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Es costumbre mía no escribir jamás sobre asuntos culturales que organizo (hasta los médicos recomiendan no mezclar), pero en este caso haré una excepción. Considero de interés comunicar que esta semana, en el Centro Cultural La Malagueta y ante una audiencia de más de cien ... personas, presentamos junto a su autora el libro 'Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España', editado por Blackie Books y firmado por la periodista Raquel Peláez (Ponferrada, 1978). Convertido en uno de los ensayos más comentados de la temporada, el libro es divertido, inteligente y ágil. Nos propone la aventura de recorrer la historia de España de la mano de los pijos, esa tribu social transversal cuyo linaje puede rastrearse hasta Eugenia de Montijo —emperatriz de Francia y una de las primeras clientas ilustres de Louis Vuitton— y Alfonso XIII, el monarca que puso de moda el veraneo en el norte y que se labró una merecidísima fama de vividor. La sala llena daba cuenta del interés que ha despertado este fenómeno literario.
Lo primero que advertí a la autora fue que iba a presentar su libro en la boca del lobo del pijerío malagueño: el único centro cultural de la zona Este de la ciudad. Un territorio divino que discurre desde La Malagueta hasta El Candado, pasando por El Limonar, Pedregalejo o El Morlaco, con interrupciones más populares —aunque tampoco precisamente baratas— en El Palo, La Pelusa o La Mosca. Qué caprichoso resulta a veces el nomenclátor malagueño.
Sin embargo, la raíz primigenia del pijerío malacitano no se encuentra en estos barrios supuestamente marineros, sino en la Costa del Sol, particularmente en Marbella. Desde que Julio Iglesias inaugurara Puerto Banús en 1970, la zona se convirtió en refugio de Gunilla von Bismarck, Ricardo Soriano, Alfonso de Hohenlohe y otros apóstoles de la buena vida y el desenfreno, entre los que conviven nobleza baturra, 'aristopacos' curtidos en el régimen, chicas yeyé, gauche divine, beautiful people, hipsters, cayetanos y, por supuesto, señoritos. Ahí, en Marbella, germinó un ecosistema de lujo en torno a la Clínica Buchinger, los hoteles de gran categoría y el encanto antiguo de la melanina, con el inevitable bache moral de los años noventa. La Costa del Sol ha mantenido ese esplendor sosteniéndose entre el auge y la decadencia hasta hoy.
Entre risas y anécdotas, aprendimos que no es lo mismo ser pijo que tener dinero: se puede ser pijo con el dinero de otro. Que hay mucha gente de clase media o media-baja que se cree rica o viste como tal gracias al lujo barato de ciertas marcas. Que no hay nada más pijo que restarle importancia al dinero —precisamente porque todo te parece barato— aunque los hay también tacaños de solemnidad. Que, en ciertos ambientes, trabajar está mal visto. Que las clases altas consideraban a Franco un garrulo, y que hubo exiliados que lo pasaron francamente bien, como Alfonso XIII, el rey Cayetano, que por fin pudo entregarse a su jornada laboral predilecta: la de cero horas.
También quedó claro que los Hombres G no eran tan pijos cuando popularizaron el término con 'Sufre, mamón', pero ahora sí que lo parecen, y que Carolina Durante ha hecho lo propio con los cayetanos. Y que, en el fondo, el pijerío no merece ningún tipo de condena, porque todos somos el pijo de alguien. Incluso yo mismo: ¿A quién no le gusta vivir bien?
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