Cada sala del recorrido por Bellas Artes está pintada de un color que se complementa con los tonos de las obras expuestas.

La Aduana por dentro: Respeto por el ADN del Palacio

El estudio de Juan Pablo Rodríguez Frade es responsable del diseño de las colecciones del museo, cuya morfología le ha planteado diversos retos arquitectónicos

FERNANDO MORGADO

Lunes, 12 de diciembre 2016, 02:03

La premisa era clara: «No negar los valores del edificio». El respeto por la identidad del palacio de la Aduana era fundamental para Juan Pablo Rodríguez Frade. Y también lo ha sido en cada uno de los proyectos que ha acometido en su carrera. Quizá la exitosa trayectoria en el diseño interior de colecciones y el planteamiento casi obsesivo de Frade por no alterar lo más mínimo el continente fue lo que hizo que el estudio del arquitecto madrileño nacido en 1957 se hiciera con la adjudicación de los trabajos.

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El resultado final, tras varios años de obras, es impecable, a pesar de que el reto inicial era harto complicado. La tipología del palacio de la Aduana, formado por cuatro crujías alrededor de un patio cuadrado hacia donde vierte todo el edificio, es, según Frade, lo que otorga interés al inmueble y, al mismo tiempo, el mayor inconveniente a la hora de transformarlo para su uso como Museo de Málaga. «Se han ido generando una serie de arquitecturas interiores que permiten asomarse a los ventanales, que ofrecen unas fantásticas vistas hacia la Alcazaba, el mar y las cubiertas de la ciudad, y al mismo tiempo exponer las colecciones de forma adecuada», explica. Privar a los visitantes de ciertas panorámicas era poco menos que un pecado, pero ya se sabe que la luz natural es un enemigo de las pinacotecas. Sobre este delicado equilibrio, el estudio ha conseguido elaborar un proyecto expositivo de primer nivel, a partir del cual surge lo que el madrileño llama «lo otro». «Son aquellos elementos que no se pueden definir con claridad, pero que en el fondo son los valores inesperados que aparecen cuando se establecen unas cualidades en las escalas y tratamientos de la luz que hacen que todas las piezas encajen y el 'tono' de la intervención sea natural», comenta con pasión Frade, que en 1995 aceptó su primer gran encargo con la reconversión del Palacio de Carlos V en Museo de la Alhambra, Premio Nacional de Restauración. En Málaga se ha enfrentado a otro palacio, el de la Aduana, un edificio que califica de «potente y rotundo», y cuyo uso museístico considera «un gran logro para la ciudad». «El museo aporta una visión general de los orígenes y de la evolución de la provincia. Es una colección que conviene entender como un conjunto y que, como bien dice la directora, María Morente, es algo parecido al ADN de la ciudad», asegura.

Influjo italiano y amor por el arte del XIX

  • «En una ciudad como Málaga, cualquier navegante sabe que a veces el viento nos puede llevar de forma inesperada a lugares imprevisibles». El arquitecto Juan Pablo Rodríguez Frade (1957) recurre a esta metáfora para explicar cómo su carrera ha derivado hacia la especialización en museografía. El madrileño comenzó con unos contratos temporales en el Ministerio de Cultura y le fue asignada la Dirección General de Bellas Artes. «Fue justo en el momento en que se empezaba a fraguar la remodelación y construcción de los museos más importantes de España». Frade es consciente de que llegó a un sector muy concreto en el momento adecuado para poder desarrollar su carrera como arquitecto apasionado por el arte. Puesto a tomar partido, reconoce que disfruta mucho con la pintura del siglo XIX. «Resulta siempre sugerente, y aparecen situaciones en las que apetece sumergirse, además de darse una respuesta impresionante, desde un punto de vista técnico, a una gran expresividad formal», explica. Como a buena parte de su generación, arquitectos italianos como Gio Ponti, Scarpa y Albini han influido bastante en su trayectoria, que cuenta con hitos como la reforma del Museo Arqueológico Nacional.

La propia implantación de las colecciones también supuso un desafío para el estudio de Frade. El discurso expositivo está planteado según un orden cronológico que casi coincide con la secuencia de exponer primero las colecciones de Arqueología para continuar con las de Bellas Artes del siglo XVI en adelante. «Tan solo la Colección Loringiana, debido a su interés, unidad y relevancia en la ciudad, aparece aparentemente descontextualizada desde un punto de vista cronológico, pues sirve de entrada a todo el relato del museo, pero esa implantación también tiene una explicación bien fundamentada», afirma el arquitecto. El estudio parte siempre de lo que Frade llama «visión con luces largas», esto es, un exhaustivo conocimiento de las colecciones y del discurso para establecer las pautas y criterios previos desde un punto de vista espacial. «Después, como es usual para resolver cualquier cuestión, desmenuzamos cada problema en partes cada vez más pequeñas hasta llegar al detalle preciso de la instalación de la pieza», apunta. Aunque asegura que una vez iniciada la dirección del montaje todo ha discurrido con gran sintonía gracias a la experiencia del ministerio y la Junta y al conocimiento profundo que posee el personal del Museo de Málaga.

Estructura flexible

El proyecto museográfico ha dotado a la sección de Arqueología, que ocupa la segunda planta del edificio, de una estructura flexible para acoger los distintos recursos de apoyo -audiovisuales, maquetas y recreaciones- que explican las colecciones. En la de Bellas Artes, según Frade, se ha partido de la innovadora idea de recuperar tipologías de pinacotecas del siglo XIX. «Este es el periodo de muchas de las grandes obras pictóricas del museo, por lo que se han formalizado estancias que, respetando el edificio y sus ventanales, dotan al museo de suficiente superficie expositiva con una arquitectura de una gran capacidad evocadora». Ya en los primeros planteamientos, el equipo de Frade quería para la primera planta, la de Bellas Artes, salas coloristas que potenciaran la plasticidad de la obra expuesta, pero sin conocer exactamente cuáles iban a ser esos colores. «Durante el proceso de ejecución hemos realizado múltiples pruebas de colores en tablas que hemos ido contrastando con las obras a exponer hasta dar con los tonos adecuados», explica el arquitecto, para el cual los colores no son intercambiables, sino que están «absolutamente personalizados» para cada sala.

Durante la visita también se agradece el carácter pedagógico de las exposiciones. Frade cede el mérito al planteamiento museológico desarrollado por la dirección del Museo de Málaga: «Desde mi punto de vista se puede llegar al aprendizaje desde la emoción; ahora bien, si solo se consiguiera emocionar, tampoco sería poca cosa». Él reconoce que el simple hecho de pensar que muchos visitantes de cualquier extracto social, nivel de conocimientos y edad van a disfrutar de situaciones que su estudio ha planteado supone una recompensa a su trabajo, que desde sus inicios ha basado en el «rigor y en una conciencia cierta de trabajar para mejorar, en lo que está en nuestra mano, la vida de la sociedad».

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