Manuel Alcántara y María Victoria Atencia: Dos adolescentes que resisten

Con trayectorias dispares pero paralelas, han levantado obras imprescindibles para entender la poesía malagueña del último siglo

Viernes, 28 de septiembre 2018, 01:10

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Los caminos de Manuel Alcántara y María Victoria Atencia se cruzaron por primera vez cuando eran niños. Ella «ya era honda y apacible, como suelen ser los lagos, y dueña de palabras precisas y silencios exactos», recordaba hace años Alcántara en una edición especial ... de la revista Litoral dedicada a su amiga y titulada 'El vuelo' en honor a su pasión por las alturas. A María Victoria le gustaba tanto perderse entre las nubes que acabó siendo poeta y piloto de aviación, un destino insólito para una mujer de su época pero que parecía marcado desde el principio; nació en la calle del Ángel en 1931. Manolo lo hizo tres años antes, con idéntico simbolismo, en la calle del Agua.

Fueron niños de guerra y posguerra, condición que imprimió en ambos cierto aire de resistencia que aún perdura. «No se estaba ya en guerra aquel verano, / mi padre me llevaba de la mano, / yo estudiaba segundo de jazmines», escribió Alcántara en 'Niño del 40'. Pronto llegaron el amor y la poesía. Atencia se casó con el escritor y editor Rafael León, con quien tuvo cuatro hijos, y Alcántara conoció en Madrid a Paula Sacristán, con quien contraería matrimonio ocho años después. En 1955, cuando María Victoria publicó sus primeros sonetos, que adelantaban un extraordinario dominio de la métrica, Manolo ya se había bebido las tertulias de los cafés literarios de la capital y lanzó 'Manera de silencio', su primer libro de poemas, que obtuvo el Premio Antonio Machado.

Por entonces en Málaga todavía resonaban los ecos del 27 pese a los intentos de la dictadura por enmudecerlos. La revista Caracola tomó el relevo de Litoral y publicó poemas de Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti o Jorge Guillén, textos que durante una primera etapa salieron de la antigua imprenta Sur, por entonces bajo el nombre de Dardo. Eran ediciones cuidadísimas y tuteladas por Bernabé Fernández-Canivell y el propio Rafael León, herederos de la exquisita tradición tipográfica de Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. Alcántara y Atencia colaboraron en Caracola junto a otros poetas malagueños de su generación, como Alfonso Canales.

Tras publicar 'Arte y parte' y 'Cañada de los ingleses', María Victoria entró en un período de silencio que se prolongaría entre 1961 y 1976. Había descubierto a Shakespeare, Dante y, sobre todo, a Rilke, una de sus mayores influencias. Aquel mutismo, que los críticos han achacado al impacto de los clásicos, la muerte de sus padres e incluso la maternidad, sigue siendo una de las grandes incógnitas que sobrevuelan su biografía. Sólo «un desequilibrio en mi vida amorosa», según reconoció años después, le devolvió el impulso de la escritura. De aquel episodio nació 'Marta & María', un libro arrollador e imprescindible: «Ajenos, los amantes continuaron su sueño / y aunque un frío finísimo paralizó mi sangre, / estuvo a punto el té, como todos los días».

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Alcántara desarrolló su trayectoria periodística en diarios como Marca o Pueblo, sin descuidar su faceta poética. En 1963 recibió el Premio Nacional de Literatura por 'Ciudad de entonces'. Antes había publicado 'El embarcadero' y 'Plaza mayor', con varios guiños a sus orígenes: «Me hice a la mar, estando hecho al recuerdo, / por perderme otra vez como me pierdo / junto al que fui, cogidos de la mano». Terminó de ajustar cuentas con su nostalgia mediterránea en el verano de 1969, cuando compró su casa en Rincón de la Victoria. Como en el caso de Atencia, la década de los ochenta fue la más prolífica para su poesía, con libros como 'Anochecer privado' o 'Este verano en Málaga', donde Alcántara alcanza su cima poética con títulos como 'Si vivir consistiese en darse cuenta' o 'Excusas a Lola', en homenaje a su hija: «Siempre tuve un pequeño presupuesto / para el amor. En la melancolía / se me fue lo demás. Si todavía / quedaba algo lo eché en vivir. El resto. / Más vale que lo sepas por mí. Era / bueno y malo lo mismo que cualquiera».

Con mayor libertad métrica que en sus inicios, aunque similar predilección por endecasílabos y alejandrinos impecables, María Victoria crece como poeta de un modo vertiginoso entre los ochenta y los noventa, ella que siempre disfrutó de los despegues. Con libros como 'De la llama en que arde' o 'Las contemplaciones' («Se prohíbe la nostalgia. No hay más contemplaciones») se abre un hueco definitivo como una de las voces más poderosas de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX. Aunque nunca ha concurrido a certámenes, recibe los premios Nacional de la Crítica, Federico García Lorca o Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otras distinciones. Fue investida doctora Honoris Causa por la Universidad de Málaga en 2011, once años después que Alcántara y horas antes de la muerte de su marido.

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La última vez que María Victoria y Manolo cruzaron sus caminos, dispares pero paralelos, fue en febrero, en un homenaje al articulista de SUR. «He venido por ti, Manolo», le dijo ella. Y se abrazaron tal vez «como aquellos adolescentes que fuimos», escribió Alcántara, «que acaso seguimos siendo».

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