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Está entre dos aguas. Entre el humanismo y la ciencia, entre el pensamiento y la tecnología. Y eso le da al catedrático de Lógica y ... Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga, Antonio Diéguez, una posición acreditada desde la que observa el mundo que vivimos con acelerada transformación. Desde su puesto de vigia, el experto hablará este jueves, junto a su colega Javier Sádaba, de 'Los peligros de la tecnociencia' (20 horas), en la jornada inaugural del Festival de Filosofía que se celebra en el Centro Cultural La Malagueta. Antes se ha sentado con SUR para reflexionar sobre esos retos inmediatos y futuros, la gobernanza digital, la esperanza de vida, la pandemia, el negacionismo creciente en nuestros días, el transhumanismo y hasta el cine de ciencia ficción.
-¿Es humano el miedo al progreso?
-Supongo que sí. Hay que tener en cuenta una cosa, no es lo mismo el cambio que el progreso. Esto último es un cambio que se valora positivamente porque nos beneficia. Pero en las últimas décadas, el progreso tecnocientífico está trayendo muchos peligros que produce una situación de ambivalencia.
-Estos días estamos viendo esos polos. Desde la investigación que permite a parapléjicos comenzar a andar frente al chip cerebral que promete guardar tu mente y recuerdos.
-Efectivamente. La primera se basa en una investigación científica bien hecha y publicada con todos los controles, mientras que lo otro es una promesa vaga porque uno ya almacena recuerdos en las fotos, vídeos y audios que guarda en el ordenador. El problema es que esos recuerdos almacenados puedan restituirse para que constituyan una persona que se quiera traer a la vida si ha sido congelada o si ha fallecido. Eso todavía no tiene mucha base sólida y son solo promesas. Muchas veces estamos temiendo cosas que no es seguro que vayan a venir y descuidamos los peligros que tenemos delante.
-¿Por ejemplo?
-Es muy común que tengamos miedo a que los robots nos destruyan en el futuro, como en 'Terminator', y no nos preocupamos de lo que la inteligencia artificial y la robótica está haciendo en nuestros días que genera problemas como los sesgos de los algoritmos, la utilización de sistemas inteligentes de vigilancia, las armas autónomas que son capaces de seleccionar sus objetivos o el control de los datos por las empresas tecnológicas.
-Google sabe de nosotros lo que nunca contaríamos al vecino de la escalera.
-Estamos perdiendo mucha intimidad porque esos datos ya están en su poder y siguen recabándolos. Saben más de una persona que sus propios amigos. Pero no nos preocupamos por los problemas que ya tenemos delante.
-¿Y qué debemos hacer cuando se nos impone una relación digital con los bancos o la Administración que excluye a muchas personas mayores?
-Ese es el reto fundamental que tenemos los seres humanos en los próximos años: la gobernanza de la tecnología. Tenemos que ser capaces de regular y controlar el desarrollo tecnológico, no podemos dejar que esto quede en manos de grandes compañías o intereses privados. En la UE se lo están tomando muy en serio y por eso saltan conflictos como el Facebook que dice que nos va dejar sin sus servicios porque Europa le impone normas que no tiene en EE UU. Muchas veces se nos quiere convencer que eso es inútil y que a la tecnología no se le puede poner puertas al campo. Pero convencerse de eso es muy negativo, porque la tecnología tiene que ser controlada y gobernada y ese es uno de los retos fundamentales actuales.
-¿Controlar el mundo digital reducirá nuestro miedo a ese progreso?
-El futuro siempre es incierto y, por tanto, los miedos no van a desaparecer por completo, pero con esta gobernanza de la tecnología nos aseguramos de que los peores efectos posibles y situaciones apocalípticas no van a ocurrir.
-¿Hablar de inteligencia artificial no es todavía un eufemismo?
-Como disciplina de estudio, la inteligencia artificial ha conseguido avances espectaculares en las últimas décadas. Otra cosa es si eso que llamamos inteligencia artificial es comparable a la inteligencia humana. Y por el momento no lo es y por eso hay quien dice que estos sistemas están mal llamados inteligentes. Lo importante no es tanto el debate teórico o filosófico de si es o no como la inteligencia humana, sino cómo se van a usar esos sistemas y cómo van a afectar a la vida de los seres humanos.
-Todo esto enlaza con uno de sus últimos objetos de estudio, el transhumanismo que defiende la transformación de la condición humana mediante la tecnología.
-Los transhumanistas pretenden convencernos de que el ser humano está llamado a desaparecer, pero no tiene que ser así sino que la tecnología puede seguir ayudando al ser humano sin necesidad de transformarnos en otra especie diferente o tener que volcar nuestra mente en una máquina y convertirnos en cyborg. Eso es más ciencia ficción que un discurso serio.
-¿Entonces el chip no va a sustituir a la mente humana?
-Dentro de mil años no sabemos lo que va a ocurrir, pero no es algo que debamos temer para mañana. Podremos tener interfaces cerebro-máquina como quiere hacer Elon Musk con su empresa Neuralink para controlar los ordenadores con nuestro pensamientos y ya hay algunos experimentos que nos dicen que es posible, pero de ahí a que seamos cyborg como los de las películas hay mucho camino y no hay por qué recorrerlo.
-Cuando nos miramos al espejo aspiramos a mantener nuestra juventud, ¿pero vivir para siempre como vaticina el transhumanismo es deseable y sostenible?
-Es una meta inalcanzable para nuestra tecnología. Lo de volcar una mente en una máquina está plagado de debilidades teóricas. Para empezar, es no entender qué es una mente porque no se puede volcar en una máquina. Y si se pudiera conseguir una copia del ser humano, estaría el problema de la identidad personal. ¿Cuál sería el original y la copia? Desgraciadamente, nos guste o no, nos vamos a seguir muriendo en un futuro previsible. Lo que sí se puede es alargar la vida del ser humano y, probablemente, en unos años tengamos pastillas que nos permitan prolongar la existencia varios años en buenas condiciones físicas. Ya la esperanza de vida ha ido aumentando a lo largo del siglo XX y XXI a un buen ritmo, aunque la pandemia lo ha detenido. Es muy posible que veamos alguna vez seres humanos de 150 años en buenas condiciones físicas desde un punto de vista científico. Pero de ahí a la inmortalidad o a una vida de duración indefinida hay un salto.
-Entonces podemos aspirar a ser Matusalén.
-No sé si podremos vivir mil años, pero desde luego más de cien años es alcanzable.
-Ya que ha citado la pandemia, ¿qué opinión tiene un filósofo entre el bien común de la vacuna y el derecho a no vacunarse que enlaza con ese miedo a lo desconocido?
-En mi opinión, las vacunas no deben ser obligatorias excepto en casos extremos. En España, por fortuna, se ha vacunado el 90% de la población y no es necesario promover la obligatoriedad, aunque según las encuestas más del 50% habría aceptado que fuera impuesta. Creo que no hay buenas razones para dejar de vacunarse y los argumentos en ese sentido me parecen erróneos, pero soy partidario de respetar el principio de la bioética que es la autonomía del individuo.
-Como sociedad, España ha dado un mensaje solidario con la vacunación. ¿La filosofía tiene alguna respuesta a que no hayamos tenido los problemas de antivacunas del resto de Europa o EE UU?
-Somos muchos los que estamos sorprendidos de que en España esto se esté haciendo mucho mejor que en otros países con más nivel cultural o formación científica. Hay malpensados que dicen que esto se debe a que somos demasiados obedientes a los gobiernos. Yo tengo una mejor opinión y creo que se debe a que los españoles tenemos mucho sentido de la solidaridad y la muestra es que somos el país mejor del mundo en donación de órganos y nos importa mucho la salud de los otros. Y esto ha contribuido.
-¿Le sorprende que con nuestro nivel de conocimiento la teoría de los tierraplanistas se defienda y hasta se imponga?
-Me sorprende y me preocupa. Me preocupa mucho el auge del negacionismo, como el de la pandemia, los antivacunas y el cambio climático. Me preocupan los movimientos anticiencia, como este del terraplanismo que rechaza frontalmente la ciencia. Me preocupa el arraigo popular de algunas pseudociencias y la aceptación de cosas sin base científica como si fuera más válido que la ciencia. Y a veces por parte de gente con buen nivel cultural. El auge de todo esto que estamos viendo a raíz de la pandemia me preocupa y mi próximo libro quiero que vaya sobre ese tema.
-¿Como profesor, entiende que la filosofía haya desaparecido del espacio público frente a la ciencia?
-Las humanidades en general y particularmente la filosofía son útiles. Esta cosa de que se ha difundido de que es inútil y no vale para nada es un error muy grave. Claro que las humanidades y la filosofía son útiles. Nuestras doctrinas políticas, la democracia y el parlamentarismo se basan en la filosofía que las generó. La base metodológica de las ciencias también tiene una base filosófica. Y la filosofía también nos ayuda a entender lo que podemos esperar del futuro y cómo podemos enfrentarnos mejor a cada época.
-¿Alguna vez se ha sentido un Quijote proclamando la filosofía en el mundo de la tecnología?
-Estoy en una zona fronteriza porque me dedico a la filosofía de la ciencia y estoy a medio camino. No soy científico, pero en la sociedad actual se demanda reflexión por parte de los científicos con problemas éticos o sociales que no puede resolver por sí solos. Y por otro lado también es necesario para el resto de la sociedad porque el filosofo de la ciencia y la tecnología sirve de bisagra entre estos dos mundos.
-No me resisto a preguntarle si es más de 'La guerra de las galaxias' o de '2001. Odisea del espacio'...
-Ja, ja, pues me quedo con '2001', aunque la mejor de ciencia ficción para mi es 'Blade Runner'. Y esa película habla precisamente de la creación de seres humanos artificiales.
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