Borrar
Sr. García .
El juglar del ajedrez errante

El juglar del ajedrez errante

Cuentos, jaques y leyendas ·

El belga George Koltanowski, amigo de Marcel Duchamp y Humphrey Bogart, dominó como nadie el arte de jugar a la ciega

MANUEL AZUAGA HERRERA

Domingo, 31 de octubre 2021, 01:54

El 5 de marzo de 1952 Humphrey Bogart viajó a San Francisco para ver el estreno de 'La reina de África' (1951), obra maestra del cine de aventuras que protagonizó con Katherine Hepburn. El periódico 'San Francisco Chronicle' aprovechó su paso por la ciudad para organizar un encuentro de ajedrez entre Bogart, gran aficionado, y George Koltanowski, un belga afincado en Estados Unidos que escribía columnas semanales sobre el noble juego. Koltanowski era conocido por su asombrosa habilidad para jugar a la ciega, es decir, sin ver el tablero. Cuando a Bogart le propusieron jugar contra Koltanowski, aceptó de inmediato. Hay una fotografía en blanco y negro en la que vemos a Koltanowski sentado sobre una mesa, con los ojos cerrados y el entrecejo fruncido, como si le doliera el estómago. Koltanowski está de espaldas a Humphrey Bogart, quien escruta la posición de la partida. Delante de Bogart, un señor calvo con gafas y tirantes se encarga de mover las piezas blancas. Su único cometido es realizar cada una de las jugadas que Koltanowski le vaya cantando: «¡Alfil efe cuatro!». También debe anunciarlas jugadas del bando negro: «¡Enroque corto!». De esa forma, Koltanowski puede visualizar lo que está ocurriendo en el tablero. La batalla duró 45 minutos y Bogart, tras un hermoso golpe táctico, mordió el polvo de la derrota. «No había jugado en serio desde hace dos años», se disculpó Humphrey. Por su lado, Koltanowski definió el juego de su rival como «una verdadera amenaza». Y añadió: «Este tipo es peligroso, y no estoy bromeando». Así que Bogart, a pesar de la derrota, se sintió muy halagado: «Hasta otra, campeón. Y ven a verme al cine». Si buscan y revisan en internet el desarrollo de este encuentro, disfrutarán de la magia de un genio incomparable, George Koltanowski, el juglar del ajedrez errante.

Koltanowski nació en Amberes, en 1903, en el seno de una familia judía de origen polaco. Aprendió a jugar viendo cómo su padre, un respetado cortador de diamantes, se enfrentaba en casa al mayor de sus hermanos, al primogénito. En el verano de 1914 el ejército alemán invadió Bélgica, país neutral, con la idea de llegar más fácilmente a la frontera con Francia. Temerosa, la familia de Koltanowskibuscó se refugio en Holanda. Para mayor drama, el pequeño Kolty se infectó un pie con una astilla y sufrió numerosas operaciones. Los médicos sopesaron amputarle las dos piernas, pero finalmente no lo hicieron. Eso sí, Koltanowski permaneció en cama dos años y, al parecer, esta convalecencia fue clave para que el chico desarrollara una memoria realmente formidable.

Koltanowski nacio en Amberes, en 1903, en el seno de una familia judía. El ajedrez le salvó del holocausto

En 1960, rizó el rizo de lo imposible. Jugó a la ciega contra 56 rivales de forma consecutiva

Con 17 años, Koltanowski visitó con un amigo la Universidad de Gante para presenciar una exhibición de ajedrez a cargo del jugador serbio Branco Tchabritch, quien jugó dos partidas con los ojos vendados. «Pensamos que era imposible, que sería un montaje», escribió Kolty. Llevado por la incredulidad, Koltanowski preguntó a los organizadores si Tchabritchse atrevería a jugar contra él y su amigo. El serbio aceptó el reto y logró hacer tablas con ambos. Koltanoswkiseguía sin poder creerlo. Le preguntó a Tchabritch cómo demonios lo hacía. «Es fácil», le respondió.«Simplemente dibujé un tablero de ajedrez en el techo de mi habitación. Luego, cada mañana, al despertar, practicaba con alguna apertura, hasta que pronto me di cuenta de que podía visualizar el tablero, sin mirarlo, y proyectar en él partidas completas». Cuando Koltanowski volvió a casa, dibujó un gran tablero blanco y negro en el techo de su habitación.

El padre de Koltanowski descubrió el gran tablero pintado y le pidió a su hijo que buscara un modo más sencillo de practicar a la ciega. Pero para entonces, George ya había aprendido lo básico: «Sólo tenías que darme el nombre de una casilla, por ejemplo f2, d6 o d7, para que te dijera su color sin dudarlo ni un segundo». Al poco, Kolty era capaz de secuenciar una partida con relativa facilidad, por lo que se aventuró a jugar con los ojos tapados contra tres oponentes. «Superé la prueba con éxito», señaló Koltanowski. En su opinión, todo el mundo juega al ajedrez a la ciega sin saberlo: «Siempre que estás sobre el tablero, te preguntas: ¿Qué hago si el rival hace esto? De hecho, en el transcurso de una partida has visualizado decenas de posiciones que nunca aparecen en el tablero. Y esta es la esencia misma del ajedrez a la ciega». Además, Kolty aseguraba que con esta práctica cualquier aficionado podía mejorar su nivel de juego más que con un libro de texto, y «de una manera más agradable». «Inténtelo usted mismo», nos propuso.

En el fondo, la historia de Koltanowski es tan fortuita que me recuerda a un poema de Borges, cuando dice: «Yo, como ella, muero de infinitosdestinos que el azar no me depara». Koltanowski protagonizó todo tipo de aventuras. En 1923, conoció al artista Marcel Duchamp, quien había decidido viajar a Europa desde Nueva York para convertirse en ajedrecista profesional. Kolty venció a Duchamp en el tablero, en una partida preciosa, pero ambos sellaron, desde el primer momento, una profunda amistad. Ese mismo año, el joven Koltanowski sirvió en el ejército belga durante la ocupación militar del Ruhr. Se pasó el tiempo jugando al ajedrez y pelando patatas. «Los solados pasaban hambre» -dijo Koltanowski- «porque cada vez troceaba las patatas en cuadrados más pequeños». En julio de 1934, Kolty fijó su residencia en Barcelona. Por un tiempo, dio clases en el Club de Ajedrez de Barcelona, hasta que oyó el sonsonete de la Guerra Civil y, con buen criterio, decidió marcharse. En todo este tiempo su fantástica habilidad para jugar a la ciega alcanzó límites sobrehumanos. El 20 de septiembre de 1937 Koltanowski jugó contra 34 tableros en Edimburgo. Tras más de 13 horas de esfuerzo, ganó 24 partidas y no perdió ninguna disputa. Esta proeza dio la vuelta al mundo y su nombre apareció en todos los medios. El ritmo diario de Kolty era endiablado. Jugaba torneos y ofrecía simultáneas allí donde lo llamaban. Por la noche, descansaba una media de cinco o seis horas, no más, y vuelta a empezar. En 1938 viajó a Canadá, y desde allí recorrió buena parte del continente. Esta circunstancia le salvó la vida, pues mientras jugaba al ajedrez en Guatemala las tropas nazis pisaron territorio belga. Mundo loco. Algunos parientes de Kolty murieron en el Holocausto. Koltanowski, por fortuna, pudo viajar a los Estados Unidos, donde pasó el resto de sus días.

Juglar del ajedrez errante, Koltanowski saltó, como pudo, por el tablero de la vida. En 1942, en Nueva York, se reencontró con su amigo Marcel Duchamp. El francés tenía un estudio muy cerca de donde vivía George y le propuso crear una asociación itinerante de ajedrez, la 'Greenwich Village Chess'. En marzo de 1944, Kolty derrotó a Duchamp en una partida amistosa y éste, en señal de amistad, le regaló una pipa geométrica (uno de sus 'ready-made') con su nombre inscrito: «M.Duchamp, 1944». Koltanowski jugó a la ciega contra los amigos de Duchamp en 'TheImagery of Chess', una exhibición celebrada en la galería de arte de Julien Levy, un tipo que quería ser director de cine pero que acabó siendo el mayor mecenas del movimiento surrealista estadounidense.

En 1944, también en Nueva York, Koltanowski conoció a Leah, una mujer menuda de Massachusetts con la que, curiosamente, tuvo una cita a ciegas. Un año después se casaron y se trasladaron a San Francisco, donde Koltanowski empezó a escribir en las páginas del 'San Francisco Chronicle'. Su columna sobre ajedrez se mantuvo durante más de 50 años, hasta su muerte en el año 2000, con 96 años. Todo un récord. Leah nunca aprendió a jugar al ajedrez –«Sería una ajedrecista del montón, si lo hiciera», confesó–, pero ayudó a su marido a contestar las más de 2000 cartas al mes que los lectores enviaban al periódico. En el apartamento del matrimonio en Cathedral Hill todo tenía una estética ajedrezada: las paredes, los libros, los interruptores de la luz... Se cuenta que Koltanowski bebía un whisky que vendían embolsado en sacos de tela púrpura con el único propósito de guardar en esos sacos las piezas de ajedrez.

En 1960, Koltanowski rizó el rizo de lo imposible. Jugó a la ciega contra 56 rivales de forma consecutiva, con diez segundos por jugada. Lo increíble es que ganó 50 de las partidas y empató seis. Para colmo de todos los prodigios, Kolty ejecutó, sin mirar el tablero, el problema del salto del caballo, en el que se debe pasar por todas las casillas sin pisar dos veces el mismo escaque. A continuación, pidió a los asistentes que escribieran sobre cada casilla un número de teléfono, un nombre, lo que quisieran. Koltanowski se dio solo dos minutos para memorizar la información. Después, volvió a realizar el recorrido del caballo, pero en esta ocasión pronunció, sin fallo, lo que el público había escrito en cada una de las casillas. Un día le preguntaron a Leah por el secreto de la extraordinaria memoria de su marido: «No sé cómo lo hace», –reconoció– «ni siquiera se acuerda de comprar una barra de pan en el supermercado».

Le cuento a Fernando Rodríguez de Fonseca, catedrático de Psicobiología e investigador en Neurobiología del Instituto IBIMA de Málaga, las hazañas de Koltanowski. De Fonseca interpreta la sorprendente habilidad de Koltanowski desde un enfoque científico: «Algunos de estos casos de hipermemoria se dan en un contexto de trastorno del espectro autista y operan como un mecanismo de compensación de otros déficits cognitivos. Y esto puede coexistir con altas capacidades, como es el caso del virtuoso pianista Glenn Gould, del que se dice que padecía Asperger». Y añade: «Por tanto, hay que tener claro que para ciertas tareas como la música y el ajedrezpuede ser muy útil tener una hipermemoria, pero ésta es un rasgo asociado a perfiles con alteraciones del desarrollo cerebral». Koltanowski, que hablaba ocho idiomas, lo explicaba a su manera: «Mi mente es un disco de gramófono. Cuando quiero saber qué movimientos se han hecho, pongo en marcha el disco en mi cabeza. Luego escucho. Y cuando la partida termina, todas las jugadas se borran, automáticamente».

En nuestra conversación, Fernando me ha recomendado la lectura de 'Funes el memorioso', el cuento de Borges. Al fin y al cabo, todo empieza y acaba en Borges.Le hago caso, pero me detengo una y otra vez en este pasaje: «Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. […] En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra». El mundo de Funes es el mundo de Koltanowski. Una emoción extraña me obliga a comprobar el título del cuento. Entonces leo:

'El juglar del ajedrez errante'.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur El juglar del ajedrez errante