Txema Martín
Viernes, 14 de abril 2017, 01:11
La reapertura del hotel Miramar ha sido un gran acontecimiento histórico y turístico, pero sin clímax. Durante meses hemos ido contemplado cómo se recomponía el brillo del edificio cumbre del arquitecto Guerrero Strachan en una rehabilitación dirigida por José Seguí que ha tratado de seguir el modelo de sus años de esplendor como hotel y restaurar el daño producido por haber alojado durante veinte años la Audiencia Provincial de Málaga y por otros siete de abandono. Contar la historia de Málaga a través de sus hoteles es una idea genial y eso es lo que se proponen Carmen Enciso y Eloísa Navas. Ambas comparten el éxito de Miramar, un libro editado por Ediciones del Genal, casa que cada vez nos depara nuevas y mejores sorpresas.
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Hay dos cosas impresionantes en esta novela. La primera es evidente: el trabajo de documentación que estas dos escritoras malagueñas han realizado sobre la historia del hotel es apabullante, y eso que para el relato sólo han utilizado una mínima parte de todo el material que han encontrado en un largo y concienzudo proceso de investigación. Ha sido una labor encomiable y parecida a la que ya hicieron con la primera parte de esta trilogía sobre hoteles malagueños, aún pendiente de una tercera muestra. El hotel del inglés (Ediciones del Genal, 2014) está a punto de lanzar su novena edición y contiene otra asombrosa documentación sobre Sir George Langworthy, precursor del turismo en la Costa del Sol. Entonces, la investigación motivó la publicación anexa de una biografía sobre Langworthy, así que es probable que lo recabado sobre el hotel Miramar también desemboque en un libro con su inédita historia.
Pero si hay algo que invita a pensar en Miramar como la gran novela de la Málaga del siglo XX es que su historia, es decir, el territorio de la ficción es tan apasionante como la realidad que documenta. El relato está narrado por dos personajes que se oponen y se complementan durante todo el trayecto y que funcionan como contrapunto perfecto entre el lujo hotelero y el punto de vista de una de sus trabajadoras, superviviente de un panorama lleno de pobreza y de desdichas. La acción comienza justo el día de la inauguración del palacio como Hotel Príncipe de Asturias, un 10 de febrero de 1926, y termina cuarenta años después, tras el cierre del establecimiento en 1967, asolado por la competencia de los grandes hoteles que se construyeron en Torremolinos y otros municipios de la costa. Pasamos así por los primeros años de divino apogeo interrumpidos por el horror de la Guerra Civil que se ensañó con Málaga, describiendo duramente las secuelas de la contienda y del bombardeo a la que los malagueños fueron sometidos, cuando el palacio fue destinado a hospital de sangre. Habla de la lenta recuperación después de la masacre, y de cómo el hotel se convirtió en refugio de las clases altas en la todavía primigenia Costa del Sol. El Miramar era el mayor lujo que podía encontrarse en el sur de España, uno de los pocos con playa privada y que tenía en las fiestas uno de sus principales reclamos. Claro que, entrados en los 50, el entorno opulento y grandioso de las recepciones de la alta alcurnia contrastaba con las fiebres tifoideas y la escasez de agua y de alimento. Mientras la ciudad sobrevivía a duras penas, en el Miramar se alojaban toreros, estrellas del cine y escritores. Liz Taylor, Ava Gardner, Jean Cocteau o Anthony Quinn son sólo algunos de sus más afamados huéspedes.
En el transcurso del relato también se dejan caer anécdotas como la muerte de un huésped en el hotel, el doctor Frank Henius, enterrado en el cementerio inglés, o la presencia siempre alcoholizada de Hemingway, que celebró allí su cumpleaños montando uno de sus famosos numeritos. Málaga, quizás igual que ahora, era entonces una ciudad llena de contrastes y contradicciones; en la calle Beatas vivían las prostitutas y en la calle Fresca residían el obispo y las señoras respetables. Miramar, la novela, supone no sólo un acto de justicia a la historia de un hotel que ha reabierto de una manera escalonada y deslucida. Con ella no sólo se aprende, es que además su lectura es un verdadero placer.
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