Juan Francisco rueda
Sábado, 11 de marzo 2017, 00:31
Hace algo más de dos años, a finales de 2014, Daniel Silvo (Cádiz, 1982) exponía su segundo proyecto individual, Casa, búnker, ruina, en la galería Isabel Hurley. El que ahora nos ocupa, Conservar y divulgar, posee evidentes conexiones con aquél. Tantas que podríamos hablar de esta exposición como una (lógica) continuación, como una consecuente ampliación y derivación si no una indagación de algunas de las ideas principales de su anterior exposición. Entre ellas, la pervivencia de las obras de arte una vez desaparecidas, trasladadas o copiadas a otros soportes que aseguren su recuerdo.
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En Casa, búnker, ruina, entre otras cuestiones y relatos, Silvo construía una fabulación basada en un escenario marcado por el miedo a un cataclismo que acaba produciéndose. Una serie de coleccionistas, en esa situación apocalíptica que los pone en peligro, se ven empujados a quemar esas piezas para poder calentarse. Pero antes, sabedores del valor de las mismas como registros culturales, intentan reproducir, al modo de unas pinturas rupestres, aquellas obras en las paredes del búnker en el que resisten, tal vez para mantener la presencia o el recuerdo o con la esperanza, tal como ocurre, de que en un futuro algún superviviente o sus descendientes puedan acceder al conocimiento de un pasado artístico perdido, conservado gracias a su reproducción o copia.
Silvo continúa manteniendo en este proyecto las ideas de lo efímero y la desaparición de la obra de arte. Tal vez por ello, elige como obras a desaparecer distintos vídeos célebres de diferentes creadores. El vídeo es la más intangible de las disciplinas, lo fílmico la convierte en casi espectral, en no material es éste uno de los más endebles argumentos para esgrimir su no coleccionismo. Su fragilidad existencial motiva que Silvo describa esos vídeos en placas de mármol. Estas estelas marmóreas, que juegan con la eternidad del material, parecen convertirse en lápidas en las que rezan una sucinta descripción de las piezas a las que honran al modo de un epitafio. De hecho, el diseño de la misma remite inequívocamente a ese recurso fúnebre, con la inclusión de un abocetado fotograma y el título y fecha de realización del vídeo. Silvo, en esta especie de juego paradoxal un oxímoron entre lo frágil de los vídeos a los que da sepultura y la durabilidad de lo pétreo, recurre a una figura como la écfrasis (ekphrasis); esto es, a describir en qué consiste esa pieza fílmica, esa obra de arte que, merced al comentario, el lector proyecta mentalmente o imagina, convirtiéndola en imágenes. Esa narración se convierte, pues, en la única fuente, en la traducción y testimonio verbal de lo que supuestamente ya no permanece, de lo que se ha extinguido. Llevamos siglos acudiendo a fuentes que nos informan de obras desaparecidas; parte de la estatuaria romana era copia de obras griegas, gracias a las cuales han pervivido aquellos modelos; o el grabado y la fotografía, más tarde, han registrado muchas otras desaparecidas. Pero ésas son fuentes visuales (una imagen que replica otra imagen), y algunas propiamente artísticas (escultura y grabado), pero también han existido las literarias, que son a las que tiende Silvo con sus explicaciones. Maestros como Tiziano o Poussin, entre otros, consultaron una fuente literaria como Imágenes, de Filóstrato el Viejo, conocida como Descripciones de cuadros, para acceder al conocimiento o el recuerdo de lo perdido.
Colectiva. El espíritu de la escalera
La exposición Seis obras, realizadas por dos artistas cada una, que, a su vez, se componen de distintas piezas y elementos. Escultura, fotografía y, en menor medida, dibujo, son las disciplinas que emplean estos 12 creadores. Se usan materiales como la arcilla fresca, la porcelana, la cerámica o el bronce. Lugar
166 años de vida contemplan la Escuela de Arte San Telmo. Y un retrato firmado por el insigne José Denis Belgrano, a la sazón docente de esta institución en el siglo XIX, contempla esta exposición. El lienzo, además, se halla dedicado a un «discípulo». Precisamente, esta muestra se sustenta en el diálogo entre 6 artistas, profesores de San Telmo, y 6 artistas que se formaron en ella. Ése es el sustrato de toda entidad académica el inextinguible vínculo entre maestro y pupilo.
Buena parte de los 12 artistas mantienen una continua trayectoria expositiva o desarrollan una valiosa actividad trabajando, por ejemplo, para agencias como Reuters. La exposición no sólo ha de ser valorada por la calidad de las piezas, también por el efectivo y en algunos casos brillante diálogo que mantiene cada maestro con un antiguo alumno. En ocasiones, las piezas se realizan a cuatro manos, mientras que en la mayoría de los casos las obras nacen del encuentro de las correspondientes producciones de cada uno. Esos encuentros funcionan, sorteando la inconexión y lo abrupto que podría amenazarlos. Además, como valor añadido, el conjunto, compuesto por obras disímiles, propende a cierto carácter metafísico, generado por la enunciación de asuntos como la ausencia, el paso del tiempo, la memoria, el vacío o el habitar.
Cayetano Romero y Antonio Yesa mixtifican sus sutiles universos, los espacios indefinidos de Yesa y, por parte de Romero, los de (auto)reconocimiento a través de la palabra y la efigie. Pilar Bandrés y Teté Vargas Machuca crean una escenografía en porcelana en la que se reflejan las huellas de la pérdida y del paso del tiempo. La estela de arcilla de Cyro García y Gonzalo Abril, que se craquela según pasan los días, evidencia el apocalipsis que recoge la letra musical que la ocupa. Tucho Molina y Esther Pita alumbran paisajes, reales y recreados, tremendamente sensoriales. José Muñoz y Jon Nazca, desde el recogimiento y lo documental, se enfrentan a la dolorosa herida de los desaparecidos de la Guerra Civil. Noelia García Bandera y José María Escalona ensayan un relato en imágenes, al modo de un storyboard, en el que se relacionan la Naturaleza y la infancia con su imaginario de referencia.
Algunas de esas placas, como otras obras de otros artistas que motivan el vídeo Dust/Polvo, en una segunda estrategia, que Silvo vincula con una reelaboración del Land Art, son enterradas en distintos puntos geográficos de escenarios como el sur de Estados Unidos o Marruecos. El encuentro con ellas, convierte a sus descubridores, quizás en un ejercicio más próximo a la estética relacional o la liberación de libros (Bookcrossing, aquí sería Artcrossing), en accidentales espectadores que, gracias a esa «conservación» y «divulgación» que busca Silvo, tendrán acceso al conocimiento de una obra de arte y pondrán en marcha instintivamente la generación del torrente de imágenes que se describe en las lápidas.
Dust/Polvo es la pieza central de la exposición, un vídeo en 3 canales que abua del metraje y del exceso de planos de situación que devienen redundantes. El hándicap no recae tanto en un presunto hermetismo como en lo excesivo y en cierta falta de secuenciación, lo que puede generar cierta dispersión. El vídeo tiene aire de road movie, en la que se retrata la frontera sur de esa «Norteamérica sideral» de la que hablaba Jean Baudrillard en su América (Anagrama, 1987), con esos paisajes y negocios a pie de carretera tan predilectos para la generación beat y pop, aquellas que se reconocían en la escapada que contenía En el camino de Kerouac, en las gasolineras y carreteras de Ruscha y DArcangelo o en Easy Rider de Dennis Hopper. Es, también, una zona caliente de migración, un limen y un umbral que generan ámbitos mestizos entre lo norteamericano y lo mexicano.
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En este proyecto fílmico, Silvo evidencia esa práctica heterodoxa y expandida que lo caracteriza, ya que es propiamente un ejercicio de comisariado, con obra de cuatro reconocidos creadores mexicanos, que replica algunas de sus acciones como artista y que posee una implicación política que ha marcado otros trabajos suyos. Así, y acompañado del comisario Raúl Zamudio, sitúa esas piezas en los aledaños de la frontera, en la zona de paso de los migrantes, a la espera de que se produzca el hallazgo del arte y éste, tal vez, pueda ser sometido a un nuevo uso desconocido.
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