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Manuscrito

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No me entretengo curioseando chismes en Internet. Me encierro en mi mundo y escribo. No echo de menos el ordenador

José Antonio Garriga Vela

Sábado, 11 de febrero 2017, 00:38

Estoy lejos de casa, en un lugar apartado. Ella me acompañó en coche el primer día y luego se fue. Aquí me encuentro incomunicado. Busqué a propósito un sitio sin cobertura para no sufrir interrupciones telefónicas y evitar la tentación de distraerme ojeando en Internet otras historias que no guardan ninguna relación con la novela que quiero escribir y que tanto se resiste. Ella vuelve los jueves para recoger el manuscrito de Cruce de Vías, luego lo teclea en casa y lo manda al periódico. He vuelto a los inicios, cuando escribía a mano o en la máquina Olivetti y tiraba a la papelera las páginas que no me convencían. Algunos borradores los guardaba para consultarlos al cabo del tiempo y ver si se podía recuperar algo. Actualmente lo que no gusta se elimina, antes todo quedaba escrito en un soporte de papel. Escribo a mano porque no fui previsor y despaché la máquina de escribir. No recuerdo lo que hice con ella, probablemente permanezca arrinconada en el trastero de alguna de las casas que he habitado.

Salgo a pasear por la playa con la libreta, como si fuera un cuaderno de viaje. Me siento en la arena o camino hasta el café del pueblo que está a cuatro kilómetros. Me cruzo con corredores y también con los perros que van tras ellos como si temiesen que los dueños quisieran abandonarlos. Escribo la novela en la libreta y un día a la semana lo dedico al periódico. Ignoro el tiempo que pasaré en este apartamento en el que no hay nada mío personal excepto la ropa, libretas y rotuladores azules, negros y rojos. Los jueves le entrego las hojas sueltas que ella se encargará de pasar al ordenador y enviarlas por el espacio cibernético. He adquirido destreza en medir exactamente los caracteres del texto. Pensé que me costaría escribir a mano después de más de veinte años pulsando teclas delante de la pantalla, pero hay cosas que nunca se olvidan. Cuando algo no me gusta, lo tacho y sigo escribiendo. No pierdo el tiempo, no me entretengo curioseando chismes en Internet. Me encierro en mi mundo y escribo. No echo de menos el ordenador. Me siento satisfecho al recuperar los hábitos de una época que me hizo feliz. Como si volviera atrás en el tiempo y recuperase los sueños y anhelos que tenía entonces. He pensado en instalarme a vivir aquí, sería como retirarse y comenzar de nuevo. Mañana vendrá a visitarme, almorzaremos juntos y se marchará hasta el próximo jueves. No los he contado, pero calculo que el texto tiene los caracteres exactos. Uno se acostumbra a todo. Mientras lees el manuscrito, yo estoy paseando bajo la lluvia lejos de casa, en un lugar apartado.

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