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Francisco Martínez González
Sábado, 8 de marzo 2025, 12:56
Que 'Aida' de Verdi es magistral integración de luz y nocturnidad, de conflicto político y pasión privada, de triunfos monumentales e íntimas derrotas que conducen ... al éxtasis, es cosa difícilmente discutible. Desde su estreno en la Ópera de El Cairo, el público y los especialistas han premiado este título, que inaugura la tercera y última etapa del compositor, con la más alta de las estimas. Recrear ese portento de sobriedad, acertar a darle la adecuada proporción a los distintos espacios de dramaticidad que plantea el libreto, articular un montaje que haga justicia a las pretensiones de un orientalismo exquisito con dejes de 'grand opèra' y a un núcleo argumental que culmina en dúo de trascendencias cuasi tristanescas, ese es el desafío de toda imaginación a su servicio. Por eso quisiéramos destacar en primer lugar el trabajo en la dirección de escena de Vivien Hewitt, que, inspirándose en el trabajo del mítico Zeffirelli, ha conseguido proponer un Egipto vivo y operante para acoger en su seno a Verdi.
Una vez planteado el espacio de resonancia, las cuerdas que en él habían de vibrar estuvieron todas en armónico orden de batalla. Rocío Ignacio compuso una Aida sobresaliente, bien ordenada en las complejas romanzas que dan cuenta de los polos que desgarran al personaje, como la famosa 'Ritorna vincitor'. Su recreación de la protagonista se fue creciendo con el curso de la representación. Jorge de León, en el papel de Radamés, convenció ya desde su 'Celeste Aida' con un fraseo elegante, equilibrio de registros y una emisión segura y bien timbrada en los agudos. Olesya Petrova (Amneris) estuvo soberbia: desde sus impresionantes arias de 'vendetta' hasta las últimas en las que expresa conmovedoramente la purificación por el amor. Su voz es un gozoso desbordamiento que vadea escollos de luz aun en los más profusos concertantes. De nuestro Carlos Álvarez, Amonasro, imponente siempre en su presencia escénica, diremos que consiguió desplazar parte del centro de gravedad dramático hacia el tercer acto. Todo el dúo con Aida fue testimonio del esplendor en el que sigue inscrito este artista total. El Ramfis de Rubén Amoretti proyectó cabalmente la implacabilidad de su personaje, como también hizo Luis López con su magnífica interpretación del rey de Egipto.
La dirección musical de Óliver Díaz tejió con buen criterio la sutil taracea de los preludios, comandó con seguridad a solistas y coro, y esculpió volúmenes con certera mano. El coro Intermezzo estuvo a la misma altura de excelencia, en la que integramos también a los partiquinos Francisco Arbós (mensajero) y Laura Orueta (sacerdotisa), así como a la Banda interna y el cuerpo de baile liderado por Zaida Ballesteros, labores que con encomiable acierto han sido confiadas a gente de nuestros centros superiores de enseñanza.
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