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Portillo y García-Pérez producen e interpretan la obra escrita por Mayorga.
Mayorga dispara contra el olvido en 'El cartógrafo'

Mayorga dispara contra el olvido en 'El cartógrafo'

El autor madrileño regresa al Holocausto, una de sus obsesiones en el 34.º Festival de teatro de Málaga

Alberto Gómez

Viernes, 20 de enero 2017, 01:48

«Hay cuatrocientos mil seres humanos ahí fuera en peligro. Vuelve a la calle y abre bien los ojos. Y pregúntate después qué debe ser recordado». Alguien fotografió Varsovia en 1940. Había conductores de tranvía, peluqueros, policías, prostitutas, boxeadores, niños, «muchos niños». Hoy no queda ni rastro de esas calles, tan solo una piedra negra con los nombres de algunos supervivientes del gueto que los nazis levantaron en la capital polaca aquel año. Un cartógrafo se empeña en recomponer la historia a través de su nieta, en trazar el plano del horror para hablar de lo que ya nadie habla, de lo que no se ve. Y ese mapa, como todos, acaba mezclando lo geográfico y lo emocional en un impactante viaje entre el presente y el pasado.

Juan Mayorga, una de las voces más influyentes del teatro español de las últimas décadas, firma una de sus obras más contundentes en El cartógrafo, presentada ayer en el Teatro Cervantes con motivo del Festival de Teatro de Málaga. El autor madrileño, Premio Nacional en 2007, regresa al Holocausto, una de sus grandes obsesiones. Ya lo hizo en la brillante Himmelweg, donde recrea el decorado construido por los nazis en un campo de concentración para conseguir un informe positivo de la Cruz Roja. Mayorga conoce la historia, es consciente del fracaso anticipado que supone el abordaje de uno de los episodios más trágicos y bochornosos del siglo pasado. Por eso, ante la enormidad del asunto que trata, elige la austeridad escénica, como si confesara que el dolor es irrepresentable, que ninguna puesta en escena alcanzará a reproducir el terror.

El cartógrafo es teatro en estado puro, sin artificios. Dos actores, una decena de personajes y un golpe seco, duro, en la conciencia de los espectadores. Porque Mayorga apunta al olvido y dispara sin piedad, señalando a la desmemoria como el pájaro más negro, el enemigo que cierra en falso heridas propias y colectivas. Los trabajos, sí, en plural, de Blanca Portillo y José Luis García-Pérez, intérpretes y productores, resultan fundamentales para reconstruir historias paralelas que acaban encontrándose, aunque el final aquí es lo de menos. Ambos actores se dejan la piel para relatar no tanto la barbarie como sus consecuencias.

Mayorga, defensor de la idea de que el pasado no está detrás, sino dentro, vuelca en la obra su experiencia durante un viaje a Varsovia en 2008, cuando descubrió, en medio de una sinagoga, una exposición de fotografías antiguas de la ciudad. El autor toma el Holocausto como una brújula, una referencia para orientarse en el presente y advertir de que el desastre siempre está a la vuelta de la esquina. Le basta una escenografía casi desnuda para trasladar decenas de preguntas al espectador. La limpieza del montaje destaca la labor de Portillo y García-Pérez, inmensos en sus papeles como abuelo y nieta y marido y mujer, entre otros, un carrusel de personajes que regresan a la escena una y otra vez para contarnos lo que nadie aprende en los libros de Historia. La emoción, sin aspavientos, y la poesía que impregnan el texto contrastan con la dureza del relato.

La obra gana intensidad en su tramo final, en parte gracias a la deriva más íntima de la historia, arropada por una larga ovación ayer.

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