Alberto Gómez
Lunes, 23 de enero 2017, 02:22
El dramaturgo británico Torben Betts vendió en 2003 su casa de Londres para trasladarse, junto a su familia, a un apartamento en una pequeña localidad situada en el límite entre Escocia e Inglaterra. El contraste entre ambos estilos de vida, la gran ciudad y el pueblo, el vértigo del urbanita y la campechanía, inspiró Invencible, una obra que aspira a convertirse en una sátira social sobre estereotipos y diferencia de clases. Daniel Veronese trajo anoche el texto de Betts, traducido por Jordi Galcerán, a las tablas del Cervantes con motivo del Festival de Teatro de Málaga. La programación, por fin, de una comedia y el reclamo de Maribel Verdú contribuyeron a llenar la sala.
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Verdú y Jorge Bosch interpretan a una pareja con un elevado estatus económico y cultural que, por la crisis, deciden mudarse a un barrio humilde. Allí conocen a sus nuevos vecinos, la pareja formada por Pilar Castro y Jorge Calvo, a quienes invitan a cenar para saber cómo es «la gente de verdad». El esnobismo de unos no tarda en colisionar con la vulgaridad de los otros, un clásico choque de trenes especialmente efectivo en el teatro contemporáneo. Veronese intenta poner a los espectadores en los zapatos de sus cuatro protagonistas, un empeño que acaba deslustrando los momentos puramente cómicos, donde el texto de Betts funciona con mayor solvencia a juzgar por las carcajadas escuchadas ayer en el Cervantes.
La vertiente dramática de la obra queda reducida a un reducto incomprensible, encajado con torpeza en medio de un festival de chistes sobre Marx o el arte abstracto e imitaciones del inimitable Chiquito de la Calzada. Esta delirante concatenación de situaciones jocosas alcanza con desigual tino al patio de butacas, que celebra los episodios propios de una comedia de enredo y asiste con cierta desorientación a la inclusión de dos prescindibles capítulos dramáticos que sobrevuelan toda la obra. El objetivo final, mostrar que nadie es tan diferente en una sociedad imbuida por los lugares comunes y que todos interpretamos con más o menos frecuencia los papeles de víctimas y verdugos, no requería el barniz dramático.
Sobre las costuras al descubierto de Invencible, eso sí, prevalecen una impecable puesta en escena y un reparto que amortigua los disparates de peor encaje que constriñen el texto. La estupenda iluminación y la resolución de la historia, que no se prolonga pese a la tendencia del guión a caminar en círculos, convierten la obra dirigida por Veronese en una comedia desequilibrada pero eficaz como dispensadora de clichés que, enfrentados, originan una maraña argumental suficientemente hilarante como para que los espectadores echen varias risas durante la función.
Invencible fue nominada en 2014 a los Off West End Theatre Awards y Betts recibió un aluvión de críticas positivas por esta sátira anticapitalista, que en su adaptación cañí pierde brillo. Pese a sus lagunas, la programación del Festival agradece la inclusión de comedias ligeras tras la puesta en escena de dramas como El padre, con un descomunal Héctor Alterio, o la excelente El cartógrafo, donde Juan Mayorga vuelve a bucear en el Holocausto como ya hiciera en Himmelweg, también representada estas semanas.
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