Noelia Losada, Francisco Salado, Elías Bendodo, Mariluz Reguero, Patricia del Pozo y José Ángel Narváez, en la presentación. Salvador Salas
La Aduana para Chicano
Arte ·
El Museo de Málaga inaugura al fin sus salas de exposiciones temporales con un ambicioso proyecto en torno al artista que también da nombre a estos espacios y que capitaneó la reivindicación ciudadana del uso cultural del edificio
El montaje de una exposición puede seguir, en esencia, dos criterios básicos. Hay miles, claro, tantos como maneras de pensar un proyecto; pero al final todos pueden desembocar en dos cauces esenciales: el cronológico y el temático. En muy contadas ocasiones, hay quien se atreve a combinar ambos. Pero lo que resulta, en rigor, excepcional, es cruzarse con una exposición que navega contra la corriente de lo establecido, de lo visto una y mil veces bajo distintas apariencias, para ofrecer una travesía propia y, por tanto, azarosa. Es lo que pone ante los ojos 'Eugenio Chicano, siempre', la muestra inaugurada este lunes como un «acto de justicia» del Museo de Málaga al artista fallecido hace año y medio. Justicia por varios motivos. Porque Chicano da nombre a las salas de exposiciones temporales que, por fin, abren sus puertas en la Aduana cuatro años y medio después de la inauguración del museo. Porque Chicano lideró aquella reivindicación ciudadana que reclamó y consiguió el uso cultural de este inmueble bajo el lema creado por él mismo 'La Aduana para Málaga'. Y porque, a la postre, 'Eugenio Chicano, siempre' representa el mejor homenaje que podía recibir el autor: una exposición indómita en su ambición intelectual y bellísima en su factura estética.
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Y lo hace, conviene reiterarlo, nadando contra la corriente de lo previsible. «A ritroso», por emplear la expresión italiana usada por el catedrático de la Universidad de Málaga (UMA), Eugenio Carmona. El giro significa 'hacia atrás', pero también 'a contrapelo', como deja la piel y la memoria el primer encuentro del montaje en quienes tuvieron la dicha de compartir en vida la experiencia de frecuentar a Chicano en su estudio. Ahí están los botes de lápices y pinceles, el rulo con los relojes de pulsera, el sillón negro donde solía sentarse Chicano, frente al sofá reservado a los amigos... «Hemos querido plantear una evocación del estudio de Eugenio Chicano, no una recreación para no caer en la tentación del fetichismo», comparte Carmona, artífice junto a Mariluz Reguero, gestora cultural y viuda del artista, de la muestra que ofrece hasta finales de noviembre un reencuentro con Chicano emocionante y cabal.
Porque puede decirse que 'Eugenio Chicano, siempre' está planteada a imagen y semejanza de su protagonista, inasequible a las modas y personalísimo siempre. Porque cuando la modernidad parecía cobrarse el peaje del informalismo y la abstracción, Chicano se amarró al mástil de la figuración; cuando la vanguardia denostó la tradición, Chicano se enfundó el sombrero de verdiales y desenfundó la guitarra flamenca; cuando algunos quisieron hacer tabla rasa, Chicano miró con mayor fijeza a los maestros para llevarlos a su terreno. Todo eso está en las salas de exposiciones de la Aduana planteado con una exquisitez digna de su protagonista porque, bajo la primera apariencia de color y viveza se encierra una carga de profundidad irrenunciable, empezando por la propia manera de articular el discurso.
Tanto es así, que ni siquiera queda la ambición del proyecto en ese 'ir hacia atrás', desde la obra más reciente hasta la más antigua. Es eso y mucho más. Porque 'Eugenio Chicano, siempre' abre ventanas temporales y puentes conceptuales en cada tramo del paseo. Sucede ya en los primeros compases con las 'Visitaciones al bodegón clásico' pintadas en la primera década del siglo XXI dialogando con las 'Aguatintas por seguiriyas' firmadas apenas un año antes de morir.
Y esa conversación más allá del tiempo queda destilada en el espacio en varios momentos del paseo. Otro de ellos bien podría llegar con el paisaje ‘Torre ‘daleada’ Mezquilla’ (2000) enfrentado a una vista pintada una década y media más tarde: ‘Vega de Antequera. Sierra de la Camorra al fondo’ (2016). Otro más quedaría, por ejemplo, con ‘Putos y cancos en Puerta Oscura’ (1994) frente a ‘Juan y Josette Gris’ (1977). Un hilo invisible parece unir ambas paredes en una suerte de red cuyos nudos ata la memoria, la conciencia social, la mirada a los maestros de la pintura y la fidelidad figurativa.
La Bienal de Venecia en el 82
Entre una pareja y otra, el montaje dedica un paréntesis al hito de la participación de Chicano en la Bienal de Venecia de 1982. Ahí esperan los grandes lienzos 'L'Age D'or', 'Sin novedad en el frente', 'Éxtasis' y, en particular, 'Viridiana' como emblemas de la apuesta irredenta de Chicano por una obra capaz de conjugar lo popular y lo académico, lo vernacular y lo aristocrático.
Y entonces, al doblar la esquina, el visitante se topará con una especie de 'Chicano expandido'. Todo (o casi todo) Chicano está aquí, en la penúltima sala, planteada al modo de un montaje de realidad virtual en 360 grados. Sólo que aquí no hacen falta unas gafas extrañas ni una penumbra cómplice. Aquí todo está en los cuadros. El 'Arte Crítica' representado por 'La mirilla' (1968) a la espalda; la nueva figuración en la que se adentró Chicano acto seguido en lienzos como 'Solito Tam Tam' (1970) o 'Fermanata a richestra' (1972) y el fervor de la tierra en la Suite Málaga y 'La ducha' (1992), con la sensualidad gozosa de Las Tres Gracias dándose un remojón ante la mirada socarrona del propio Chicano. Porque emerge Chicano a la izquierda desde la pieza audiovisual elaborada en el Centro de Tecnología de la Imagen de la UMA que da cuenta de su amplia trayectoria artística y cultural, como primer director de la Casa Natal de Picasso y baluarte de la reivindicación del uso museístico de la Aduana.
Esa misma Aduana que ahora recibe la obra de Chicano, todavía capaz de una penúltima sorpresa, con los trabajos de juventud apenas expuestos que aguardan al final del camino junto a exponentes de aquel 'Arte Crítica' como el aguafuerte titulado 'El paredón' (1969) o el paradigmático '¡No a la violencia!' (1968) que quizá habría merecido mayor protagonismo en el montaje. Como la propia exposición lo habría requerido, en un acto donde lo político-institucional fagocitó a lo cultural. En los discursos previos, los consejeros de Cultura y Presidencia, Patricia del Pozo y Elías Bendodo, de manera respectiva, glosaron la trayectoria de Chicano, como también lo hizo el alcalde de la capital, Francisco de la Torre.
Un "acto de justicia"
Todos hablaron de ese «acto de justicia» que representa tanto el bautismo con el nombre de Chicano de estas salas (que cuentan con 560 metros cuadrados y una inversión de 173.000 euros) como la muestra inaugural en torno a su obra, arropadas por el diseño de Juan Pablo Rodríguez Frade, autor también de la adaptación de la Aduana para uso museístico. Un museo amado y peleado por Chicano, como recordaba este lunes Mariluz Reguero en el discurso más emotivo de la cita, cuando rememoraba aquella conversación con Chicano, donde el artista le compartía: «Cuando hagas una exposición de un artista que ya no esté, respétalo y protégelo mucho, porque ya no se puede defender con la siguiente exposición».
Y 'Eugenio Chicano, siempre' no sólo lo cuida y lo respeta. Le hace justicia. Ahora sí, Chicano, la Aduana es para Málaga.
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