
Alberto Cortés desarma al Echegaray con su amor cursi y marica
'One night at the golden bar' ·
El dramaturgo malagueño dignifica la vulnerabilidad de un hombre enamorado con un lenguaje personalísimo que atrapaSecciones
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'One night at the golden bar' ·
El dramaturgo malagueño dignifica la vulnerabilidad de un hombre enamorado con un lenguaje personalísimo que atrapaAlberto Cortés se expone en todo. En esa escenografía sencilla, con un potro de gimnasia en el centro, un teclado a su derecha y nada ... a la izquierda. Las telas doradas del suelo son el único toque de exceso, el contrapunto glam de la escena. También en su vestuario, escasísimo por abajo pero voluminoso por arriba con una barroca camisa blanca. Como un ángel contemporáneo. Pero, sobre todo, Alberto Cortés se expone en lo que dice y en cómo lo dice. Y con esas maneras tan suyas, tan únicas, desarmó al Echegaray, con el patio de butacas al completo para el estreno en casa de 'One night at the golden bar' en el 40 Festival de Teatro.
Alberto Cortés dignifica la fragilidad y la vulnerabilidad que esconde el amor, ese que te atrapa hasta las trancas y te hace decir frases cursis, irracionales, exageradas. «De la cárcel se sale, de ti no». Y lo reivindicó desde una perspectiva marica, la suya, la del hombre al que no le da miedo ni vergüenza expresar sus sentimientos. La de la persona, en realidad, que todos deberíamos ser.
Para contarlo, el creador malagueño tira de todos los recursos que ha ido recopilando tras años de investigación escénica desde los márgenes. Por momentos es pura poesía, incluso hablando de rabos, prepucios y sobacos. Porque también hay mucho lirismo en el sexo. Por otros, es una performance que pone a prueba al público, con ratos de silencios que a alguno puede desconcertar y con interpelaciones directas al espectador. Alberto Cortés es experto en derribar la cuarta pared, lo lleva haciendo años, desde que fundara Bajotierra con Alessandra García allá por 2009.
Tiene, además, algo de musical, con el artista entonando canciones inventadas que completan sus frases, con el acompañamiento al teclado de César Barco Manrique. Pero también hay mucho de danza y de lenguaje corporal en su singular manera de moverse en escena, de gesticular con cada expresión de amor eterno y hasta de montarse en el potro. Maravilloso el baile que se marca durante varios minutos a lo Ana Torroja con la melodía de 'La fuerza del destino' de fondo, la canción de donde viene el título de la obra («Nos vimos tres o cuatro veces por toda la ciudad. Una noche en el Bar del Oro me decidí a atacar») y un infalible guiño ochentero, su generación y la de muchos de los que se sentaban en el teatro.
Todo eso atravesado de humor –fueron reiteradas las carcajadas– por lo ridículo de algunas de esas declaraciones de amor, por las cursiladas que soltaba, por lo explícito de ciertas expresiones. Y el combo funciona, consigue que el espectador no aparte la mirada de su cara ni de su cuerpo, y que incluso deje de toser en estos tiempos de virus y enfriamientos. Una obra que, entre risas y bailes, invita a una reflexión crítica sobre lo que significa la masculinidad y sobre la mirada amenazante que apunta a quienes huyen de ella. No esconderse y mostrarse es el mejor contraataque. Y eso es 'One night at the golden bar', un gol por la escuadra.
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