![Amor tóxico y simulacro en 'La isla de las tentaciones'](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2025/02/14/filosofo2-kHwG-U230864700072pzE-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
![Amor tóxico y simulacro en 'La isla de las tentaciones'](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2025/02/14/filosofo2-kHwG-U230864700072pzE-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
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El filósofo Jean Baudrillard plantea que en la era del simulacro el amor no se siente, sino que se representa; no se vive, sino que ... se expone. Amar, en este contexto, es aislar al otro del mundo, borrar sus huellas, desposeerle de su sombra y proyectarlo hacia un futuro de dependencia. Reflexiones que encajan a la perfección con uno de los programas de máxima audiencia en estos momentos: 'La isla de las tentaciones'. En este 'reality', cinco parejas en supuesta crisis afrontan un encierro por separado para poner a prueba su fidelidad, rodeados de tentaciones cuidadosamente seleccionadas como si fueran la fauna más atractiva y letal del Edén. El resultado es siempre catastrófico y visceral, pero en esta octava edición algunas de sus escenas han trascendido a fenómeno viral mundial, instalándose en la cultura popular sin anestesia.
Estos concursantes, pertenecientes a la Generación Z, deberían encajar en los estudios que describen a su generación como más abierta, con mayor aceptación de la bisexualidad, más preocupada por el autocuidado que por el sacrificio amoroso, y con una tendencia hacia modelos de relación más diversos, lejos del paradigma monógamo tradicional. Sin embargo, en 'La isla de las tentaciones', este supuesto cambio en la manera de entender el amor no parece haber calado. Aquí el romanticismo radical y la exclusividad sexual no solo siguen vigentes, sino que se han radicalizado hasta el paroxismo.
El programa exhibe, sin filtros, todas las narrativas relacionales de las que convendría salir corriendo. Sentimiento de posesión sobre la persona amada, celos descontrolados, gritos e insultos, humillaciones, venganzas emocionales, rasgos psicopáticos de personalidad, necesidad de control y manipulación constante, dependencia extrema y pánico ante la independencia del otro. Un cóctel de emociones desbordadas y desprovistas de razón que, fuera de la televisión, son caldo de cultivo para dinámicas abusivas que pueden desembocar en malos tratos psicológicos y, en el peor de los casos, físicos.
Pero hay otro factor que alimenta la toxicidad en este laboratorio sentimental: el narcisismo de sus protagonistas. La mayoría, esculpidos en rutinas de gimnasio, operados desde los 18 años y obsesionados con una imagen que se impone sobre cualquier otro rasgo de personalidad. A esto se le suma una convivencia diseñada para la tensión: alcohol constante, oxitocina, dopamina y testosterona, verano eterno, una vigilancia ininterrumpida que anula cualquier resquicio de intimidad y una atmósfera hipersexualizada que convierte la caída en la tentación en algo casi inevitable.
Es innegable que los valores que transmite este 'reality' son, cuanto menos, problemáticos. Y su impacto en la audiencia más joven quizá no debería subestimarse. Pero tampoco hay que ser ingenuos: al final, esto no deja de ser un culebrón espectacular, más o menos guionizado, que capitaliza el morbo de las emociones extremas. En la vida real, es evidente que las relaciones deberían seguir otro camino si quieren ser tomadas con un mínimo de salud mental. Aunque, claro, si estos individuos optaran por vínculos más sanos y comprensivos, entonces no habría programa. Después de todo, la toxicidad vende más que la ternura.
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