Antonio Javier López
Martes, 14 de marzo 2017, 00:37
Si uno cuida su fondo de armario y tiene la paciencia suficiente, aquella ropa que se llevaba hace tiempo se pondrá de nuevo de moda. Quizá con las ideas suceda algo parecido. En el ámbito de los museos, por ejemplo, que una institución organizara su colección a partir del orden cronológico en que se hicieron las obras se consideraba demasiado plano, sin gracia, casi burdo. Por eso cundieron los montajes a partir de asuntos más o menos concretos. En el terreno de las exposiciones temporales, serían los llamados proyectos de tesis. Por esos derroteros ha ido el Museo Picasso Málaga (MPM) en sus catorce años de vida, presentando varios montajes de su colección permanente organizados por ejes temáticos y firmando exhibiciones conceptuales de mucha enjundia como El factor grotesco (2012-2013) y Picasso. Registros alemanes (2015-2016).
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Y sin embargo, el propio término exposición de tesis nunca ha entusiasmado al director artístico del MPM, José Lebrero. Esa línea de pensamiento se ha unido a la vocación del nieto del artista, mecenas de la pinacoteca malagueña y presidente del Consejo Ejecutivo del MPM, Bernard Ruiz-Picasso, quien ha reiterado su deseo de que los fondos del museo tengan mayor protagonismo en la propuesta cultural de la institución. Que el Museo Picasso sea más Picasso. Y ambos cauces desembocan ahora en una colección renovada y reordenada según el criterio cronológico que da para mucho más de sí que un catálogo de fechas y títulos.
Porque hace falta un artista como Picasso con una trayectoria creativa de ocho décadas y capaz de ejecutar de manera simultánea obras de formatos, técnicas, filiaciones e inspiraciones casi contrapuestas para que ese orden temporal se convierta en un espejo de la versatilidad y del carácter cíclico de su amplia trayectoria. Baste un ejemplo: la primera sala brinda el Retrato de un hombre barbudo (1895) pintado por el genio cuando tenía 14 años. Y casi siete décadas después, un cuadro con el mismo título realizado en 1964, en el espacio bautizado, justo, Pintar como un niño.
Del Picasso niño al Picasso nonagenario viaja ahora el MPM a través de 120 obras (el doble que el anterior montaje de la colección). De ellas, dos tercios proceden del préstamo a tres años de 166 piezas realizado por la Fundación Bernard y Almine Ruiz Picasso (FABA), valorado en 500 millones de euros según el detalle ofrecido por el nieto del artista. Esos son los cimientos sobre los que se levanta la nueva colección, que suma otras 40 obras de las 233 que donaron al museo el propio Bernard Ruiz-Picasso y su madre, Christine Ruiz-Picasso.
Este nuevo recorrido convivirá hasta el domingo de la próxima semana (día 26) con el montaje 33 Picassos que reúne las que hasta ahora han sido las obras emblemáticas del MPM. Olga Khokhlova con mantilla (1917), Paulo sobre un asno (1923), Susana y los ancianos (1955), Mujer acróbata (1930) y Madre y niño (1921), por citar algunas, saldrán el museo, con la puerta abierta, eso sí. A la luz de un primer paseo por la nueva colección, su lugar en la galería de iconos del MPM lo podrán ocupar la experimental Restaurante (1914), el clasicismo de Las Tres Gracias (1923), el sinuoso cubismo de La siesta (1932), la minimalista Cabeza de toro (1942) y el rotundo colofón de Niño con una pala (1971).
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Pintura, dibujo, grabado, escultura. Clasicismo, cubismo, surrealismo. Picasso total, desplegado en su ciudad.
Sala I. Aprendiendo a pintar
Retrato de Lola (1894) da la bienvenida al visitante en la nueva propuesta en torno a los fondos de larga estancia del Museo Picasso Málaga. Una obra hecha a los 13 años que ya revela «las dotes excepcionales» de Picasso para la pintura, tal y como explica José Lebrero durante el paseo por las salas renovadas no sólo en cuanto a las obras de arte, sino también en sus instalaciones técnicas, donde destaca el nuevo sistema de iluminación a cargo de la Fundación Sevillana Endesa.
Retrato de hombre barbudo (1895), incluida en los fondos permanentes del MPM, convive con la recién llegada Mujer mirando un baile (1899) en la sala inicial de la nueva colección de la pinacoteca malagueña. El primer espacio incorpora además dispositivos audiovisuales para acercar al visitante los años iniciáticos del joven artista, que ahora se muestra en su longeva productividad creadora.
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Sala II . El retrato como espejo. Olga y la belleza mediterránea
Llega la primera de las obras que están llamadas a convertirse en los nuevos iconos del MPM: Las Tres Gracias (1923) preside la estancia dividida en dos paredes con asuntos enfrentados. De un lado, el retrato como aspecto nuclear en la trayectoria del artista, aquí presentado en su producción de los primeros años del siglo XX.
Cabeza de mujer (1907) trae reminiscencias de Las Señoritas de Avignon del mismo año, mientras El joven jinete (1095) y Mujer sentada (1906) conviven con la punta seca Retrato de Olga (1920). Unos pasos adelante, la imponente Las Tres Gracias (1923) parece tomar el relevo de Madre y niño (1921), como el carboncillo y pastel Niño con juguete (1923) muestra a aquel Paulo sobre un asno (1923), sólo que más crecidito. Sirve por tanto esta segunda sala como puente más palpable entre lo que estuvo en el MPMy lo que estará durante los próximos tres años.
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Sala III . La aventura del cubismo
Pintado sobre una tabla de madera, Fernande con mantilla (1906) anuncia la revolución que se cierne sobre el horizonte del arte del siglo XX. La sala ofrece el tránsito hacia el cubismo en Picasso a través de un tema esencial en la Historia del Arte: los bodegones. Las obras sobre papel Botella en una mesa (1912), Composición cubista (1911) y Composición geométrica (1918) desembocan en Restaurante (1914). Estará el visitante ante una pieza enigmática, elaborada a partir de un recorte mediante el cual Picasso se acerca a los efectos físicos de las tres dimensiones. Otra pieza para detenerse. Otro icono en ciernes.
Sala IV . El inconsciente y la escultura
Junto con la Sala VIII, quizá la más sorprendente en el nuevo discurso del Museo Picasso Málaga. Ecos surrealistas y curvas sinuosas en el lienzo y en las esculturas en una puesta en escena de notable vocación didáctica. Picasso, Boisgeloup (Francia), años 30. La escultura Bañista tendida (1931) parece mirarse en el espejo de La siesta (1932). Al otro lado, el rotundo bronce Cabeza de casco (1933) da paso a la singular Mujer con follaje (1934), una escultura a modo de ensamblaje con yeso y otros materiales. Y casi camuflada entre el blanco de las paredes, la silueta también realizada en yeso y bautizada como Cabeza de mujer, perfil izquierdo (1933).
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Sala V . Mujeres, musas y máscaras
Dos ejes capitales en la trayectoria de Picasso se citan en este espacio: el retrato y la mujer. Además, la sala pone a dialogar piezas recién llegadas con obras depositadas de forma permanente en el MPM. Es el caso de la novedosa Mujer con boina roja y vestido de cuadros (1937) junto a la vieja conocida Mujer con brazos levantados (1936). O el juego establecido entre Busto de mujer con los brazos cruzados detrás la cabeza (1939), también donada al MPM, y Busto de mujer apoyada sobre un codo (1938). Nuevos lazos entre los fondos permanentes del museo y las incorporaciones planteadas para los próximos tres años, vínculos que fortalecen la propuesta planteada por el MPM y que abren sugerentes vías para el análisis de la obra del malagueño.
Sala VI. Transformando la materia
Son los años de la Suite Vollard, del interés por el Mediterránero y la iconografía clásica. Años en los que emergen nuevos temas recurrentes en Picasso.«El recorrido cronológico quizá ayuda a ver esos bucles en su producción», concede Lebrero, quien añade que este espacio transita desde el clasicismo del dibujo a carboncillo titulado Dos mujeres (1934) hasta el minimalismo, casi el ready made de inspiración duchampiana como establece Lebrero, de la pieza Cabeza de toro (1942), elaborada a partir de un sillín y un manillar de bicicleta.
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La experimentación del artista se vuelca aquí en los materiales para brindar esculturas recortadas a partir de láminas de chapa (un conjunto de mujeres ilustra esa búsqueda), la cerámica Niña pequeña (1948), sin olvidar una deliciosa serie de retratos femeninos sobre papel.
Sala VII. Europa: años de conflicto
Ofrece la Historia del Arte un término casi poético para referirse al bodegón: naturaleza muerta. Muerte en los años 40 en Europa y el resto del mundo. Muerte en las obras de Picasso de esa época, de rabiosa sutileza, de contención iracunda por momentos. Ahí está el Gato devorando a un gallo (1953) junto al Gallo de 1962. Mención aparte merece Naturaleza muerta con gallo y cuchillo (1947), donde «para lograr la tensión de la composición recurre a elementos que ya había utilizado en su primera época cubista cuarenta años antes», recuerdan desde la pinacoteca.
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Sala VIII. Artes populares y mitologías privadas
La vieja conocida Jacqueline sentada (1954) surge aquí en relación con otras piezas de los años 50 y 60 que abren la puerta más íntima del artista, al tiempo que ilustran su interés por diversas técnicas y soportes, en especial, la escultura. Elaborado a partir de placas de arcilla blanca, la pieza de un flautista ocupa una de las esquinas de la estancia, dando paso al lienzo Desnudo acostado con gato (1964) y a la obra en bronce Personaje (1960). Para terminar, el cuadro de gran formato Mujer sentada y niño jugando (1960).
Sala IX . Bestiario
El Picasso ceramista ocupa el primer término con dos palomas esculpidas en arcilla blanca, junto a otra elaborada en bronce. Una serie de platos decorados con faunos recuerda de nuevo el interés del artista tanto por la iconografía clásica, como por los modos de elaboración artesanales. El lienzo Tres palomas (1960) de los fondos permanentes del museo pone a Picasso frente a las escenas predilectas de su padre, José Ruiz Blasco. Al fondo de la sala, do piezas sobre papel traen al espectador sendos estudios para el mural de la Unesco datados en 1958 e incorporados ahora al discurso de la pinacoteca. Y ese rincón esconde la ilusión de un proyecto futuro del museo sobre un asunto no muy transitado en el estudio del artista.
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Sala X. Dibujar como un niño
Nuevas experimentaciones. Ahora el linóleo, una técnica de grabado que el artista empezó a investigar en los años 50 y que aquí surge en piezas como Jacqueline con sombrero de paja (1962), un retrato a cuatro colores, si bien Picasso llegó a emplear hasta doce tonalidades en una sola plancha, como explican desde la pinacoteca malagueña.
Los esquemáticos semblantes de esta sección ofrecen, sin embargo, vínculos con la etapa más temprana del artista, evidenciados en la obra Retrato de hombre barbudo (1964), del mismo título y tema que la pieza de la sala inaugural. Claro que entre una y otra ha pasado toda una vida de genio.
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Sala XI. Pintar el Siglo de Oro
Hay una tentación de déjà vu al entrar en la última estancia dedicada a la colección del MPM. Porque aquí están los azules y el trazo negro de Bañista (1971). Aquí Hombre, mujer y niño (1972). Dos de las obras más reconocibles entre los fondos de la pinacoteca. Pero la primera se vincula con la enigmática Niño con una pala (1971) mientras la segunda casi parece mirar a Mosquetero con espada (1972).
Esta a su vez le echa el lazo a la nueva Maternidad (1970) en blanco y negro, de madre y niño sin rostro, inquietantes. Picasso enfila los 90 años como ese minotauro fecundo y fértil con el que quiso identificarse en diversos periodos de su vida.
Picasso vuelve la mirada hacia Rembrandt y Velázquez, hacia el Barroco español. Porque el gran renovador de la mirada moderna, el revolucionario del arte del siglo XX, quizá no era el nacimiento sino la desembocadura de ese caudal milenario. No era el principio, sino el final. Y aquí, en otro final, el de la nueva colección del MPM, llega una sensación, la misma que ante sus cuadros: es necesario volver.
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