

Secciones
Servicios
Destacamos
A Antonio Montiel le faltan paredes para colocar todos sus recuerdos. Su despacho es una galería de la fama, un entretenido 'quien es quien' con ... decenas de fotografías junto a las personas a las que ha mirado a la cara para retratar. Desde Felipe VI a Chiquito de la Calzada, desde Isabel II a la Pantoja. Y, por supuesto, su musa y amiga Pepa Flores. Su capacidad para unir lo divino y lo humano es asombrosa: a su primera retrospectiva en las Salas de la Coracha del MUPAM, celebrada el pasado año, acudieron desde el obispo a Bárbara Rey. Antonio Montiel (Antequera, 1964) nos recibe en su piso de Málaga –reside habitualmente en Madrid y tiene un estudio en Almogía– justo después de ser nombrado Hijo Predilecto de la Provincia. Ya no tiene nada que demostrar a nadie y el pintor habla claro. Admite que le gustaría pintar menos para los demás y más para él, critica la «tontería» que hay en el mundo del arte y confiesa que ahora ya sí se quiere.
–Se ha cumplido ese titular que dio a SUR hace casi 40 años: «Me voy de Málaga para poder triunfar en Málaga».
–Fue en el año 86. En aquella época Málaga estaba mucho más limitada y los artistas que queríamos luchar por conseguir más metas, teníamos la ilusión de irnos a Madrid, que era el gran trampolín. Yo estaba ya de profesor de pintura y tenía mi propia academia en la calle Granada, pero dije 'si me quedo aquí, después me va a costar más trabajo'. Decidí estar seis meses a ver qué pasaba. Y Madrid me abrió muchísimas puertas que me sirvieron para lo que dije: triunfar en Málaga.
–Se siente profeta en su tierra.
–Sí, sí. Yo he sido un pintor muy del pueblo. Yo he tenido más el apoyo de la gente de la calle que de las propias instituciones. Yo no he sido un pintor vanguardista, aunque hice mis incursiones cuando tenía 17 o 18 años, porque cuando tú te presentabas a un concurso de arte joven, lo que valoraban era la pintura moderna. Y no estoy en contra de la vanguardia, pero yo no nací para eso. Yo he nacido para el mundo del retrato, para captar el fondo de las personas. No que sea un retrato que simplemente se parezca, sino que haya ahí algo más. Por eso se me llamó 'el pintor del alma'. Hay un libro que se titula así que escribió una catedrática de la universidad y filóloga, María Jesús Pérez Ortiz, con el prólogo de Antonio Banderas.
–Es que se ha relacionado muy bien, tiene muy buenos amigos.
–Incluso siendo Velázquez, en tu casa no pasa nada. Muchas veces la gente consigue más por una cuestión de relaciones que de talento. Es triste, pero es así. La gente valoraba más un retrato mío cuando veía que estaba la persona al lado, más que la propia obra. Me di cuenta de que esas cuestiones eran muy importantes para dar a conocer tu trabajo y tu obra. Pero interiormente, yo en el fondo no tengo tanto que ver con eso.
–¿Se infravalora el retrato?
–Se infravalora en las instituciones cuando eres clásico. Pero es curioso. Mi exposición en el MUPAM ha sido una de las más visitadas de cuantas se han inaugurado en ese museo. Solo el día de la inauguración tuvo más de mil personas. Y ha habido emoción. En cambio vas a salas de arte vanguardista donde hay cosas que nadie entiende y a las que intentan buscarle un sentido, pero en el fondo no les gustan. Muchas veces las salas están ahí gastando luz, pero no hay emoción viendo ese trabajo. Y el arte es emoción. Hay que dejarse ya de tanta tontería, de todo ese esnobismo… Hay un sinsentido tan grande que, al final, cuando eres sincero, la gente responde porque le gusta. Yo he visto salas de arte de vanguardia donde vivían la exposición de espaldas a la obra, se relacionaban con el cóctel y la copa en mano, pero no había emoción viendo aquello.
–Mucha tontería, ¿solo en el arte?
–En el arte y en muchas cosas (risas). Vivimos en un momento en el que se ha perdido el sentido común. Si una cosa es bonita como es, pues es bonita. Es como cuando tú dices, voy al centro histórico, ¿y qué es lo que quieres ver? Pues lo histórico. En cambio, te quitan una escultura maravillosa para poner una escultura de alambre retorcido que no tiene nada que ver con ese tiempo. ¿No se hacen barriadas nuevas? ¿No se amplían las ciudades? Pues vayan ustedes con el orden de lo que eso significa. Yo lo siento así.
–¿Cree que a algunos les habrá escamado su exposición?
–Seguro, sí. Porque ha tenido mucho éxito. Vino desde el obispo de Málaga hasta Bárbara Rey.
–Es sorprendente su capacidad para unir mundos tan diferentes.
–Porque hay mucho complejo. Hay gente que tiene complejo de que le vean 'con' y yo no. Trato a la gente como personas.
–Ese ir a contracorriente en el arte, ¿le ha pasado factura?, ¿le ha costado que le abrieran las puertas de un museo?
–Claro, no nos dan oportunidad a los que pensamos de otra manera. ¿Por qué no ponen de vanguardia, por ejemplo, la Semana Santa? En vez del barroco, pues que lo cambien por alambres y por cosas modernas y lo paseen en procesión. ¿A que eso la gente no lo admitiría? Yo no estoy en contra del progreso, pero que sea para bien. Es decir, si yo voy ahora a un banco y me tiene que atender una máquina, para mí el progreso es que me atienda una persona, como ha sido siempre.
–¿Cómo se lleva con las redes sociales?
–Me llevo bien, aunque empecé tarde. Lo único que pasa es que hay gente que simplemente por quitarse una camisa ya se cree que es una estrella, y tienen a veces más seguidores que una persona que hace arte. ¡Solo por quitarte la camisa! Vivimos mucho de humo, de ficción aparente. Y es con lo que yo no me llevo muy bien. Las cosas han cambiado demasiado, y al final no sé a dónde vamos a ir a parar. Si hay una bolsa de basura en un museo, vienen ya esos intelectuales que van con la carita así un poco estirada, y le buscan a eso literatura. Y al final era una bolsa que se había dejado una señora de la limpieza (risas). Hay gente moderna que me gusta mucho, Brinkmann es un pintor de Málaga que me encanta, que tiene una categoría y una calidad y no es figurativo normalmente. Pero hay otras cosas que son tomaduras de pelo.
–Ahora se ha simplificado todo con las fotografías, pero usted ha entrado en muchas casas. Y no hay nada más íntimo que hacer un retrato a alguien, cara a cara.
–Yo empecé a ir a las casas cuando tenía unos 14 o 15 años. Sobre todo eran señoras las que demandaban los retratos. Al tercer día, a veces, ya me estaban llorando y contándome sus vidas. Y yo me creía que tenían una vida maravillosa porque vivían en unas casas estupendas, pero después lo que hay detrás no tiene nada que ver con la apariencia. Eso también me hizo aprender y cuando tú ves una cara, un rostro y unos gestos, ya te hablan mucho de la persona.
–¿Vale usted más por lo que calla que por lo que cuenta?
–La verdad es que sí. Pero he aprendido una cosa. Cuando era niño, todo eso lo mitificaba mucho. Y ahora ya lo dejé de mitificar. También es cierto que antes había más estrellas, ahora hay más currantas y currantes. Hoy hay gente que ves en el cine o en las series, y de pronto desaparecen. Y a veces crees que porque un cantante tenga unas letras profundas, luego su personalidad va a tener mucho que ver con eso. Y a lo mejor te llevas una sorpresa tremenda, porque deja mucho que desear.
–Es decir, que se ha llevado unas cuantas decepciones.
–Bastantes. Y, en cambio, gente que aparentemente es más frívola, descubres que tiene mejor corazón, que son más sencillas, más profundas. Por ejemplo, Antonio Gala. Detrás de esa apariencia, había un gran acomplejado. Le preguntaban 'señor Antonio Gala, ¿le gusta a usted el queso?'. Y respondía: 'El queso viene de un mundo de singularidades humanas, que trae como consecuencia...' Era para decirle muchas veces, ¿por qué no es usted más normal? Tenía una necesidad de adorno, como le pasaba también a la Jurado. Lo que pasa es que la Jurado además era muy buena gente. Detrás de esa mujer que parecía que se comía el mundo, que era como una leona, había todo lo contrario. Tenía una gran necesidad de aprobación. Y sufría mucho interiormente si algo no estaba como ella creía. Unos meses antes de morir estuve en su casa, y nos sentamos en una alfombra, ya ella muy deteriorada, y me decía «¡ay si yo hubiese sabido antes lo que sé ahora!». Fue muy emotiva esa conversación.
–¿Usted también ha sentido esa necesidad de aprobación?
–Sí, yo de niño creo que no me he querido. En mi casa éramos cuatro hermanos y mi madre tenía una cierta preferencia, inconscientemente, por los que se parecían a ella. Mi hermana pequeña y yo, morenos; y ella, más rubita. Cuando empecé a ganar los concursos de pintura, ella me valoraba más. Y entonces yo decía 'para que te quieran, tienes que ser alguien'.
–¿Ese ha sido su motor?
–Sí. La necesidad de querer conseguir más cosas se ha debido a eso, lo descubrí más mayor.
–¿Y usted ya se quiere?
–Por lo menos, creo que me quiero más. No sé si del todo, pero tengo más seguridad en mí mismo. No tanto por las cuestiones externas, si no por un trabajo interior que he hecho. La espiritualidad ha sido importante para mí en esa búsqueda, para tener mucha más paz, para no tener tanta necesidad de esas cosas externas. ¡Si luego no nos vamos a llevar nada!
–Algo que preocupa mucho a los artistas es la protección de su legado, el qué pasará con su obra cuando ellos no estén. ¿Piensa en eso?
–He recibido por parte de Antequera y de Almogía la posibilidad de hacer un museo. Pero no lo sé. Yo creo que cuando me muera a mí me va a dar igual (ríe). Pero hombre, sí, te gustaría que por lo menos otros lo pudieran disfrutar y que no se perdiera.
–Los retratos están con sus propietarios, pero lo que usted guarda es su faceta más desconocida.
–Claro, y lo mostré también en la exposición. La tercera planta era de obra desconocida, donde había interiores e incluso obra social que hice durante un tiempo.
–¿Tiene tiempo de cultivar también esa otra parte?
–Me da muy poco tiempo. Fíjate, hay retratos que me encargan y tardo hasta dos o tres años en entregar. Así que imagínate. Porque no soy un pintor tampoco de estos que pintan como si fuera una máquina. Si hay días que no tengo ganas, pues no lo hago. Si me tocara la lotería, pintaría menos para el exterior y más para mí. Me dedicaría mucho menos al tema del encargo.
–Porque, ¿todavía tiene que pintar para vivir?
–Sí, sí. No soy un pintor excesivamente caro, como otros que a lo mejor con lo que ganan con un cuadro ya tienen para todo el año. No, a eso todavía no llego.
–¿En qué está ahora?
–Sigo con mis retratos y me encanta la vida contemplativa. Yo no me aburro, podría estar haciendo muchas cosas sin tener que hacer nada, sin tener que estar ocupado en algo. La paz es lo que más ansío.
–¿Qué le falta?
–¡Morirme! (ríe) ¡No! Lo que Dios quiera, no tengo grandes ambiciones. He aprendido tanto a desmitificar… Por ejemplo, para exponer en Nueva York en un bar, me quedo aquí. Yo he creado la ley de la compensación: si el camino recorrido para llegar allí no compensa, para qué.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.