Txema Martín
Viernes, 27 de enero 2017, 00:41
El Teatro Cervantes recibe con dos llenos absolutos, el de ayer jueves y el de hoy, esta adaptación de Las Asambleístas de Aristófanes a cargo del escritor y dramaturgo riojano Bernardo Sánchez, con la dirección en primicia de Juan Echanove. La asamblea de las mujeres ya fue estrenada con éxito en el Festival de Mérida y ha vuelto a marcar otro hito en la presente edición del Festival de Teatro de Málaga.
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En esta comedia sobre las mujeres alzándose con el poder en la Grecia clásica, uno de los mayores alicientes recae en el protagonismo de Lolita Flores, cantante, miembro de uno de los clanes más gloriosos de la historia reciente de nuestro país y una actriz selecta y más que solvente, tanto en teatro como en la televisión o en el cine, donde fue capaz de ganar un Goya a mejor actriz revelación hace ya catorce años. Ella es por cierto la protagonista de los mejores momentos de esta divertida comedia coral en la que también están presentes Miriam Díaz Aroca, María Galiana, Concha Delgado y un Pedro Mari Sánchez sobresaliente, además de Sergio Pazos, Santiago Crespo y Bart Santana. Todos, en general, muy buenos.
El texto está basado en una obra escrita en el año 392 antes de Cristo, pero ese factor no le quita a esta comedia las ventajas de la actualidad, ya que los diálogos están plagados de referencias a Podemos, la corrupción o el paro. En definitiva, un puñado de alusiones a todo eso que nos pasa, aunque sea éste un recurso que se emplea quizás con demasiada timidez. Resultó especialmente celebrada la alusión de Lolita a sí misma con un «si me apoyáis, irse», que disparó el éxtasis colectivo de un público que, todo hay que decirlo, conformaba todo él una más que respetable media de edad. Así, durante toda la función se produjeron aperturas indiscriminadas de caramelitos, repeticiones de las frases menos audibles o desconcertantes sonadas de teléfono hasta el último momento de la función.
Los tres primeros actos, con ese diálogo entre las cuatro primeras protagonistas guiadas por una Lolita atinadísima, y luego en sucesión de dúos, tuvieron todo lo que se le puede pedir a una comedia. Y a una muy española, porque aquí hay unas pocas trazas de Azcona y muchas de La corte del faraón, es decir, en reflejos de los mejores estados de la risa en nuestro país. El problema es cuando esta hilarante zarzuela va decayendo hacia la chirigota. En una sin gracia, además. Lo que comienza siendo una comedia con ese lenguaje pretendidamente clásico que intenta evitar la censura o el rubor de la propia audiencia, termina convirtiéndose en un erotismo un poco chusco que, por otro lado, no pega. La tendencia hacia la ninfomanía resulta fuera de lugar a partir del cuarto acto. Y esto sucede en una comedia de seis o siete secuencias que se expanden hasta las dos horas que podrían haberse resumido un poco. En cualquier caso, la obra atesora momentos divertidísimos, también en el final, y uno sale con la certeza de habérselo pasado bien. Y eso es lo que importa.
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