Amelia Valcárcel. SUR

Amelia Valcárcel: «Los políticos no tienen que solucionar problemas. Basta con que no los creen»

La filósofa considera que «a veces llamamos nacionalismo a una enfermedad violenta» y critica el uso del velo: «Lo difícil no es ponérselo aquí, sino quitárselo allí»

Jueves, 12 de mayo 2022, 00:34

Amelia Valcárcel (Madrid, 1950) no se anda con rodeos. «¿De cuánto espacio disponemos?», pregunta antes de comenzar la entrevista. La filósofa, también vicepresidenta del Patronato ... del Museo del Prado y miembro del Consejo de Estado, dirige 'Diásporas', el ciclo que este viernes y sábado organiza el Centro Cultural La Malagueta para analizar el fenómeno migratorio desde diferentes perspectivas como la identidad social, la trata, el racismo y la transexualidad. Por sus ocho mesas pasarán pensadores como Manuel Cruz, Alicia Miyares, José Errasti, Javier Vallina y Najat El Hachmi. Considerada una de las principales autoridades del panorama intelectual español, honda e irónica, Valcárcel apremia: «Haga usted las preguntas, que ya veré yo cómo respondo».

Publicidad

–Algunos territorios se vacían mientras otros crecen sin freno. ¿Cómo encaja eso en los cacareados planes de sostenibilidad?

–Generalmente los políticos no tienen que solucionar problemas. Basta con que no los creen. Hay asuntos tan complejos que no tienen una solución a corto plazo. Y sabemos que la política sólo funciona a corto plazo porque nadie quiere tomar decisiones impopulares. El problema de la democracia, que es el mejor sistema político que tenemos, es que debes tomar decisiones para veinte años pero te eligen para cuatro. ¿Y qué hacen? Pues procuran no hacer nada que les hagan no durar más que cuatro años. Eso es un verdadero problema. Pero sabemos cómo funciona la demografía. En todo el planeta, la gente se está yendo a las ciudades. Pero ha ocurrido siempre desde que comenzó la revolución urbana. La diferencia es que antes la tasa de reposición demográfica en el campo era muy alta y la función de la agricultura era esencial. Ahora ya no.

–¿Pero no le parece un problema que haya un vaciado territorial?

–Recuerde que soy filósofa: voy a tomar las cosas desde un punto de vista peculiar. ¿A usted le enseñaron aquello de pensar las cosas desde sus causas últimas? ¿Cómo se fija población en un territorio si esa población no se quiere quedar? Lo que debes ofrecer, y esto sí es un problema político, son servicios suficientes a quienes decidan quedarse. Es la única manera de proteger los territorios. Todo lo demás no funciona.

–¿Existe la identidad social?

–Existen procesos identitarios. Una comunidad puede iniciar un proceso identitario, pero la identidad es otra cosa. Y, normalmente, la gente que se pregunta por su identidad es que la ha perdido.

Publicidad

–Si no, nadie bucea en esas profundidades.

–Porque la identidad es un estado no reflexivo. ¿Usted cree que los talibanes se preguntan si tienen identidad? Un tipo que nace en las montañas, a quien incluso Kabul le queda lejos, es como es, no es que haya decidido ser así.

–Es ser, no estar.

–Eso es.

–¿Qué opinión le merece el nacionalismo?

–Depende. Siempre he creído, y me va a resultar difícil cambiar, que el patriotismo es una virtud. Amar la patria es bueno. A veces creo que llamamos nacionalismo a cosas que se parecen más a una enfermedad violenta de la que algunos se aprovechan. Pero que alguien ame su tierra y su gente y se haga ideas sobre ello y ame cantar a la luz de la luna, como hacían los romanos, pues no está mal.

Publicidad

–Pero desvirtuado y apropiado, ese nacionalismo puede conducir a posiciones extremas.

–Usted quiere hablar mal de los catalanes, confiéselo.

–No es mi intención.

–No pasa nada. Podemos hablarlo. El enorme vigor nacionalista que hace que la gente crea que existe una medicina que todo lo cura y tiene como fin la independencia, que será un estado maravilloso con el que se acabarán todos los males... Cualquiera ve que eso es un pensamiento mesiánico. La humanidad siempre ha tenido pensamientos mesiánicos.

–Y hasta Mesías.

–El señor Pujol, con esa enorme capacidad de quedarse con dinero, era un Mesías muy raro. Los Mesías se supone que son gente sacrificada. Tiene algo de ridículo todo ello. Lo vemos, ¿no?

Publicidad

–Lo vemos.

–Pues si lo vemos es que lo tiene.

–Pero el nacionalismo español también se apropia de ese sentimiento identitario hasta pervertirlo.

–Los procesos sociales suelen tener como respuesta otros procesos sociales de parecida índole. He discutido, cuando todavía tenía ganas de discutir, con amigos catalanes. Les preguntaba: «¿Os dais cuenta de que vuestras posiciones encienden lo peor del nacionalismo español?». Me respondían que no era su problema. Tengamos todos claro qué hay por delante y dejémonos prender en la malla lo menos posible.

–¿Por qué tenemos miedo a lo diferente?

–Somos una especie bastante inteligente, yo diría...

–¿Sí?

–Andamos explorando los fondos cósmicos y eso, que yo sepa, los gatos no lo hacen. Ni siquiera saben cuántos planetas tiene el sistema solar, y eso que son animales inteligentes.

Publicidad

–Pero mire los pulpos, que manejan ocho tentáculos cuando a nosotros nos cuesta años de entrenamiento tocar una partitura en el piano a dos manos.

–Pongamos cada cosa en su sitio. Somos seres bastante inteligentes, y esa inteligencia normalmente juega a nuestro favor, pero a veces juega en contra. La ética ha sido una invención difícil que nos sigue costando sangre. Lo diferente... Lo diferente produce miedo. Ahí sí que la política tiene terreno de juego.

–¿Para qué?

–Para hacernos vivir con tranquilidad bajo buenas leyes, aunque eso ya lo decían en Atenas. Y no siempre hemos mantenido la calma, creo recordar.

–¿Cómo puede la inteligencia jugar en nuestra contra?

Noticia Patrocinada

–Nos hace ver al otro como diferente, como lo que no somos. No es ninguna especie de miedo atávico, sino producto de nuestra propia inteligencia, que quiere saber lo que tiene enfrente. ¿Usted no ha notado que a veces la inteligencia le bloquea?

–Pero, frente a lo diferente, uno puede tener una curiosidad sana o una reacción violenta.

–Separe al turista del ciudadano. Eres el turista, eres bienvenido. Suponemos que vienes con dinero suficiente. Nosotros somos los exóticos. Nos parece todo bien. Pero cuando ese «todo bien» llega a la casa de al lado... Por eso la ética disuelve la categoría de exótico. Nadie es exótico. Exotizar es una manera de mirar.

Publicidad

–El ciclo también aborda la transformación de la identidad sexual. ¿Qué le parece el movimiento trans?

–Para no liarla, cuando llegue la persona encargada de ese tema (José Errasti, que pronunciará la conferencia 'Sexo de origen y género de llegada) procure hacerle una entrevista. Pero que yo conteste sería un follón interminable...

–No me puedo creer que a alguien con su conocimiento y experiencia le preocupe dar una respuesta que acabe viralizada.

–No, no me preocupa. Pero no quiero que esta entrevista se centre en ese tema.

–¿No quiere opinar nada?

Publicidad

–Insisto, hágale una entrevista a Errasti. Es un tema que necesita mucha luz. Podemos hablarlo otro día, a solas. ¿Siguiente pregunta?

–Ahí va: ¿Oponerse al velo sería racista o feminista?

–Lo difícil del velo no es ponérselo aquí, sino quitárselo allí. Ese es el problema. Hablar de un signo que sólo porta un sexo, y que si allí no lo porta puede causar enormes problemas en contra de la libertad individual, ya viene respondido. Respeto a todas las mujeres que se quitan el velo en Irán y van a la cárcel. ¿Son feministas? Me parece que sí. Las niñas que, sea verdad o mentira, sacan un pañuelo y dicen que es su libertad..., ¿me merecen el mismo respeto que quienes se quitan el pañuelo en Irán? Pues verá, no. Me parece más honorable lo primero porque defienden sus derechos individuales. Ahí está todo dicho, teniendo en cuenta que mis ganas de dejarme enredar son muy pequeñas.

–¿Se ha pervertido el concepto de libertad? No siempre somos libres cuando creemos ejercerla.

–A falta de otros, tenemos a Miguel de Cervantes, fundador de la filosofía española. Escribió que la libertad es uno de nuestros más preciosos dones. Pocas veces tenemos que defenderla con la vida, afortunadamente. Cualquiera que use ese nombre en vano es un ser despreciable hasta donde ni imagina.

Publicidad

–¿Qué le parece que la estación de trenes de Málaga lleve el nombre de María Zambrano?

–Recuerdo que Magdalena Álvarez nos preguntó a unas cuantas. Me parece muy bien. España no ha producido tanto pensamiento...

–No, la verdad.

–Pero ha producido otras cosas. No nos minusvaloremos. Conquistó América, que fue un esfuerzo enorme. Me parece excelente recordar a María Zambrano.

–¿Cómo ha asistido a experiencias tan radicales como la pandemia y la invasión rusa a Ucrania?

–Llevamos tres jinetes del Apocalipsis. Primero vino la pandemia, que sería como la peste, y la padecimos con cierta capacidad de simpática llevanza. Hicimos lo que pudimos. Luego ha llegado la guerra y ahora vendrá la carestía. Casi tenemos un diez por ciento de inflación. Y del cuarto jinete no quiero hablar.

–¿Por qué?

–Por ser quién es.

–No lo recuerdo. ¿Quién es?

–Últimamente la gente no estudia religión... Y eso que usted habrá desfilado hace poco en Semana Santa.

–No crea.

–Entonces no estudia la santa religión desde la parte contraria, aunque desde esa parte es precisamente desde donde más hay que conocerla.

Publicidad

–¿El cuarto jinete no era el último?

–¿Y cuál es el último?

–¿La muerte? Voy a salir de aquí desesperanzado.

–No se preocupe. Yo no la cito, usted no lo transcribe y asunto concluido. Diga que llevamos tres jinetes y ya está.

–Ya veremos. Gracias por atenderme, Amelia.

–De nada. Espero que usted, en justa correspondencia, procure que pongan la entrevista en página impar, que es la buena, y que no nos caigan muchos chuzos por ella.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad