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María Teresa lezcano
Domingo, 26 de marzo 2017, 00:14
Tal día como hoy nacía Tennessee Williams, cuyo apodo le sería endosado en la Universidad de Missouri-Columbia cuando sus compañeros le oyeron declamar, aclamar, soflamar y hasta desamar al más puro estilo sureño, y moría Ludwig Van Beethoven a consecuencia de una lenta aunque continuada ingestión de plomo.
Tennessee Williams. Del 26-3-1911 al 25-2-1983
Veintiséis de marzo de 1911. Nace en Columbus, Mississippi, Thomas Lanier Williams III, que pasaría al olimpo literario como Tennessee Williams. El tennessiano apodo le sería endosado en la Universidad de Missouri-Columbia por sus compañeros de la fraternidad Alpha Tau Omega, cuando le oyeron declamar, aclamar, soflamar y hasta desamar al más puro estilo sureño. Tras bajarse del Tranvía Llamado Deseo de su estancia en Nueva Orleans, Williams se marchó a Nueva York donde le sorprendió la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, aunque la patria lo rechazó, según algunas versiones por un expediente psiquiátrico del tamaño del estado de los Lakers; según otras por si su homosexualidad infectaba a la soldadería yanqui y la convertía en una gran Gata Sobre El Tejado De Zinc Caliente; y a tenor de ciertos datos exponenciales, por un alcoholismo alegre y pertinaz que siguió manteniendo mientras sus compatriotas se jugaban el pellejo cuerdo, heterosexual y abstemio en las playas de Normandía, Suddendly Last Summer. A todo esto a su hermana Rose, a quien se sentía muy unido por el interés que mostraban los frenopáticos en sendos cerebros si bien el de ella había entrado y salido tantas veces de una institución mental que ya más que entrar se deslizaba, la lobotomizaron a lo bestia a petición paterna, hecho que Tennessee nunca les perdonó a los progenitores aunque Rose ya no volvió a decir esta alucinación es mía ni estos padres unos motherfuckers, ya que quedó más mustia que una gardenia de plástico. En cuanto al hermano disconforme, siguió escribiendo en el Zoo De Cristal hasta el año 1983, en que , entre chupito y chupito de Bourbon se le secaron los ojos y, tras abrir con los dientes el envase de colirio, el tapón se le escurrió faringe abajo hasta asfixiarlo por atragantamiento irreversible. Eso sí, como ya se había echado el colirio, los ojos le quedaron más relucientes que los músculos de Marlon Brando haciendo de Stanley Kowalski. I Rise In Flame.
Ludwig Van Beethoven. Del 16-12-1770 al 26-3-1827
Ochenta y cuatro años antes del nacimiento mississippiano de Tennessee Williams, moría en Viena Ludwig Van Beethoven. La causa del deceso fue el plomo, no en forma de bala descerrajada al cerebro sinfónico sino de lenta ingestión a través de los vasos literalmente plúmbeos a través de los cuales el músico venía saciando su sed operística. Antes de que la última gota colmara de modo nada eufemístico su vaso de plomo, Beethoven se fue emplomando gota a gota mientras se erigía como el último gran representante del clasicismo vienés, y lo mismo te componía una sonata para piano, que un concierto para violín, que una Gran Fuga para cuarteto de cuerdas, que una Oda a la Alegría festejada con un poco de vino para suavizar el sabor plúmbico de sus vasos favoritos. También se iba quedando sordo a cantatas forzadas y hasta es probable que algún allegado bienintencionado le dijera en algún momento: Ludwig, oh, Ludwig, deja de beber agua con plomo que eso no puede ser bueno. Pero claro, como ya estaba más duro de tímpano que la tapia de un conservatorio, Beethoven siguió haciendo orgánica y metafóricamente oídos sordos, y a beber plúmbeamente que son dos días, mientras se iba encontrando cada vez peor y ofrecía a la ciencia su cuerpo para que lo estudiara en vida pero sobre todo en muerte; donación gracias a la cual casi dos siglo más tarde se descubrió, analizando un mechón del beethoviano cabello y un fragmento del no menos beethoviano cráneo, que tenía más plomo en su cuerpo que una cañería romana. Tempus fugit.
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