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La exposición, con 89 obras, permanecerá dos años en el Centre Pompidou Málaga. ÑITO SALAS
Arte español vía Francia

Arte español vía Francia

Crítica de Arte ·

Con un montaje que genera ámbitos auténticamente apabullantes y un cúmulo de destacadas obras y figuras, esta exposición recorre un siglo de arte español

juan francisco rueda

MÁLAGA

Sábado, 21 de marzo 2020, 02:33

'De Miró a Barceló. Un siglo de arte español'

  • La exposición 89 obras de 34 artistas españoles y 7 extranjeros realizadas entre 1913 y 2009. La variedad de disciplinas y materiales es amplísima, contando con cine, vídeo, vídeo-performance, pintura (óleo sobre tela, sobre madera, sobre papel), escultura, objeto, instalación o instalación ambiental

  • Comisaria Brigitte Leal

  • Lugar Centre Pompidou Málaga. Pasaje Doctor Carrillo Casaux, s/n, Málaga

  • Fecha Hasta marzo de 2022

  • Horario De 9.30 a 20 h. Cierra los martes

El tercer montaje expositivo de la colección del Centro Pompidou en su sede de Málaga, que como los anteriores permanecerá dos años, se consagra al arte español del último siglo. Y lo hace con un conjunto que no muchos museos de nuestro país poseen, tal es su importancia y centralidad entre las instituciones museísticas internacionales. A ello ayuda que París fuera considerada la capital del arte desde las décadas finales del siglo XIX hasta la mediación del XX, y que, aunque en esa capitalidad fuera relevada por Nueva York, Francia mantuviese una innegable pujanza y vitalidad creadora, expositiva y coleccionista. Ello hizo que artistas de todo el mundo acudieran a ese escenario. Esta visión de conjunto del arte contemporáneo español, que no debe ser confundida con un riguroso relato historiográfico a pesar de su ordenación cronológica, resulta sumamente pertinente y valiosa por cuanto fueron legión los artistas españoles que se establecieron en Francia en el último siglo y medio, en distintas oleadas y por distintos motivos, entre ellos la irrupción de las vanguardias y el exilio franquista. Allí, muchos de ellos, como Picasso, Julio González, Juan Gris, María Blanchard, Joan Miró o Salvador Dalí, se convirtieron en figuras trascendentales, cuestión que visibiliza la exposición.

También lo es debido a que Francia se convirtió en interlocutor esencial de nuestra identidad, de la idea de 'lo español'. Nosotros fuimos el Otro para el pensamiento francés, ayudando a conformar 'su' identidad por oposición a la nuestra, al tiempo que viajeros románticos, artistas y pensadores producirían constructos e imágenes sobre España y los españoles que acabaríamos haciendo reales. Théophile Gautier señaló en su 'Viaje por España', publicado en París en 1845, que 'Los bailes españoles sólo existen en París'. Picasso escenificó, no sólo por la presencia de temas españoles y de la propia tradición en su pintura, el 'Otro-español'; esto es, su personaje indómito, pasional y, en ocasiones, rudo, tal vez una auto-afirmación de una identidad a la que no renunciaba y que se confrontaba con la del país de acogida, confirmando ideas que el imaginario francés había construido sobre 'lo español'. Jean Cassou, primer director del Musée National d'Art Moderne, del que es heredero el Centre Pompidou París, interpretó el arte español en relación con la tradición, proyectando sobre muchos de los artistas coetáneos una mirada que insistía en su vínculo con un modo de expresarse secular. Así no resulta extraño que el principio y el fin del recorrido expositivo puedan responder a ese interés por conceptos acendrados sobre 'lo español'. Abre una 'vídeo-performance' de La Ribot en la que se cruza la 'Carmen' de Prosper Mérimée que, con posterioridad, Bizet trasladaría a la música; cierra un vídeo de Miquel Barceló en el que se escenifica cierto carácter vernacular.

La propuesta evidencia la incuestionable importancia de los creadores españoles para el arte contemporáneo de la primera mitad del XX. No es sólo una cuestión de aportaciones a los distintos lenguajes y movimientos que consideramos como esenciales de las primeras décadas del siglo pasado, como el cubismo, en el que es insustituible la figura Picasso como 'cofundador' junto a Braque, pero las aportaciones de Juan Gris y María Blanchard son igualmente valiosísimas; o en el surrealismo, con Miró, Dalí, Picasso o Buñuel. Todos ellos comparecen en este montaje con piezas destacadas, siendo deliciosos los bodegones ante paisajes de Gris. Más allá de la formulación de los lenguajes, muchos de ellos generaron nuevos procedimientos formales y técnicos que propiciaron nuevos paradigmas, soluciones o vinieron a alumbrar una reconsideración de algunas categorías y disciplinas. Puede ser ilustrativo el método paranoico-crítico 'daliniano'. El 'collage' y, a partir de éste, el 'assemblage', ambos originados por Picasso, son ejemplares de los cambios de paradigma respecto a la inclusión de materiales extra-artísticos y procesos técnicos. La escultura, por ejemplo, pasa a concebirse como suma de elementos, como adición. En París, Picasso y Julio González, quien aporta el «dibujo en el espacio» y el conocimiento de la soldadura autógena aprendida en la factoría Renault, transforman radicalmente la escultura. El trabajo escultórico en metal que despliegan Picasso, González y Gargallo, valorando el vacío y ese nuevo modo de 'esculpir', recorre los primeros compases de la muestra.

En la sección dedicada al surrealismo, la obra de los artistas españoles se acompaña de la de otras figuras internacionales de este movimiento. Se busca mostrar, mediante un espacio en el que se recoge gráficamente algunos hitos surrealistas, cómo nuestro país no sólo aportó nombres imprescindibles, sino que generó experiencias de recepción y desarrollo del surrealismo, movimiento cuyo innegable centro se radicaba en París. Algunos de esos artistas internacionales hicieron de 'lo español' y de España un asunto recurrente: Picabia, de origen hispano, empleó iconotipos del flamenco; Man Ray fotografió a figuras del flamenco de los años veinte y treinta, como Vicente Escudero; André Masson, quien vivió en Tossa de Mar, se convierte en esta exposición en una presencia habitual, desde los ecos cubistas a los comprometidos años treinta, pasando por el surrealismo. Junto a éstos, Giacometti –sus obras mostradas son auténticos iconos- o Ernst arropan obras trascendentes de Dalí, Miró o Buñuel.

El montaje permite incluso observar la evolución en la producción 'picassiana', como ocurre durante los treinta con el iconotipo de retrato femenino en un sillón. Asimismo, en el mismo espacio, se exponen otras tres piezas de Picasso absolutamente contundentes que nos trasladan la versatilidad lingüística del genio malagueño: un bodegón de los estertores cubistas, una 'Medusa' del Picasso del desasosiego y un bodegón de posguerra, profundamente ascético y en diálogo con 'Medusa' gracias al aire de grisalla. Este bodegón, además de suponer el retorno a lo real tras la Segunda Guerra Mundial, permitiría avistar cómo otros artistas españoles afincados en París, como el malagueño Joaquín Peinado y Óscar Domínguez –uno de los surrealistas esenciales que no aparece en este montaje- compartieron con el genio ese modo de tratar la figuración con vigorosos silueteados negros, al modo del 'cloisonné y la vidriera.

Con la llegada de la segunda mitad del XX, la exposición sigue atendiendo a algunos de los artistas esenciales, como los informalistas Antonio Saura, Manuel Millares y Antoni Tàpies. Sus figuras, con magníficas obras, representan igualmente un proceso de renovación y convergencia con los discursos hegemónicos de la posguerra mundial. A partir de aquí, el montaje se convierte en poliédrico, trasladándonos la diversidad de lenguajes y opciones que se desarrolla en el arte español, así como numerosos creadores que pasan por París en pos de asumir las novedades o que se encuentran exiliados. Aquí, las piezas de Eduardo Arroyo, Luis Fernández o Palazuelo sobresalen entre el resto. Para atender a los últimos grandes nombres de la creación nacional, se acude a Jaume Plensa, José María Sicilia, Miquel Barceló, el recordado Juan Muñoz, Juan Uslé, La Ribot y Cristina Iglesias. Los 'corredores suspendidos' de Iglesias, gracias al diálogo con el monumental espacio central, suponen un auténtico broche de oro que nos provee de una experiencia fenomenológica.

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