Confiesa que le da cierto «apuro» identificarse como escritor. Y lo dice un Príncipe de Asturias de las Letras, Premio Planeta, Premio Nacional de Narrativa por dos veces, finalista del Man Booker International, miembro de la Real Academia Española y otros tantos títulos. Antonio Muñoz ... Molina no se libra del todo de esa sensación de no pertenencia al lugar en el que está, una herencia de ese niño pobre de Úbeda que dejó los campos para hacer carrera en las letras. El escritor regresa a él en 'Volver a dónde', un testimonio del confinamiento y de su memoria que hoy presenta en los Encuentros Planetarios que organiza la Fundación Pérez Estrada en el CAC Málaga (entradas agotadas). Pero hay un rol que sí tiene asumido, un papel en el que se reconoce y disfruta. Muñoz Molina retrasa esta entrevista una hora, cuenta que tiene que recoger a su nieta.
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–¿Ser abuelo le ha cambiado la perspectiva de la vida?
–Influye. Ser padre te proyecta al porvenir, pero un porvenir que todavía es tuyo. Ser abuelo te proyecta a un porvenir en el que tú ya no vas a estar. Eso te da una perspectiva de la vida distinta.
–Una vez escuché a alguien decir que los hombres antes de ser padres deberían ser abuelos. Descubren una sensibilidad que como padres no se permitían.
–Es que ser padre o madre es muy difícil, es muy agotador. Ser abuelo, con un poco de suerte, es más tranquilo. Tiene todas las ventajas de ser padre y muchos menos inconvenientes.
–Vamos con el libro. ¿'Volver a dónde' fue su forma de canalizar la angustia de estos tiempos?
–Sí. El libro es el resultado de mucho de lo que había escrito durante el confinamiento por contener la angustia y por el hábito mío de escribir, por la necesidad de dejar constancia y dar testimonio de lo que ocurre.
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–¿Tiene claro ya a dónde volver?
–Pues no (ríe). ¿Queremos volver al mundo anterior? ¿Queremos volver al mundo lejano de la infancia? No son sitios a los que en particular uno quiera volver. Quizás hay que volver a un porvenir que sea más justo, más racional o menos destructivo.
–Este libro nace de su memoria. ¿Se deja llevar por la nostalgia o lucha contra ella?
–Hay que luchar contra ella porque no te deja ver la realidad.
–Entonces, esa expresión de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» no la comparte.
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–Es que es evidente que no es así. Los que tenemos cierta edad ya y hemos visto lo que era España, sabemos que no hay ningún motivo para tener nostalgia. Todo el mundo tiene añoranza de las personas que quiere que han desaparecido, todo el mundo tiene añoranza de la infancia porque es una época en la que estás descubriendo el mundo. Pero, objetivamente, en el pasado español y andaluz que yo recuerdo no hay motivos para la añoranza. Es un tiempo de pobreza, de dictadura, de opresión, de desigualdad y de subordinación de las mujeres a los hombres.
–A usted le marcó mucho su infancia en los campos de Úbeda. Esos orígenes le diferencian de otras personas.
–El que tus padres te den una infancia feliz es un tesoro que te dura para toda la vida. Yo tuve la suerte de disfrutar de eso. Hay gente más joven que me dice 'tenía que ser muy dura esa vida'. Pero no. No lo es para un niño que está muy capacitado para disfrutar, y si ese niño es querido y siente seguridad a su alrededor, puede ser muy feliz. Yo no sabía que era pobre, no sabía que había casas con cuarto de baño o calefacción.
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–¿Se ha librado ya de esa sensación de intruso en un mundo que no es el suyo?
–Tendrá que ver con mi carácter, no solo con las circunstancias, pero yo siempre tengo la sensación de estar de prestado, de visita. El sentimiento de no pertenecer completamente a nada. Gente con mucha menos veteranía que yo enseguida se instala con una cierta autoridad en el mundo literario, y yo hasta incluso cuando digo que soy escritor me da cierto apuro. De verdad. ¡Suena tan fuerte! Es como el que dice que es poeta. ¿Cómo puedes estar tan seguro?
–Le cuesta creérselo a pesar de su trayectoria y de la apabullante lista de avales que tiene.
–Pero este es un trabajo muy incierto. Hay mucha fragilidad porque eres tú quien se pone ahí. Tienes que estar disponible para todo, para las críticas positivas y las negativas. Y uno está pensando no en lo que ha hecho, sino en lo que quiere hacer. Lo que está hecho es de los lectores. Yo pienso en que me gustaría hacer un libro nuevo que sea muy original, muy bueno y muy sorprendente.
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–Decía en una entrevista que le gustaría poder ser un viejo temerario.
–(Ríe) Sí. Me gustan esos viejos como Monet que con cataratas y con 80 años estaba pintando con los dedos. O Beethoven, que de viejo hizo unos cuartetos de cuerda de una audacia tremenda. Hay viejos que se ponen muy pesados con la exhibición de su experiencia, se ponen sentenciosos y seudosabios, pero he conocido a viejos extraordinarios. Como Francisco Ayala, que tenía una especie de furia entusiasta por hacer cosas.
–¿Y qué le frena a usted?
–Lo único que quiero es tener la inspiración.
–Es curioso, porque el último libro de Elvira Lindo también tira de memoria. Están compenetrados hasta para eso.
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–Sí. En su libro hay una cosa, que también está en el mío y que probablemente yo he aprendido, que es esa idea de cómo los viejos de pronto vuelven a la infancia y a mostrar una fragilidad que antes quisieron ocultar. Al fin y al cabo las personas cuando viven juntas y están tan compenetradas, evolucionan de una manera paralela.
–Si miramos al pasado, la Historia se repite: una pandemia y una guerra mundial hace cien años. ¿Qué nos pasa?
–En eso no hay que hablar en primera persona. La mayor parte de la gente es inocente y su único papel es el de víctima de la crueldad, del delirio político, de la arrogancia, del fanatismo. No creo que debamos juzgar al ser humano en general por lo que está pasando. En la Historia hay cosas que vuelven, pero ahora hay una diferencia terrible y es que ahora hay armas atómicas. Ahora hay la posibilidad de destruir el mundo.
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–¿Tiene miedo?
–Sí, claro que sí, mucho. Ves la fuerza bruta. Millones de seres humanos están a expensas de unos bárbaros que tienen bombas, metralla y misiles. ¿Ahí qué hace el ser humano normal?
–Usted siempre ha sido muy crítico con la «bronca partidista» de la clase política española. Pero lo que no imaginaba es la bronca dentro de un mismo partido como ha sucedido en el PP.
–Madre mía, madre mía. Cuando surge de pronto la tragedia de verdad, la fragilidad del mundo y ves en qué nos distraemos cuando no tenemos esas desgracias, te da un poco de vergüenza. Te das cuenta de la cantidad de tiempo que dedicamos a tonterías.
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