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«Que alguien me pegue una 'patá' en la espalda y me saque de aquí». Es la primera frase que Alessandra García dice al salir al escenario y en ella encierra todo el significado de la obra. Los 60 minutos que le siguen son ... una potente carta de presentación escénica, una demostración en vivo y en directo de por qué esta chica de barrio tiene que formar parte de la programación de los teatros.
'Mujer en cinta de correr sobre fondo negro', que este viernes se estrenó en el Echegaray dentro del 38 Festival de Teatro, es el original grito de una creadora que quiere ser escuchada fuera de casa y más allá del circuito alternativo en el que la encasillan por su interpretación arriesgada, su afán experimentador y su apuesta por otra forma de hacer escena.
En 'Mujer en cinta de correr sobre fondo negro', Alessandra García despliega todas sus habilidades en un intenso cara a cara con el público, con el que coquetea en muchos momentos. Habla de lo que sabe y conoce bien, de su propia identidad, de esa niña observadora con ganas de contar historias que nació en el Bulto, creció en Dos Hermanas y vive en Segalerva. Por eso el barrio es el eje central de esta obra, lo que le da pie a hacer una acertada radiografía del capitalismo, de las clases sociales, de las formas de ser, estar y vestir. Mordaz es su reflexión sobre las marcas y oportuna su reivindicación como agente cultural. Siempre con textos escritos por ella, con la dramaturgia de Ramón Gázquez.
Alessandra García retrata la vida en un vecindario, sus gentes, sus fachadas, sus motes, sus lenguas. Todo atravesado por un depurado sentido del humor y en todos los formatos posibles. Subida a una cinta de correr en funcionamiento, la actriz (y directora, creativa, performer y gestora cultural) describe en un ágil y rápido monólogo el 'ecosistema' de un autobús de línea, que bien podría ser el 17 Palma-Palmilla. Pero es que además escalará por una cuerda, jugará con una especie de pelota hinchable y se peleará con un artefacto de aire. Y eso mientras hace comedia, drama, performance, canto, baile (esto último con la ayuda de La Chachi). Incluso todo a la vez.
La propuesta, con Violeta Niebla como ayudante de dirección, deja varios momentos brillantes. Genial su imitación de los infinitos idiomas que conviven en los barrios obreros pasando de uno a otro sin transición y sin moverse de su sitio durante varios minutos. Y fantástica la sucesión de motes que inmortalizan a esas personas que han hecho de su defecto una seña de identidad.
Lo envuelve de una estética absolutamente contemporánea para la que ha contado con la colaboración de Beatriz Ros en la escenografía (acentuando la verticalidad, como los edificios de una barriada, y el color naranja, «como todo lo que está a punto de explotar», explicó García) y de Dela-Delos en el vestuario, que ha conseguido concentrar en ella a todas las gentes del barrio: los reflectantes del de Limasa, la mujer de la bata de guatiné, la merdellona, la marca falsa y la guerrera de videojuegos que va sorteando pruebas. Y Alessandra García ya ha pasado de nivel: este sábado repetirá en el Echegaray con las entradas agotadas. Esto ya se le queda pequeño. Por eso, al final de la función repartió postales con la imagen de la obra para que el público –que la aplaudió durante largo rato– las mande a programadores de toda España. «Sácame de aquí y llévame a un teatro», se lee. Háganle caso.
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