Del rey ajusticiado al músico sifilítico: Carlos I de Inglaterra y Franz Schubert
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El diecinueve de noviembre del año 1600 nacía, en el escocés palacio de Dunfermline, Carlos Estuardo y moría en Viena Franz SchubertTERESA LEZCANO
Málaga
Domingo, 19 de noviembre 2017, 01:45
Tal día como hoy nacía Carlos I de Inglaterra, que a los tres años aún no caminaba ni decía esta boca principesca es mía, y moría Franz Schubert, que nunca consiguió en vida estrenar ni publicar obra operística u orquestal alguna.
El diecinueve de noviembre ... del año 1600 nacía, en el escocés palacio de Dunfermline, Carlos Estuardo, segundo hijo varón de los nueve vástagos que el rey Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra había engendrado en el vientre danés de su esposa Ana. Comoquiera que Carlitos era un niño que a los tres años ni caminaba ni decía esta boca principesca es mía, los reales progenitores lo mantuvieron apartado de la corte inglesa hasta que el heredero a la corona, su hermano mayor Enrique, murió de tifus pese a correr como un galgo kentiano y hablar como una cotorra de Cornualles, y el benjamín, que mientras tanto había aprendido a andar y a hablar, se convirtió en príncipe de Gales y, tras la muerte de su padre en rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, oficio que lo mantuvo regiamente atareado a lo largo de los años siguientes: que si le declaro la guerra a España por un quíteme allá esos golfos gaditanos; que si me enemisto con Francia al dar apoyo a sus hugonotes; que si clausuro el parlamento por no parlamentar en mi mismo idioma universalmente tiranizante; que si se me rebelan los obispos porque no les place el nuevo libro de oraciones que les he diseñado; que si se me sublevan los escoceses porque no les gustan mis impuestos carlistas; que si se me revuelven también los irlandeses para no ser menos que los escoceses; que si ahora se me revolucionan además los ingleses alegando estar hasta el bun, es decir hasta el moño, de mis reales caprichos, y me enguerran civilmente en menos que canta un gallo oxoniense; que si me confinan de castillo en castillo como en una mayestática gira y me enjuician como a un plebeyo; que si me decapitan y exhiben mi cápita antes de que llegue Oliver Cromwell y me la recosa para enterrarme de una pieza en Windsor... What the fuck?
Doscientos veintiocho años después del nacimiento dunfermliniano de Carlos, moría en Viena Franz Schubert, que nunca consiguió en vida estrenar ni publicar obra operística u orquestal alguna, y cuya música tuvo que esperar hasta finales del siglo diecinueve, cuando el compositor llevaba ya varias décadas criando malvas vienesas, para ser reconocida y aupada al Olimpo artístico. Schubert, cuya vida siempre estuvo llena de muerte desde que de sus trece hermanos se le murieron once y el decimotercero a su vez liquidó a la madre parturienta, comenzó siendo cantante soprano en la escolanía de la Catedral de Viena hasta que le cambió la voz y, a la vez que se desopranizaba vocalmente, fue ipso facto desescolanizado y descatedralizado. Fue entonces cuando empezó a componer y contrajo la sífilis en admirable simultaneidad, y si bien la falta de reconocimiento de lo primero lo melancolizó hasta grados extremos, los efectos de la segunda le amargaron la existencia lo suficiente como para escribir sus piezas magistrales y, mientras la espiroqueta treponema pallidum iba ulcerando sus órganos sexuales, Franz iba tecleando impromptus y sonatas para piano; mientras el mal que en Italia, Alemania y Reino Unido se conocía como “enfermedad francesa”, en Francia como “mal napolitano”, en Rusia como “enfermedad polaca” y en Polonia como “enfermedad alemana” iba lesionando su sistema nervioso y su aparato circulatorio, Franz ideaba cuartetos y quintetos para cuerdas y dejaba inconclusa la Sinfonía homónima ya que, por si no tenía suficiente con la espiroqueta sifilítica, también se le arrimó más de la cuenta la bacteria neisseria gonnorhoeae que, como genuina gorrona gonoreica dio buena cuenta de su sistema inmunitario, circunstancia que no desaprovechó una cepa de salmonella enterica que pasaba por allí para exhalarle su fiebre tifoidea a la cara austriaca y rematar los treinta y un años del músico en un concierto de gastroenteritis para flauta y oboes, e insuficiencias hepáticas vía adagios y allegros. Ma non troppo, dadas las circunstancias.
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