte. Pero es que a nivel iconográfico hay muchísimas imágenes de esa mujer frondosa y erótica acompañada de un esqueleto, de la muerte. El tema es universal, te toca la piel porque te puedes sentir identificada, te conecta con tu vida. Y, además, hay una fisicalidad preciosa, es muy cinematográfica, la música original está dentro de la nueva versión del cuarteto de cuerdas… Tiene mucha personalidad.
-¿Cree que la danza no hay que entenderla?
-Creo que tiene su propio código, su propio lenguaje, nadie se plantea entender la música, que tenga un argumento o sacar una narratividad. La fisicalidad de la danza, el cuerpo, la expresividad, el lenguaje no verbal que está contenido en cada movimiento, si está bien hecho, emociona y toca al público. No creo que tengas que contar una historia para que la danza sea comprensible. Es más poética que narrativa.
-Y sin embargo, se repite eso de 'yo no veo danza contemporánea porque no la entiendo'.
-Sí, porque queremos racionalizarlo todo. Nos han enseñado desde el cole a ser seres racionales y nos olvidamos de que somos seres emocionales. Cuando un espectáculo está bien hecho, la gente no se plantea si lo ha entendido porque le ha gustado. Cuando la gente sale y dice «me ha parecido fabuloso, pero no he entendido nada». ¡Eso es lo perfecto! No necesitas entender nada para que te guste.
-Pero, ¿se ha vendido mucho humo en la danza contemporánea?
-Lo que pasa es que hay una abanico muy grande de opciones de danza. Se mezcla todo. La danza contemporánea es muy generosa, es muy espora, se abre a cualquier tipo de tendencia. Hay que especificar, antes de mostrar ese trabajo tienes que explicarle al público lo que va a ver y tienes que argumentar ese contenido. Y lo que está pasando es que vamos a los teatros, bailamos y esas personas no saben ni quiénes somos, ni de dónde venimos, ni de dónde viene ese producto que le estamos dando. Falta esa parte de pedagogía de la danza porque es un lenguaje aún muy alejado del público de a pie.
«Tenemos que empezar a transformar los teatros en lugares vivos»
-Y eso es responsabilidad de los artistas.
-Totalmente. Tenemos que acercarnos al público.
-Da la sensación de que cuesta la vida llenar un teatro con danza.
-Cuesta mucho. Eso sí que lo he notado con 'La muerte y la doncella', que los premios han ayudado a que tengamos más público. Yo tengo un espectáculo ahora que se llama 'Rito', una experiencia en un espacio no convencional donde la gente se coloca alrededor de un círculo. Y va muchísima gente. Sin embargo, vas al teatro, tienes que anticipar la compra de la entrada, te metes en un patio de butacas… Pues no sé si eso es que a la gente le da pereza o que no entra en sus planes. Tenemos que empezar a transformar los teatros para que sean lugares vivos, que no solo vayas a ver un espectáculo, sino también a tomarte una cerveza, a hablar con los amigos, que sea un lugar abierto, dinámico. Antes todos los teatros tenían su bar y eso se está perdiendo.
-Siendo dos propuestas muy diferentes, en 'Vigor Mortis' también habla de un fin de ciclo.
-Los ciclos vitales están muy presentes en mi vida y en mi obra, no sé por qué. Aquí he querido tocar ese punto teatral, somos dos personajes que parecemos mimos porque es muy gestual. Se llama 'Vigor Mortis' porque estamos vivos, pero somos dos fantasmas que aparecemos en nuestra propia casa. Somos tres personajes: Carlos Fernández, la casa y yo. Esa ha sido nuestra casa, queremos volver a ella pero la propia casa nos expulsa. Es una metáfora de los desahucios, un espectáculo muy surrealista como una película de David Lynch. Tiene otro aire, pero con ella también hemos ganado muchos premios. Después de muchos años ahí picando piedra, que de repente pasen estas cosas es un regalo.
-Sobre todo porque la danza sobre el escenario tiene fecha de caducidad.
-Bueno, yo acabo de cumplir 50 años. Eso es un error, tenemos que habituarnos a ver diferentes cuerpos en escena. Esa es una mentalidad más clásica, porque un bailarín de clásico sí tiene que tener una exigencia y una potencia física. Pero el arte no es solamente eso, es mucho más profundo que saltar, girar o subir las piernas a la oreja. A mí me chifla ver a bailarines maduros en escena. Hay un peso, una presencia, un estado y una calidad que no la tienen las personas jóvenes. Los jóvenes tienen esa fisicalidad explosiva, pero hay otra calidad que si no tienes una edad y unas experiencias vitales no lo vas a poder transmitir. Igual que los músicos pueden tocar hasta que tienen artrosis, por qué no puede haber un bailarín con sus arrugas y su cuerpo diferente. Es muy bello ver cómo pasa la vida en un escenario.