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Un café solo, largo y en taza para Antonio Ríos, conocido como El Pipa, que sabe lo que quiere y lo muestra con contundencia. Una actitud que vale para cualquier aspecto de su vida. En el baile, con paso firme y férreos movimientos; ... en lo personal, con serenidad y sosiego, sin olvidar su raíz, de la que se nutre y que le acompaña a cualquier lugar que pisa. En este caso, la playa de La Malagueta junto a su hijo de 14 años Rafael, que le observa con admiración mientras mueve su pañuelo con maestría aguardando el disparo de Salvador Salas.
Para hoy ya lo tiene todo preparado: vestuario puesto a punto, coreografía más que ensayada y piernas y brazos listos para el despegue de 'Estirpe', el renacer de un espectáculo que se estrenó a principios de 2020 y que ahora adquiere otras luces y matices en la VII Bienal de Arte Flamenco de Málaga. Esta noche, Antonio El Pipa no se quedará corto en su espectáculo, sudará en la plaza de toros acompañado de un elenco de cante y guitarras y mostrará su esencia más pura, esa chispa de la que bebió cuando era niño y que hoy le convierte en uno de los mejores bailaores del país.
–La infancia siempre marca el rumbo de la vida adulta. ¿Qué pasó en la suya?
–Pues que cambiaba el juego por el baile. O más bien, bailaba jugando, reuniéndome en las plazas de los parques con mis amigos a bailar por bulerías, era nuestro juego favorito. Además, soy gitano de Jerez, del barrio de Santiago, nieto, sobrino e hijo de bailaores profesionales. Y crecí admirando a los grandes, como mi tía abuela Juana la del Pipa o Manuela Carrasco.
–Así que su amor por el flamenco realmente empieza en la calle.
–Sí, es la herencia que me dejaron los míos. Es el regalo que me hicieron cuando nací. Mi adolescencia fue bailando y cantando todo el día. Ahora los chavales están todo el día con Internet y nosotros estábamos haciendo compás por bulería (risas).
–Pero usted ya no es ese niño, ha evolucionado mucho.
–Sí, y fíjate que el año que viene cumplo ya 25 años como compañía privada en el sur de Jerez de la Frontera, que es el sur más sur que tenemos. Recuerdo el 16 de febrero de 1997, cuando estrené en el Teatro Lope de Vega de Sevilla mi primer trabajo, 'Vivencias'. Cuando era más joven era un loco que se tiró a una piscina en la que no sabía si había agua o cocodrilos (risas), pero he tenido suerte. Tengo ya más de 12 producciones en el mercado y premios preciosos que me avalan. Así que sí, he evolucionado mucho. Y espero que haya sido para mejor, sobre todo para el artista y la persona. Aunque en esencia sigo siendo el mismo niño soñador y creativo capaz de bailar en las nubes.
–¿Qué espera ahora de usted como artista?
–Seguir, porque sigo soñando y creando, queriendo ser bailaor. Sigo soñando con ser artista, que es lo más bonito que me ha pasado en la vida después de mis hijos. Después de ellos está mi profesión, que me ha permitido ser quien soy, compartir con el mundo, enriquecerme de diferentes culturas, y eso me hace muy feliz. Para un gitano de Jerez, que viene de una familia humilde, de una madre analfabeta, eso es precioso. Mi madre aprendió a leer y a escribir cuando yo empecé a viajar, quería conectar con el menor de sus hijos y empezó a estudiar. Esa fue otra lección más que me dio, imagínate si estoy agradecido y sé de donde vengo. Quiero seguir siendo eso.
–¿Cree que le quedan cosas por vivir en el baile?
–Por supuesto, espero que sí. Tengo muchas ganas de hacer cosas diferentes. Trabajar por todo el mundo y con artistas distintos me ha abierto mucho los ojos desde la visión de un bailaor flamenco. Bailar por soleás, seguiriyas y dirigir una alegría con bata de cola es lo mío, es lo que haré hasta que me muera. Me apetece mucho hacer cosas con diferentes disciplinas y estéticas, con artes escénicas de otra índole, de otros mundos. Me apetece también la incursión en el cine.
–'Estirpe' se reestrena en la Bienal de Málaga. ¿Cómo es este espectáculo?
–Es un espectáculo precioso, y lo más bonito que tiene es el elenco. Eso sí, es el espectáculo más difícil que he hecho hasta ahora porque no traigo cuerpo de baile. Vengo solo, y nunca mejor dicho, para enfrentarme al público diciéndoles «así bailo». Todo para ellos. Y creo que para 'Estirpe' he tirado de los mejores que hay para mí. También quería que hubiera una guinda del pastel, una sorpresa para Málaga, quería ese color diferente del que hablábamos. Aquí es donde más yo soy y más yo me siento, me la juego una vez más porque es bailar desde el corazón sin artificios ni historias, con una única escenografía, dos sillas de enea... A veces digo: «Antonio, estamos un poquito locos» (risas). Encima en la plaza de toros, que es gigante.
–Tiene que dar vértigo estar en la Bienal otro año más y con un espectáculo tan complicado.
–Es un privilegio. Málaga siempre me abre las puertas para presentar mis trabajos, con lo cual me siento comprometido y quiero superar al anterior. Este es el espectáculo más íntimo, pero no más real porque todos lo han sido. 'Estirpe' está creado desde la necesidad de seguir bailando y contando quién eres.
–¿Qué tiene de especial?
–Hay espectáculos en los que innovas, que quieres hacer locuras y otros en los que no... 'Estirpe' es de los últimos. Es gritar quién soy y que estoy contento conmigo mismo, de bailar como bailo y no tener que obedecer a nadie. Sólo me obedezco a mí mismo y a lo sanguíneo que llevo, ese recuerdo de los ojos verdes de mi madre, esos abrazos de mi abuela o la planta de mi tío Antonio. Sólo obedezco a eso porque me da la gana y así me siento muy libre. Cuando no me siento atado a nada me expreso mejor, cuando no me importa el mercado, la moda o el color político. Que siga manejando el mundo quien quiera, que mi vida la voy a manejar yo, al menos la artística, porque la personal la manejan mis niños (risas).
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