La memoria, esa cualidad tan valiosa, funciona a veces como un espacio de irrealidad, un híbrido entre el recuerdo y la imaginación que da forma a un ideal que casi siempre cae en verano. La directora y guionista escocesa Charlotte Wells, que en algún momento ... de su infancia fue una 'guiri' en la costa, ensimismada en la mera pronunciación de la palabra Torremolinos, reconstruye un suvenir alterado de un viaje sentimental entre una hija y un padre y de una relación llena de muros y de pantalla total: 'Aftersun' es el resultado de la construcción de ese recuerdo de un verano.
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Esta película que no se olvida está llena de fragmentos y parece narrar unas vacaciones a finales de los noventa en un 'resort' que está en Turquía, pero que podría situarse en cualquier lugar de la costa del Mediterráneo al que van tantos británicos buscando el sol y el relax, pero con poca interacción con el entorno. La inmersión es mínima, ya sea en el plano social, cultural o gastronómico; personas en tiempo de ocio que se han desplazado a miles de kilómetros de sus casas para seguir rodeadas de aquello que ya conocen y que, en el caso de las vacaciones, no es experimental, sino una forma de aislamiento, como si estuvieran confinados en un paraíso. Unas vacaciones 'low cost' en lugares imprecisos que fueron diseñados en exclusiva para el esparcimiento de la clase trabajadora, con billares, karaoke y animadores que lo dan todo en el escenario junto a la piscina. Pero 'Aftersun' no habla solo del turismo. También es la historia de una depresión, de las relaciones familiares, del intento frustrante de rememorar el recuerdo de un verano capaz de cambiar toda una vida o de lo que queríamos ser de mayores cuando teníamos 11 años. Y de las ganas de Torremolinos que se tienen cuando no se está cerca.
'Aftersun', estrenada hace algunas semanas, todavía en la cartelera del cine Albéniz y en exclusiva en la plataforma Mubi hasta que llegue a alguna otra, ha suscitado las mejores críticas de la temporada en muchos medios especializados y tiene todas las bazas para arrasar en los premios del cine independiente. La película es una serie de decisiones nada convencionales, levantadas sobre un guion sutil que dice mucho más de lo que cuenta y una consecución de planos memorables. La química entre los actores protagonistas es esencial para este éxito. Al padre le interpreta Paul Mescal, que deslumbró en la exquisita miniserie irlandesa 'Normal People'. La hija es Frankie Corio y esta es su primera película. La cámara que lleva la niña (que también es, al mismo tiempo, protagonista y directora de la película) no busca conservar la imagen sino asentar el momento; es la certificación de la experiencia que también propone el 'selfie'. Esperar a que la imagen se nutra de luz como en una polaroid. En la banda sonora suenan el 'Losing my religion' de REM, el 'Under Pressure' de Queen y Bowie, 'La Macarena' de Los del Río, Blur y Aqua: unas vacaciones horteras y bonitas, como las mejores y estos recuerdos se entrelazan con el presente que busca el perdón, con una fiesta de tecno duro donde solo se puede bailar, con el primer amor que marca el final de la infancia y con una pérdida que nunca jamás va a poder ser reemplazada por otra cosa. Una vez que se entra en esta película solo se pude salir de ella totalmente desarmado, como si se hubiera perdido sin remedio todo, excepto la memoria, que también albergará el mejor verano y ese plano final que no deja escapatoria.
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