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El patrimonio secuestrado

ROSARIO CAMACHO ANTONIO SOLER

Lunes, 12 de diciembre 2016, 01:21

Aunque administrativamente el Museo de Málaga data de 1913, empezó su andadura en 1915 al constituirse su Patronato, inaugurándose en 1916 en una casa de C/ Pedro de Toledo. La colección la constituían, además de documentos históricos y arqueológicos, los fondos de la Academia de Bellas Artes de San Telmo, institución a la que el Ministerio encargó su constitución para cumplir con la Ley de Instrucción Pública de 1857; después vendrían donaciones y los depósitos del Museo del Prado.

En 1920 la Academia acogió al museo en su sede, en el antiguo Colegio de San Telmo, y cuando en 1961 el Museo se instaló en el Palacio de Buenavista, se trasladó con él. La colección arqueológica, en la Alcazaba desde 1947, había pasado en 1996 al Convento de la Trinidad. Pero el acuerdo de la donación de Christine Picasso a Málaga para constituir el Museo Picasso, incluía su instalación en el palacio de Buenavista, que compró la Junta de Andalucía, y en 1997 Museo y Academia, siempre unidos, fueron desalojados del palacio y los fondos de bellas artes se almacenaron cuidadosamente en la Aduana.

Estábamos desolados. Habían secuestrado (no sabíamos por cuánto tiempo) una parte importantísima de nuestro patrimonio cultural. Yo me sentía triplemente afectada: como ciudadana, como profesora de Historia del Arte y como académica. Inmediatamente se creó la comisión ciudadana La Aduana para Málaga, reclamando como sede definitiva del museo el palacio de la Aduana, que albergaba a la Subdelegación del Gobierno y estaba infrautilizado. La comisión se reunía en El Pimpi; hablábamos con desánimo porque teníamos muchos factores en contra, y calculábamos estrategias. Y decidimos echarnos a la calle, para que toda Málaga conociera nuestras intenciones, para que las autoridades e instituciones atendieran nuestras solicitudes. Fueron cuatro manifestaciones que congregaron varios miles de personas, la primera en diciembre de 1997, dos en 1998, la cuarta en 2001, y un encierro.

Para mí fue especial la segunda (marzo 1998), porque mis compañeros me pidieron que leyera el manifiesto. Nunca me había visto en otra, empujábamos la pancarta de cabecera conduciendo a unas 6.000 personas que se manifestaban pacíficamente. Cuando llegamos a la Aduana leí el manifiesto, temblando, no de frío sino de emoción. Era consciente de que vivíamos momentos históricos.

El proceso de los diferentes proyectos, planes y obras ha sido largo y complejo. Durante ese tiempo y varios traslados de los fondos (Aduana, Palacio Episcopal, Parque Tecnológico) hemos podido contemplar la obra en exposiciones monográficas organizadas por la dirección del museo, y visitar el depósito perfectamente acondicionado.

Casi veinte años de espera pero, por fin, podremos disfrutar de nuestro patrimonio histórico-artístico, de ese legado cultural tan hermoso.

sí se vivió aquello, como una conquista ciudadana. Málaga, ciudad de la desidia, la frívola, la que sólo aspira a tener días de sol para tumbarse a la orilla del mar o pasear santos, para montar ferias o carnavales, se echó a la calle una, dos, tres veces, las que hicieran falta, para reclamar una ubicación digna para su museo. Una parte de la ciudad puesta en pie para reivindicar un proyecto cultural. Cinco mil personas en la calle, decenas de miles de firmas recogidas y toda clase de colectivos manifestándose hasta hacer reflexionar al Gobierno. Eso se hizo, aquí. Y se consiguió que uno de los edificios más importantes y mejor ubicados de la ciudad se consagrase a la cultura.

El mundo de la literatura también estuvo detrás de ese impulso. Para recordar el grado de compromiso bastaría un dato: José Antonio Garriga Vela participó en aquellas manifestaciones. Lejos de los cánticos y a una distancia prudente de los políticos, sí, pero allí estuvo. Quien lo hubiese visto anteriormente en una manifestación o pretenda volver a verlo detrás o cerca de una pancarta es una víctima de los psicotrópicos, alguien propenso a padecer alucinaciones. Pero no sólo fue Garriga, y no sólo fue que Manuel Alcántara leyese el manifiesto al final de una de aquellas marchas. Los escritores fueron un reflejo del interés ciudadano, cumplieron con su compromiso y a través de artículos, declaraciones, debates y entrevistas se pusieron al lado del resto de colectivos que pedían que la Aduana albergase el desmantelado Museo de Bellas Artes. No se trataba de un asunto de los pintores. Con los pintores nos enfrentábamos en farragosos partidos de fútbol en el campo del Seminario. Ahora Rafael Alvarado no era un carrilero más o menos desgarbado sino el capitán de un equipo compacto, y detrás de él nos pusimos todos. Era un asunto de todos, y así lo asumimos todos. Toda la sociedad malagueña.

El Museo se ganó en la calle, sí, pero también se ganó en la prensa, en el eco de esa reivindicación que los periódicos y las emisorias de radio respaldaron y que de modo tan decisivo contribuyeron a movilizar a la población. Durante las marchas había bromas, Alfredo Taján hacía sátira y la ironía no dejó de acompañarnos nunca, pero por debajo o por encima había una determinación y un compromiso firmes y también, al ver a todas esas personas marchando al unísono, había otra sensación. Sentíamos orgullo. Quienes habíamos hecho de la cultura el eje de nuestra vida por una vez veíamos cómo la gente se echaba a la calle en las noches de invierno para exigir pacífica pero contundente y reiteradamente que la ciudad no ninguneara al mundo de la cultura ni lo tratase como un bien menor o secundario. Creo que hubo un antes y un después. Y que esta ciudad de los museos, satisfecha de su patrimonio, tiene sus raíces en ese tiempo, en esa conquista y en esa sociedad que ni se calló ni aceptó ningún tipo de chantaje.

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