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JOSÉ MANUEL CABRA DE LUNA
Lunes, 12 de diciembre 2016, 01:21
La ciudad, considerada en su conjunto, es una forma simbólica. Las construcciones singulares, los edificios más significados, también. Y lo son porque al ser vividos, al atravesar las diferentes edades del tiempo, además de ser lo que materialmente son acumulan historias, personales y colectivas, vividas o imaginarias, conformando así el presente de la ciudad (que porta todo su pasado y lleva las semillas del futuro).
La Aduana, que ha sido muchas cosas, constituye una de las imágenes de Málaga. Estando ahí, con su imponente presencia, estaba lejos, era el escenario de un poder inaccesible, un castillo de Kafka que siempre estaba distante aunque lo pudiésemos tocar. Pero todo cambió -y eso ocurre muy pocas veces- cuando los ciudadanos de Málaga, y solo ellos, decidieron que allí debía estar el museo. Tenemos fama de ser un tanto indolentes para nuestras cosas, pero aquí no lo fuimos. La ciudad se echó a la calle y aquello no tuvo marcha atrás. A la Aduana debían ir el museo y, de su mano, la academia. Y fueron.
Y es que la academia y el museo siempre han estado muy ligados, pudiendo afirmarse que, en cierto modo, ambos tienen la misma naturaleza y origen. Fue la academia, que se fundara en 1849, la que desde el principio luchó por la creación del museo y fue a ella a quien el ministerio encarga, a comienzos del siglo XX, la constitución de aquel. La colección comienza con obras de los académicos y con sus particulares colecciones personales, que cedieron a la academia y ésta depositó en el museo. Y ahí continúan.
Con el Museo de Málaga se cierra el círculo, se completa (aunque nunca se pueda dar por definitivamente concluida) la estructura conceptual de la oferta cultural que la ciudad ofrece y diré porqué afirmo tal cosa. Además de la colección arqueológica, clara y muy didácticamente presentada, se halla la colección de pintura donde hay excelentes muestras del siglo XIX, algunos notables conjuntos de las vanguardias históricas de comienzos del XX y buenas obras de los pintores malagueños de la segunda mitad de este siglo hasta nuestros días.
De tal suerte que, tomando a Picasso como eje, si acudimos a las primeras obras citadas, en el Museo de Málaga podremos ver sus antecedentes, sus maestros iniciales en su vertiente más museística (obras de grandes dimensiones), lo que se puede completar con la colección del Museo Thyssen, en un plano más doméstico; de ahí iríamos a la colección del Museo Ruso de San Petersburgo (con buenos ejemplos del arte del XIX de otras latitudes), para pasar al emblemático Museo Picasso y a los fondos de la Fundación Casa Natal. Después acudiríamos a conocer la oferta del Pompidou, para concluir en las exposiciones del CAC Málaga. Esta es una sucinta sugerencia para que meditemos en cómo, tras la extraordinaria aportación que hace el Museo de Málaga, esta ciudad media europea va a ofrecer una rigurosa mirada por tres siglos del Arte, el XIX, el XX y el XXI.
Y digo así porque debemos acostumbrarnos a ver los museos y centros de arte, no como compartimentos estancos, sino como lugares artísticos que, junto con otros lugares, pueden hacer ofertas riquísimas por complementarias. Desde esta perspectiva, a nuestra ciudad se le abren unas expectativas de extraordinaria importancia que la pueden convertir en pionera de otra forma de mostrar el arte. La consideración de nuestra oferta como conjunto.
Tampoco debemos olvidar las magníficas instalaciones técnicas que el Museo de Málaga posee. Sus talleres de restauración y conservación son de los mejores de España y de seguro se convertirán pronto en receptores de cuadros, esculturas o piezas arqueológicas que deban ser intervenidas. A las obras de arte les ocurre como a los buques o a las catedrales, están en continúa reparación y restauración; son como cuerpos vivos que atraviesan el tiempo porque se les cuida y conserva.
Esto nos lleva a pensar que Málaga puede y debe convertirse en la ciudad en la que las titulaciones universitarias y los oficios relacionados con el arte y con su estudio, gestión, ordenación, exhibición, transporte y conservación deben tener cabida. Ahí nos aparece de modo natural y por utilizar una expresión usual en esos casos, un gran nicho de mercado.
La academia que, como le corresponde, tendrá su sede en unas amplias y luminosas estancias del edificio de la Aduana, se suma a la alegría de los ciudadanos y se afirma en la voluntad de convertirse en uno de los motores que ayuden a navegar al buque insignia Museo de Málaga. Sea bienvenido y que tengamos todos una buena travesía.
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