El hijo del carbonero prometió a su padre que nunca volvería al campo. Así que estudió, vio mundo y se convirtió en un artista cuya obra permanece en las colecciones de museos internacionales como el Centre Pompidou de París y la Hispanic Society de Nueva York. Después de haber metido al rey emérito en un contenedor, Cristóbal Toral (1940) presenta por primera vez en público el retrato de Benedicto XVI secuestrado por los yihadistas. Uno de los muchos alicientes de la ambiciosa exposición que mañana estrenará en el Museo de la Ciudad de Antequera.
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–Han pasado justo 40 años desde su última exposición en su Antequera natal.
–Es verdad. No había caído en eso. Es curioso, regresar después de tanto tiempo con un proyecto como este, porque ésta es una muestra que se sale de lo común. No es como venir con 30 cuadros, colgarlos en la pared y punto. El artista puede ser de todo menos aburrido. Vienen obras importantes como 'El secuestro de Benedicto XVI', que se expone por primera vez al público. Tengo que decir que me hace mucha ilusión exponer esta obra viviendo el papa emérito, porque la verdad es que, con respecto a Juan Pablo II no me caía igual, pero después de que me haya inspirado esta obra me cae simpatiquísimo.
–¿Y eso?
–Pues porque Benedicto XVI me ha proporcionado hacer una obra que, en mi opinión, marca un tiempo. Estoy seguro de que en el futuro, cuando las próximas generaciones vean esta obra, mirarán en las hemerotecas si realmente el Papa fue secuestrado.
–¿Y qué le llevó a pintar al Papa secuestrado por Daesh?
–El pintor tiene que ser un testigo de su época, comprometido intelectualmente con la sociedad, no se puede dedicar a hacer decoración, de esos ya hay muchos. En este caso, influido por esa crueldad que transmiten los yihadistas, quise plasmar ese horror en el secuestro del Papa. Porque si esta gente fueron capaces de derribar las Torres Gemelas de Nueva York, pues, secuestrar a un Papa, podría ser posible. Hay también una crítica al Vaticano, en el sentido de considerar que hay mucho silencio con respecto al genocidio de cristianos en los países árabes. El Vaticano no ha levantado ahí la voz con la energía que debería haberla levantado. Pensé que, a lo mejor, diciendo que se puede secuestrar a un Papa, levantan la voz sobre la situación tan dramática de los cristianos en estos países.
–¿Qué otras lecturas plantea en esa pieza?
–Pues hay también un canto a la fuerza de la fe, porque el Papa, a pesar de que está ahí entre dos asesinos, no pierde la sonrisa y con su mano derecha está aferrado a un rosario, como diciendo 'La fe es más poderosa que la barbarie'.
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labor creativa
–¿Y dónde queda aquí el afán de provocar?
–¿Afán de provocar? Quien llama la atención son los yihadistas, es ese radicalismo, esa crueldad que es increíble que se produzca en el siglo XXI. Yo me limito a expresar esa tremenda realidad. Yo no hago la provocación, la hace la realidad.
–¿Por qué ha decidido exponerlo en Antequera por primera vez?
–No ha habido tiempo ni oportunidad, pero la verdad es que desde el punto de vista religioso, no se expone en cualquier sitio. Sabe que Antequera es la ciudad que tiene más iglesias por metro cuadrado (Ríe), con lo cual poner a un papa así en una cuidad donde la Iglesia abunda tiene su coherencia.
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–Entonces, de llamar la atención, nada de nada.
–No… Los artistas tenemos una ventaja enorme: tenemos libertad, otra cosa es que queramos ejercerla. Casi todo el mundo está condicionado por algo, pero el artista, el pintor, puede ejercer esa libertad y debe ejercerla, porque es la cualidad más hermosa que tenemos.
–Pero habrá también peligros, condicionantes, para ejercer esa libertad como artista.
–Los hay. A veces no es fácil y te pasa factura, pero creo que no podemos pensar en eso, como tampoco podemos pensar cuando estamos pintando en la cosa comercial. Es algo que condiciona mucho y que no ayuda al artista.
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el compromiso
el arte y el mercado
–Hablando de pasar factura, ¿le salió cara la pieza en la que colocó en una escombrera un retrato de Juan Carlos I?
–En absoluto. El artista puede ser todo menos aburrido y hay mucho aburrimiento en el mundo del arte, sobre todo ahora que la referencia para saber si un artista es bueno o es malo la pone el mercado. Es horrible. Le voy a contar la historia de esa obra. A mí me apetecía mucho pintar un contenedor, porque he encontrado muchas cosas muy valiosas para mí en los contenedores de las calles de Madrid. Un contenedor es una metáfora del mundo. Tienes un sillón, un televisor, lo estás disfrutando y cuando ya no te sirve, lo tiras al contenedor. Estaba pensando qué hacer con ese contenedor como metáfora de la vida cuando sucedió la abdicación del rey Juan Carlos. Y entonces pensé: 'Bueno, pues el rey ya me ha resuelto la obra'. Alguien me ha comentado que he sido irrespetuoso con el rey y creo que no. Quien ha sido irrespetuosa es la realidad. El rey ha hecho una labor extraordinaria, con sus sombras, como todo ser humano, igual que un sillón que ya está viejo, se tira al contenedor para ser sustituido por un sillón nuevo. Esa es la vida y eso es lo que querido significar. Eso sí, hay una gran diferencia entre un contendor y un cubo de basura. Al rey Juan Carlos jamás lo tirará a un cubo de basura. El contenedor tiene cierta nobleza.
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–¿A quién pintaría en un cubo de basura?
–Tengo un cuarteto para tirar al cubo de la basura. Los cuatro honorables: Jordi Pujol, Artur Mas, Puigdemont y Torra. Estos están preparados para ir a un cubo de basura. Tengo la obra a medio hacer.
–Por seguir hablando de política y de arte. ¿Se iría hoy a Nueva York como cuando tenía 20 años, aunque allí le estuviera esperando Trump?
–Sí, hombre, claro que sí. Si estaba allí el 'Guernica' de Picasso, los 'van gogh' en el MoMA… Como loco, y a Trump, ni caso. Nueva York es una ciudad que me entusiasma, sigo teniendo estudio allí, así que no me frenaría ni Trump ni nada.
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–Trump nos lleva a un asunto crucial en su obra: los migrantes. ¿De ahí viene su trabajo con maletas como en las instalaciones que presenta en Antequera?
–Fíjese, en 1974 preparo para la Bienal de Sao Paulo 'El emigrante muerto', que está en el Museo de Antequera, y en la última exposición que hice en el Centro Tomás y Valiente de Madrid presenté una instalación que se titulaba 'La valla de Melilla': una alambrada con las concertinas, harapos y abajo puse documentos... y me di cuenta de que todo aquello era exactamente igual al emigrante que había pintado 40 años antes. La emigración siempre me ha interesado y eso que ahora está mucho más presente que entonces.
–¿Pero cree que el arte puede cambiar el mundo?
–Hombre, lo que se dice cambiarlo… es muy difícil, pero puede servir, ayudar. Los que tenemos la posibilidad de ejercer la libertad, es un compromiso que tenemos que cumplir. Eso sí, el artista, aunque tenga ese compromiso social, al final lo importante es el valor intrínseco de la obra de arte. Eso es lo que queda.
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–Hablando de lo que queda. Con casi 80 años, ¿qué queda de aquel hijo de carbonero que prometió no volver al campo?
–Uf… Cuando pienso que voy a cumplir 79… Eso es tremendo. Pero fíjese que en arte ocurre el proceso inverso al de la vida. Ahora, desde el punto de vista creativo, de imaginación, de entusiasmo, soy mucho más joven, mucho más vanguardista que hace 30 años, cuando tenía 50. Por eso me divierte lo que voy a hacer en Antequera, porque además de las pinturas, voy a convertir el patio del siglo XVIII en una sala de exposiciones con una instalación que va a ser extraordinaria. Me está costando mucho, pero me estoy divirtiendo un montón.
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