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Vive desde hace años en Túnez, pero la declaración del estado de alarma por la propagación del virus covid-19 le pilló de vacaciones junto ... a su mujer en un pequeño pueblo de Ávila. Desde ese confinamiento «muy llevadero» reflexiona el escritor y filósofo Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) sobre la pandemia y sus peligros más allá de la cuestión sanitaria. Autor de libros como 'Leer con niños' o 'Capitalismo y nihilismo. Dialéctica del hambre y la mirada', Alba Rico aboga por un nuevo contrato social para abordar la salida de la profunda crisis que enfila la humanidad.
-En uno de sus últimos artículos en prensa reflexionaba sobre el cambio de tornas en las cuestiones que ahora consideramos esenciales y animaba al lector a realizar una lista de sus asuntos cruciales. ¿Está haciendo la suya?
-Sí, claro. A lo largo de estos días todos hemos ido pensando en qué cosas de pronto nos parecen esenciales, bien porque no nos habíamos percatado de hasta qué punto lo eran o bien porque cosas que naturalmente hacíamos ahora nos están vedadas. Además, a esa brevísima lista hay que añadir algunas cuestiones más: hemos descubierto la limpieza del aire, las aguas de Venecia no contaminadas, las estrellas a través de la ventana, pájaros que no se atrevían a sobrevolar las ciudades. Creo que es una manera de reconocer algo esencial que tiene que ver con cómo en los últimos años hemos vivido las consecuencias de políticas y de un régimen de producción económica que deterioraban las condiciones mismas de la vida. Y se me ocurren más cosas importantes para lista. El otro día me comentaba un amigo médico que se había producido durante los días de confinamiento una drástica disminución de los infartos y de los ictus más graves. Creo que es otro de los asuntos fundamentales que debemos abordar: plantearnos la propia medicina. Es una ocasión para desmedicalizar la vida. Eso implica reflexionar sobre el papel fundamental de la atención primaria y sobre si queremos una vida permanentemente medicalizada, con unos niveles de intervención médica y farmacológica altísimos, que se corresponden también con a la necesidad de soportar vidas que no eran tan felices como creíamos.
-Pues justo una de las reflexiones que parece hacer fortuna estos días viene a decir: 'Éramos felices y no lo sabíamos'. ¿No lo comparte?
-Creo que era más bien todo lo contrario. Estamos descubriendo que esa normalidad no era tan satisfactoria y que quizá esta transición dolorosa debería ir acompañada de una reflexión sobre si queremos o no volver a esa normalidad, que estaba basada en la proletarización del ocio, en poner nuestro tiempo libre en otras manos, en una industria del entretenimiento asociada a las nuevas tecnologías que habían puesto fuera de juego, ilusoriamente, la propia corporeidad y la muerte. De pronto nos ha ocurrido algo que siempre ocurría en otro sitio, a otras personas, y creo que es una buena ocasión para preguntarnos si éramos realmente felices. Hay un deseo transversal de librarse lo antes posible de la amenaza del coronavirus, pero no diría yo tanto de un deseo de volver allí donde estábamos.
-Habla de la desconexión con nuestro propio cuerpo, un asunto que ha abordado con especial dedicación en su libro 'Ser o no ser (un cuerpo)'. Ahí reflexionaba sobre la sensación de irrealidad permanente provocada por una relación con el mundo basada en las pantallas y ese diagnóstico parece enlazar con la gestión emocional que buena parte de la población está haciendo de la actual crisis sanitaria.
-Es cierto. Llevo toda mi vida trabajando sobre esa relación entre mercado, tecnología y muerte. Todos hemos tenido esa sensación de irrealidad, que tiene que ver con el hecho de que en las últimas décadas hemos vivido separados de nuestros propios cuerpos, de sus procesos de corrupción y decadencia. Y todo esto vinculado a las pantallas, a un contexto tecnológico que ha desplazado el cuerpo como eje antropológico de nuestra vida y de nuestra experiencia. Hemos vivido en esta ilusión de 'descorporeidad' que de pronto se rebela completamente engañosa. Uno de los peligros que existen ahora consiste en que caigamos en la trampa de alguien que nos garantice la invulnerabilidad. Lo que demuestra esta pandemia es precisamente eso: no hay ningún poder ni médico ni político que nos pueda garantizar la inmortalidad y hay que aprender a vivir con eso, como hay que aprender a construir las bases de un nuevo contrato social a partir de esa imposibilidad de una seguridad total.
-¿Cree que se están poniendo en peligro las libertades civiles con el argumento de una hipotética seguridad?
-Veníamos de un mundo ya muy debilitado en términos democráticos. Desde el año 2012 o 2013 vivimos un proceso de 'desdemocratización' y llegamos así a esta pandemia. El desafío para los gobiernos del mundo y para las poblaciones del mundo es el de construir una gobernanza mundial que haga compatible el enfrentamiento con una catástrofe y la conservación y profundización de los derechos y las libertades civiles. Tenemos que aprender a abordar las catástrofes de manera democrática, porque la peor catástrofe que le puede ocurrir al mundo es la de renunciar a las libertades civiles y democráticas en favor de una seguridad total completamente ficticia que sólo pueden aprovechar los poderes más sospechosos y peligrosos.
-Y en este escenario, ¿augura que los populismos saldrán ganando o perdiendo?
-Creo que los destropopulismos pueden salir ganando. Lo estábamos viendo ya en algunos lugares del mundo. Hay un riesgo grande de que sean las alternativas menos democráticas las que acaben atrayendo el voto. Pensemos por ejemplo en lo que puede significar el nuevo prestigio de China, como el primer país que sufrió la pandemia y el que lo solucionó de una manera muy expeditiva, pero, en apariencia, con bastante éxito. Está ahí la tentación de renunciar a la libertad en favor de la seguridad y esa tentación la van a aprovechar las fuerzas menos democráticas.
-De otro lado, países como Nueva Zelanda, Islandia o Alemania parecen afrontar la pandemia con altos niveles de eficacia estando gobernados por mujeres. ¿Cree que la crisis sanitaria puede actuar como palanca igualitaria en los gobiernos del mundo?
-Aún es pronto. No sabemos muy bien por qué han resultado más efectivas unas políticas en unos países que en otros y eso necesitará meses o años de estudio, pero sí hay una cosa importante que tiene que ver con lo que decía antes. Precisamente porque hemos vuelto a descubrir nuestra vulnerabilidad, es muy necesario plantear las políticas a partir de los cuidados y de la protección recíproca y ese universo es algo que siempre hemos asociado a las mujeres, porque históricamente son las que se han ocupado de esas cuestiones. Por eso es muy necesario, en todo caso, pensar en un mundo desmasculinizado, en un contrato social en el que la visión del mundo que habitualmente hemos asociado a las mujeres domine sobre la que hemos asociado con los hombres, que tiene que ver con la velocidad, la beligerancia y la urgencia.
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