Antonio Javier López
Viernes, 24 de febrero 2017, 00:23
Hace ya más de una década, el escritor estadounidense Paul Auster sostuvo en su discurso tras recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras: «Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad». El autor de La trilogía de Nueva York defendía que esa ausencia de practicidad constituía la esencia misma de la creación artística y, por extensión, de la propia condición humana. Claro que hay otros caminando justo en el sentido contrario. Sería el caso de Paulo Freire, padre del teatro del oprimido, la corriente nacida en los años 60 del siglo pasado que enarbola la práctica artística en este caso, la escena como baluarte para la transformación social.
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Es una de las fuentes de las que beben los departamentos educativos de multitud de instituciones culturales que aúnan en sus programas la dinámica artística y la vocación social. Una senda en la que también camina el Museo Carmen Thyssen, que promueve el taller La comunidad a escena de la mano de la compañía The Cross Border Project, nacida en Nueva York, instalada en Madrid y que ha llevado su propuesta participativa a países como Filipinas, Senegal, Bolivia, Etiopía y Bulgaria, por citar algunos ejemplos.
«La compañía surge en Nueva York en 2010 como una iniciativa de Lucía Miranda, que por entonces estudiaba allí un master de teatro y educación. De Fuenteovejuna a Ciudad Juárez fue el primer proyecto. De regreso a España, la compañía empezó a crecer y nos dimos cuenta de que el teatro no sólo era algo para compartir con lugares relacionados con la escena, sino que también era útil para aplicarlo a la intervención social», recuerda Nacho Bilbao, integrante de The Cross Border Project.
La empatía
Bilbao recuerda que el grupo teatral ha destinado sus acciones de intervención social a colectivos bien diversos, «desde la formación de profesorado, hasta alumnos de universidades, pasando por personas en riesgo de exclusión y supervivientes del tifón Yolanda en Filipinas». La compañía vuelca esa experiencia en talleres como el que supondrá a partir del próximo día 1 de marzo su estreno en Málaga de la mano del Thyssen. La idea parte de un concepto tan sencillo como revolucionario: la empatía.
Así, Bilbao explica que The Cross Border Project aplica varios principios a su método de trabajo. Para empezar la compañía adapta cada taller al grupo con el que trabaja, ya que surge de las experiencias de los propios participantes. «Nos gusta partir de las historias personales de las personas con las que trabajamos», acota el representante de la compañía.
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A partir de ahí, el grupo avanza hacia el siguiente paso: la creación colectiva. «Pensamos que cuando varias personas se involucran el mismo proceso les transforma, desde la relación que se establece con otros participantes hasta la el conocimiento de otras realidades. Además, lo que se hace entre varias personas suele ser más sólido que lo que hace una sola persona», defiende.
«Al final de cada taller suelen suceder dos cosas: cuando vienen personas que no son del ámbito artístico, se lo pasan bien y de repente se encuentran sorprendidas haciendo cosas que no creían que podían hacer. Mientras que, si el participante llega desde el ámbito artístico, suele conectarse de nuevo con esa función del arte muy apegada a la realidad», ilustra Bilbao.
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De este modo, la música, la danza, la literatura y «por supuesto la escena» entran en liza en una iniciativa planteada «desde una perspectiva muy lúdica». Así lo resume Bilbao al hilo de la propuesta escénica que la semana que viene protagonizará la quinta edición del programa de acción artística del museo malagueño.
Involucrar a los creadores
Un flanco de la programación del museo malagueño que ha contado con la participación de colectivos y creadores como Los Torreznos, Hola Porqué, Mnemocine, Rosell Meseguer y Ángeles Oliva y Toña Medina. «Los talleres de creación nos ayudan a abrirnos a otros públicos, al tiempo que sirven para involucrar a diferentes artistas en la programación del museo», resume Eva Sanguino, del Área de Educación del Museo Carmen Thyssen.
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Al fin y al cabo, el propio Paul Auster terminaba su discurso en los Premios Príncipe de Asturias de 2006 con esa reivindicación del diálogo dentro de la inutilidad que defendía para el arte: «Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento. Nunca he querido trabajar en otra cosa».
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