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fernando morgado
Lunes, 12 de diciembre 2016, 00:48
Los expertos coinciden a menudo en calificarlo de «joya neoclásica». Sin embargo, uno no necesita siquiera ser un erudito en arquitectura ni conocer los fundamentos del neoclasicismo para sentir que está en un lugar especial cuando entra en el palacio de la Aduana. Es algo más visceral lo que provoca el cruzar las puertas del vestíbulo y acceder al patio del edificio, donde si el visitante alza la cabeza descubre que unos bustos de terracota espían sus pasos desde lo alto de la galería.
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Esta es su casa desde que fueran acomodados allí antes de la visita del rey Alfonso XII en 1877. Como hiciera su madre, Isabel II, años antes, el monarca eligió el palacio de la Aduana para pasar la noche, y las reformas previas para adecentar el inmueble y hacerlo digno de la realeza trajeron consigo los veinte 'cabezones' de inspiración clásica realizados por el escultor local Luis Sánchez Caballero. Ahora, estos guardianes silenciosos deberán convivir con otros bustos similares, así como con cerámicas, estelas, estatuas, mosaicos y demás reliquias de todas las épocas que ha visto pasar la ciudad. También con lienzos, tallas, dibujos y esculturas, los inquilinos de la primera planta.
La rehabilitación del palacio malagueño llevó aparejado un lavado de cara en forma de restauración para los bustos, quizá para que puedan ver con claridad a todos los visitantes que a partir de la inauguración del Museo de Málaga atravesarán el umbral del edificio. Serán muchos, sin duda, pues la planta baja de la Aduana quedará abierta a los transeúntes y hará las veces de plaza pública, para que cualquiera pueda sentarse en los nuevos bancos del patio -para el que se ha recuperado el suelo de la calle Guillén Sotelo- y sentirse observado por la Historia.
«El edificio se integra en las vías, caminos y recorridos de la ciudad y, sobre todo, se abre y presenta a Málaga y a sus ciudadanos. Deja de ser un obstáculo y se convierte en paso y objetivo». Son palabras de Fernando Pardo, uno de los arquitectos responsables del proyecto de rehabilitación junto a Bernardo García y Ángel Pérez. Atrás quedan años -demasiados- en los que la Aduana dio la espalda a Málaga. Ahora se escribe un «nuevo capítulo», declara Pardo. «El tesoro para nuestra actuación era la historia del propio edificio. En él todavía resonaban los diversos capítulos de su vida: nosotros hemos escrito uno nuevo».
Y al mismo tiempo los arquitectos se han asegurado de que el pasado del inmueble esté presente en cada detalle: las puertas que dan acceso al patio desde la entrada de la calle Alcazabilla están decoradas con 24 paneles metálicos que reproducen el plano de Málaga de 1791 de José Carrión de Mula, vigía del puerto. Una pieza cuadrada sobresale del mapa y señala la situación de la Aduana. También en la cafetería, decorada con la panorámica de la ciudad realizada en 1564 por el dibujante holandés Anton van den Wyngaerde. Ahí aparece de nuevo el cuadrado abierto por su lado izquierdo que el museo ha tomado como logotipo y que sitúa sobre el grabado un edificio que no se construiría hasta más de dos siglos después.
Fue en 1791 cuando comenzaron las obras de una aduana que venía a sustituir a la situada en Puerta del Mar. La intensa actividad marítima tras liberarse el comercio con América provocó que Carlos III autorizara la realización del proyecto, que congeniaba con la política borbónica para activar la economía española. El elegido para hacerlo realidad fue el madrileño Manuel Martín Rodríguez -sobrino de Ventura Rodríguez-, que se inspiró al elaborar los planos en la Real Casa de la Aduana de Francesco Sabatini en Madrid.
Una larga espera
Desde el principio se intuyó que la de la Aduana iba a ser una historia de largas esperas. Los constantes incidentes en las obras ralentizaron la construcción, que no finalizó hasta 1829. Pero una vez acabada, el gobierno decidió otorgarle otro uso: sería una fábrica de tabaco durante seis años. Aunque obviamente no fuese el objetivo inicial, Fernando Pardo cree que, desde su conclusión, la Aduana estaba de algún modo predestinada a convertirse en lo que es ahora. «Es un edificio neoclásico de gran empaque. Sus características originales le dan la singularidad necesaria para alojar un museo y sus espacios principales son válidos para este uso sin necesidad de desvirtuarlos», explica el arquitecto.
La admiración de Pardo por el inmueble de Martín Rodríguez ha sido compartida por muchos otros profesionales del gremio, como Fernando Chueca, que en su 'Historia de la arquitectura occidental' afirma con rotundidad que el sobrino de Ventura Rodríguez dejó en Málaga su mejor obra. Firmó un edificio a semejanza de los palacios renacentistas, de planta cuadrada y con la parte baja de la fachada almohadillada. Sus cuatro crujías se levantan en torno al patio central, con pórticos en sus dos primeros pisos y una galería abierta en el tercero, donde están apostados los bustos. La cubierta a dos aguas culminaba el palacio hasta el incendio de 1922, en el que fue completamente destruida. Veintiocho personas fallecieron en aquel desastre, tras el cual el edificio quedó rematado por una cubierta plana a la altura de la cornisa original.
La nueva reforma se ha encargado de devolver a la Aduana su corona, ahora plateada. «Al plantear cómo y de qué manera actuar, se vio que si se quería realmente recuperar las condiciones originales sería necesario reconstruir el perfil que tenía el palacio con sus cubiertas inclinadas», explica Pardo, para el cual era necesario no perder de vista que se trataba de una actuación «de nuestro tiempo». «Es escribir una nueva página del libro de la historia del edificio, pero con el lenguaje arquitectónico actual, sin perder la referencia a su tiempo», explica. Por este motivo, todas las piezas de aluminio de la moderna cubierta llevan grabado un dibujo del siglo XIX del palacio de la Aduana visto desde Giralfaro.
No ha sido esta la primera reforma que ha sufrido el inmueble de Cortina del Muelle, aunque seguramente sí la de mayor envergadura: ha durado siete años, se han invertido casi 40 millones de euros y el edificio ha ganado casi cinco mil metros cuadrados de superficie. El punto de partida fue, según Fernando Pardo, «resultado de eliminar los elementos no originales y que se entendían como intervenciones desafortunadas que habían desvirtuado al palacio». Los diferentes usos de la Aduana dejaron su huella: en 1839 fue sede de la Hacienda Pública, y más tarde se acomodaron allí la Diputación Provincial y el Gobierno Civil. La Delegación de Hacienda se mudó en 1978, y la Subdelegación del Gobierno, en 2005, liberando el edificio para su uso cultural.
La cubierta plateada que ahora corona el Palacio de la Aduana debe su brillo a las 7.000 placas de aluminio que han sido fabricadas específicamente para recuperar la antigua forma del tejado cada una reproduce un grabado de una vista del edificio desde Gibralfaro. El diseño, idea de los arquitectos responsables de la reforma, ha sido registrado en la Oficina de Patentes y Marcas.
Entre ambas fechas, el palacio de la Aduana fue testigo de momentos convulsos durante el reinado de Isabel II y la llegada de la I República en 1868, así como en el 36, cuando el gobernador civil José Antonio Fernández Vega ratificó su poder en el palacio y el golpe de estado fracasó en Málaga. También vivió episodios más anecdóticos, como la detención de Frank Sinatra en los calabozos de la comisaría de Málaga, que en aquel septiembre de 1964 estaba instalada en el edificio. Ahora se abre una nueva etapa para la Aduana, que tendrá su entrada principal en la avenida de Cervantes, según explica Pardo. «Históricamente, la fachada principal y por tanto su acceso era por la plaza de la Aduana, donde se encuentran las escaleras monumentales originales que comunican las plantas principales. Sin perder esta cualidad, en la ordenación del museo se plantea el acceso por 'las palmeras' hacia el recorrido interior del edificio y al patio principal, ya que permite una mejor relación con la vida de la ciudad con un espacio amplio independiente anterior a la entrada propiamente dicha al museo».
Además del patio, en la planta baja se encuentran el almacén visitable, la taquilla, la tienda del museo y la cafetería. Allí se visitarán también las exposiciones temporales. La primera planta está reservada a la colección de Bellas Artes, y la segunda, a la de Arqueología y a la sala de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. En el tercer nivel se sitúa la biblioteca y en la bajocubierta, el restaurante. En su nuevo capítulo, la Aduana se abre a los malagueños, que tanto lucharon para que la joya neoclásica volviese a ser parte de la ciudad.
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