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Buenas noches

Buenas noches

Existen ciudades que no descansan, no duermen, como el Berlín que conocí antes de la caída del muro

José Antonio Garriga Vela

Sábado, 22 de abril 2017, 02:39

He llegado de noche a Venecia. La ciudad se acuesta bajo la laguna. «¿Dónde se ha visto sobre el mar urdir un decorado?», dijo Jean Cocteau. Recuerdo las ciudades que descubrí de noche: El Cairo, Hanói, Flagstaff, Berlín, Praga, Verona... Una visión mágica, como si de pronto apagaran las luces y comenzara el espectáculo. No importa que hayan pasado muchos años, la primera imagen nunca se borra. Existen ciudades que no descansan, no duermen, como el Berlín que conocí antes de la caída del muro. Sin embargo, otras ciudades se quedan vacías durante las horas del sueño. Pasa el tiempo y hay deseos que se pierden y otros que, por el contrario, cobran fuerza. Viajar es mi máximo anhelo. Cuando leí Moby Dick me identifiqué con Ismael y surgió entre los dos una complicidad que permanece hasta hoy. Ismael piensa en darse al mar y ver la parte líquida del mundo, yo pienso en viajar; es nuestra manera de disipar la melancolía y regular la circulación. La primavera y el otoño son mis estaciones favoritas para aparcar la rutina y salir de la órbita cotidiana. No importa lo que esté haciendo, lo abandono por unos días, semanas o meses. Hasta que se produce el reencuentro. Entonces resuelvo las cuestiones pendientes. La distancia despeja el horizonte y permite ver todo mucho más claro. Siempre viene bien cambiar de aires.

La mayoría de los turistas desaparecen de noche. A esa hora las ciudades se quedan a solas con el viajero y se vuelven más íntimas y confidentes. A partir de las seis de la tarde Santorini se vuelve tranquila y acogedora; tampoco olvidaré la Plaza de la Ciudad Vieja, en Praga, vacía; una madrugada de hace muchos años descubrí Verona oscura y solitaria, las casas de Romeo y Julieta eran dos puntos de luz en la ciudad apagada; no había nadie en la estación de ferrocarril de Flagstaff, hasta que despertó el día y se derritió la nieve; el taxista condujo en medio del silencio negro hasta llegar al hotel de Hanói, el portero de noche entregó sonriente la llave de la habitación y fue sobrecogedor encontrar un corazón de pétalos de rosa sobre la cama; El Cairo no duerme, ni Saigón, como si temieran perder un tiempo precioso en la carrera de la vida; Berlín tampoco dormía aquella primavera de 1989, medio año antes de caer el muro y comenzar a funcionar los relojes.

Ahora paseo de noche por Venecia, me detengo delante del palacio Ca Mocenigo Veccchia y veo el fantasma de Giordano Bruno haciendo señales desde uno de los balcones, como si quisiera reclamar la atención para contarme los secretos de la alquimia y el arte de la memoria, que convierte en oro los recuerdos.

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