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María Eugenia Merelo
Martes, 13 de diciembre 2016, 00:44
Una no sale de su asombro estos últimos días. No hay medallas suficientes para que luzcan en tantas chaquetas, esas bajo las cuales se hinchan tantos pechos con el Museo de Málaga y la Aduana. ¡Todos somos la Aduana!, es el hit parade de estos días, independientemente de los papeles que se hayan jugado en esta historia. La memoria con eso de la edad puede flaquearnos a algunos. Pero las hemerotecas son como el algodón del anuncio, no engañan. Ayer, algunos con memoria recordaban el papel que el presidente Rajoy jugó en la movilización ciudadana, negando la Aduana un poco menos que Judas, porque su oposición al deseo ciudadano no llegó a las tres veces: se quedó en el doblete ministerial con las carteras de Cultura y de Administraciones Públicas. Y a ese papel, menos bíblico que el del apóstol, se referían algunos invitados para entender la ausencia de un presidente que se prestó raudo el año pasado a presidir la inauguración de otro museo en la ciudad, el Centre Pompidou Málaga, un proyecto municipal en el que no le iba el presupuesto. Aunque sí otras cosas.
En la Aduana, recordamos otra vez, la inversión del Gobierno central ha superado los 40 millones de euros. Otros invitados hablaban de un gesto de Rajoy con la presidenta autonómica en estos tiempos en los que todo depende del entendimiento y los pactos, una gentileza de yo me quito de la foto para que tú la llenes y te pongas contenta. A saber. Lo único confirmado es que Rajoy necesitaba ayer tiempo y tranquilidad para hablar con Donald Trump, y eso no es fácil hacerlo estos días con el bullicio que hay en calle Larios. Hablaron, dicen, de la lucha global contra el terrorismo y aspectos relacionados con la política de Seguridad y Defensa. De la Aduana no hablaron ni pío, normal porque ya no es Subdelegación del Gobierno. No podemos tenerlo todo, la seguridad y también los cuadros.
La presidenta Susana Díaz llegó a Cortina del Muelle un poco tarde, aunque no explicó si le pilló a traición alguno de esos atascos monumentales que alegran las mañanas y las tardes a los ciudadanos. Las obras del metro son las obras del metro y no distinguen los coches oficiales, ya sean de la Junta de Andalucía o del Ayuntamiento de Málaga, ya viaje en ellos la opción del metro en superficie o soterrado. El retraso no cambió el protocolo y muchas autoridades acompañaron a la presidenta. Muy cerca de ella, la diputada por Málaga Celia Villalobos. A Villalobos se le veía feliz y amnésica. Paseaba por la antigua Subdelegación como si lo hiciera por el convento de la Trinidad, que es el espacio que defendió como alcaldesa de Málaga para el Museo de Bellas Artes. De la Aduana, Villalobos, ni pío. Como Rajoy y Trump. Más veces que Judas negó Villalobos la Aduana y nunca se sumó a la movilización de su ciudad detrás de una pancarta para no contrariar al partido. Y eso no es memoria, es hemeroteca. Los vientos políticos la sacaron a tiempo de la agitación cultural de Málaga para llevársela al Ministerio de Sanidad, donde se topó con una agitación distinta, la alimentaria de las vacas locas. Los huesos no son como los cuadros y no es difícil equivocarse si se ponen en el puchero. O sí.
Hablando de cocina, al ministro Méndez de Vigo se le hace la boca agua cada vez que le dicen de venir a Málaga. Ayer desayunó en el Café Central sin prisas antes de dirigirse al nuevo museo. Terminado el protocolo, volvió al bar Hermanos Rodríguez. En el barrio de La Paz pidió de nuevo un buen plato de albóndigas, esas que ya probó en la visita de hace un año siguiendo la recomendación que le hizo el actor malagueño Dani Rovira en la gala de los Goya.
En la gala de ayer no hubo premios, ni tampoco se oyó la voz de Francisco de la Torre. La presidente y el ministro leyeron sus papeles y listo. Se echó de menos la cortesía institucional de darle en su ciudad voz al alcalde, que además sí se puso detrás de la pancarta y que museos ha inaugurado ya unos cuantos. No porque no hablase el alcalde, pero a la inauguración de ayer le faltó algo de corazón, al menos un trocito de ese que el médico contempla en el cuadro de Simonet desde el siglo XIX, un corazón frío, recién sacado del bello cadáver, un órgano inerte, pero que, al menos, conmueve. Pero algunos tienen fácil entrar en calor, emocionarse e ilusionarse al grito que está de moda: ¡Todos somos la Aduana!
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