De niño el cine me hizo feliz pero también me planteó un dilema misterioso. Cuando los sábados por la noche iba con mi familia a la sesión doble del cine Emporio, no comprendía que alguien que moría en una película resucitase en la siguiente como ... si tal cosa. Y no sólo eso sino que en los pocos minutos que duraba el descanso esa misma persona tenía tiempo para recorrer miles de kilómetros y cientos de años hasta plantificarse en la época actual y en el polo opuesto del planeta donde se hallaba en la película anterior. Un viaje fugaz través del tiempo y del espacio.
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Aún no he solucionado del todo este dilema. El otro día estuve cenando con los protagonistas de una película que acababa de ver y no fui capaz de hacerme a la idea de que eran las mismas personas. No sabía si hablar del presente o del pasado, de Málaga o la otra ciudad, del dolor o la alegría. Al final me dediqué a escuchar como suelo hacer siempre que tengo una conversación con personajes del cine. De vuelta a casa pensé que debería pasar lo mismo con las novelas y cruzarme por la calle con los personajes de la ficción. Alguna vez me ha sucedido, pero nunca con alguien que haya muerto en la novela anterior; ¿o quizá sí?, uno se pierde cuando entra en el mundo de la imaginación.
Mi padre nunca olvidó el día que estuvo con John Wayne, Rita Hayworth y Claudia Cardinale en el puerto de Barcelona. Lo escogieron de extra en la película 'El fabuloso mundo del circo' y salió en la escena en que el barco se hunde. Después pasó años yendo a los cines de reestreno para buscarse entre el gentío hasta saber de memoria el sitio y el momento exacto en que apenas se distinguía confundido entre la multitud. Yo nací ese mismo año y después Claudia Cardinale se convirtió en mi amor platónico de la adolescencia. Mi padre me llevaba al cine para que le viera en una esquina de la pantalla y yo sólo tenía ojos para Claudia Cardinale. Al cabo del tiempo, cuando yo era mayor que mi padre entonces, escribí esta anécdota en una novela. Nadie lo tomó en serio, probablemente porque no conocieron a mi padre y aunque lo conocieran no hubieran podido descubrirlo en tan solo un par de segundos.
Creo haber pasado más tiempo con actores y actrices a solas en la oscuridad que con el resto de amistades a lo largo de las veinticuatro horas del día. Ahora tengo la absoluta convicción de que la muerte no existe entre la gente del cine, tampoco la vejez. Lo sé porque ayer por la noche estuve con Claudia Cardinale y pude constatar que la vida se detiene con los amores platónicos.
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