Wolfgang Tillmans es un fotógrafo alemán residente en Londres muy activo contra el ‘Brexit’.

Los que más pintan en el arte

El crítico Hans Ulrich Obrist, que apenas duerme y vive de la cafeína, es la figura más influyente en esta galaxia de millonarios y artistas combativos, según la revista Artreview

isabel urrutia

Lunes, 2 de enero 2017, 00:19

Dormía 15 minutos cada tres horas. Y lo más sano que se metía en el cuerpo eran litros de café y Coca-Cola light. No necesitaba más para seguir en pie, entrevistarse con decenas de personas al día y recorrer medio mundo a un ritmo de cuatro ciudades en tres jornadas como un loco al borde del colapso. Ahora se cuida un poco más, pero sigue viviendo a toda velocidad. Ha cumplido 48 años y todavía se considera alguien muy especial. Algo así como un iluminado. Una estrella que señala el camino de la nueva hornada de gestores y artistas. Se llama Hans Ulrich Obrist (Zúrich, 1968) y no se limita a ganarse la vida como director de proyectos internacionales de las galerías Serpentine de Londres. También es un gurú obsesionado con internet al que se rinde pleitesía en los cinco continentes.

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Más todavía ahora, que ha sido proclamadopor segunda vez, ya lo fue en 2009 la figura más influyente del mundo de arte. Así lo dice el informe que actualiza todos los años el magazine Artreview, una reconocida revista de arte contemporáneo con sede en Londres. Se trata de un Top 100 seleccionado por un jurado que aplica sin complejos «baremos propios del siglo XXI», tal como lo expresa Oliver Basciano, uno de los editores jefe de la publicación. ¿En qué se traducen esos criterios? En la fama y la rentabilidad básicamente. Que no siempre están reñidos con la calidad y el prestigio.

«Una cosa no quita la otra. Eso sí, se ha experimentado un cambio de paradigma muy importante. Ahora tiene más peso la circulación de ideas que la de objetos. Y en eso, Obrist es el mejor. Se le cita en todas partes, conoce a todo el mundo y tiene una red increíble de contactos gracias a instagram y las redes sociales», apuntaba Basciano al poco de saberse el veredicto de Artreview sobre el ranking de los profesionales con más poder, ya sean directores de museos, marchantes o creadores plásticos. La globalización y la velocidad se han convertido en el santo y seña. A toda costa.

Basta una campaña de promoción hipermediática para lanzar al estrellato a un artista. Lo cual explica que el joven inglés Ed Atkins protegido de Obrist haya entrado por la puerta grande en la lista de los Top 100. Es un hombre orquesta de 33 años, al que le encanta cantar y cuidar sus bíceps, pero también el videoarte que le ha permitido auparse al puesto 50, por delante de pesos pesados como Klaus Biesenbach, comisario jefe del MoMA de Nueva York. La visibilidad en la Red (en todos los nichos posibles, lo mismo en YouTube que Instagram) marca la diferencia. Una tendencia que también fomenta la perfomance, el espectáculo y el activismo social. Parece que lo más cool ya no es concebir (o intentarlo) una obra maestra en soledad sino armar mucho barullo.

Las galerías y marchantes que se hacen de oro

  • A simple vista, tiene un punto utópico la elección de Hans Ulrich Obrist como el hombre más poderoso en el mercado del arte contemporáneo. Ni Wall Street ni las salas de subastas le quitan el sueño. No le gusta hablar de dinero. Lo mismo cultiva la amistad de Marina Abramovic (46º en la lista de los Top 100) y sus performances de 512 horas que admira en todas sus facetas la obra de Jeff Koons (30º), incluido el Puppy.

  • Guste o no guste, hay figuras y entidades imprescindibles que cotizan que es un primor. El propio Obrist es director del centro Serpentine de Londres de entrada gratuita y se maneja con soltura con los libros de contabilidad. También él tiene que hacer caja. Igual que la pareja suiza Iwan y Manuela Wirth (3º), marchantes y galeristas en Europa y Estados Unidos, que cuentan con un patrimonio de unos 180 millones de euros.

  • Por su parte, el americano-armenio Larry Gagosian (6º), colega de los Wirth, cuenta con 16 salas repartidas por medio mundo, desde Hong Kong a Beverlly Hills. Sus ingresos rondan los 850 millones y exhibe obra de Warhol, Bacon, Duchamp... Y tampoco se puede quejar el germano-americano David Zwirner (4º), dueño de galerías en Nueva York y Londres que reportan más de 200 millones.

  • Un perfil distinto, más académico, tienen los ingleses Nicholas Serota y Frances Morris (5º), director saliente y entrante respectivamente de la Tate Modern de Londres. Su prioridad es hacer pedagogía y abrir los ojos de los aficionados. Como hace el neoyorquino Adam D. Weinberg (8º) al frente del Museo Whitney, así como el polaco Adam Szymczyk (2º), director del festival Documenta 14 que se celebrará el próximo año en Alemania.

En la lista Top 100 ahora dominan los artistas con el perfil de la germano-japonesa Hito Steyerl (7º), que además de videoartista se dedica a fustigar sin compasión «el capitalismo audiovisual» y «la opresión de los poderes establecidos». Y lo mismo cabe decir del fotógrafo Wolfang Tillmans ( 9º), nacido en Alemania y residente en Londres, que ha ganado todavía más popularidad al posicionarse muy activamente en contra del Brexit. Sin olvidar a un clásico como Ai Weiwei (10º), muy presente en las plataformas online y medios de comunicación como bestia negra del régimen comunista chino. Los creadores ganan enteros en el mercado cuando propagan su idealismo de forma compulsiva.

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Trump y El huevo de Colón

Se pongan como se pongan, la influencia de los artistas más allá de su gremio es muy relativa. Ni Merkel ni Trump se sienten especialmente afectados por las inquietudes políticas o intelectuales de Hito Steyerl, Wolfang Tillmans o Ai Weiwei. Ahora bien, sí que hay un artista (georgiano, amigo de Putin y muy poco influyente a nivel internacional) que merece todos los respetos del presidente de Estados Unidos. No resulta descabellado vaticinar que en breve se disparará su cotización. Su nombre es Zurab Tsereteli (Tiflis, 1934) y se le dan de maravilla las esculturas monumentales y pomposas, como El huevo de Colón instalado en Sevilla desde 1995. ¿Que por qué le gusta? «Sus obras son de bronce y pesan toneladas. Eso es muchísimo dinero», razonaba el próximo inquilino de la Casa Blanca en la década de los años 90, con motivo de la polémica sobre una figura de más de 100 metros, concebida por Tsereteli, que rendía homenaje a Colón y se quería situar a orillas del Hudson, en Nueva York.

Al final la escultura no se colocó en la Gran Manzana ni en ninguna localidad de América. «No todo se puede medir con dinero, ni mucho menos. Aunque evidentemente tiene importancia. Por eso en la lista de los Top 100 aparecen millonarios que coleccionan obras de arte y hasta fundan museos. Ya sabe, gente como François Pinault (35º), Bernard Arnault (38º), Miuccia Prada (45º)...», se queja la especialista Amparo Serrano de Haro, profesora de Historia del Arte de la UNED. Nada que ver con Hans Ulrich Obrist, a su modo de ver.

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¿Cuál es la mayor virtud de Obrist?

Que se considera un artista. Además, tiene sus particularidades.

¿Por ejemplo?

Colecciona fórmulas matemáticas.

¿Perdón?

Sí, cosas como importancia de una conversación, que puede formularse en... tiempo que ha durado multiplicado por frases pronunciadas.

Ya. ¿Y qué refleja eso?

Que huye de la mercantilización. Defiende el arte como vivencia. No le interesa como objeto. Va por libre. Es un antisistema.

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