Que veinte años no es nada se dice en 'Volver', el célebre tango de Alfredo Le Pera que hiciera popular Carlos Gardel. Pero veinte años son dos décadas, son -ahí es poco- doscientos cuarenta meses que los malagueños hemos tenido que esperar para ver de nuevo las colecciones de nuestro museo. Pero también dice la sabiduría popular que nunca es tarde si la dicha es buena, o que más vale tarde que nunca. Así que -esto parece que va de dichos, populares o no- hagamos de la necesidad virtud y congratulémonos todos con la apertura -no sé si se puede hablar exactamente de reapertura- del Museo de Málaga. Sí, pues claro que me congratulo y felicito. Qué se pensaban. Me lo puedo imaginar, habida cuenta de un comienzo tan agorero. Claro que me felicito -aunque no olvide- y me alegro de que tengamos un museo más en esta Málaga que asombra a todos por su decidida apuesta por los centros expositivos y culturales.
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Y me felicito porque recuperamos los malagueños un extraordinario y magnífico edificio, de imponente y contundente planta, que en el mismo centro de la ciudad -como decía el otro día en RNE su directora, María Morente- nos va a ayudar a conocer mejor nuestra historia, a conocernos mejor, por tanto, a nosotros mismos. Será esta, la historia y la arqueología, una de las vigorosas nervaduras que sostendrán el discurso museológico de las colecciones. Muchos malagueños -y, por supuesto, también visitantes- van a sorprenderse por la extraordinaria colección arqueológica del museo. Más familiar les será a los que conocieron el 'antiguo' museo en su sede del Palacio de Buenavista, ahora Museo Picasso, la colección de Bellas Artes, con presencia destacada de la llamada escuela malagueña del diecinueve y algunas otras pequeñas joyas, además de una nutrida representación de artistas malagueños con obras de la segunda mitad del siglo XX.
La apertura de un museo siempre es algo para celebrar, algo para felicitarse. Porque los museos hace tiempo que dejaron de ser «almacenes de baratijas, desordenadas y mal tratadas», como quería -y en gran parte por su esfuerzo- don Ricardo de Orueta, paisano nuestro. Los museos son, hoy por hoy, lugares de cultura, espacios de encuentro, de formación, de socialización e integración. Los museos nunca sobran y son inversiones -las inversiones, si se gestionan bien, tienen siempre un retorno- a medio y largo plazo que constituyen un imprescindible instrumento de vertebración social. Son equipamientos e infraestructuras que articulan el territorio que -en muchas ocasiones - cambian el paisaje y, lo más importante, acaban transformando -y hay una universal coincidencia y consenso en que para bien- el 'paisanaje'.
Por todo lo anterior, y más cuestiones que no caben en esta reseña, felicitémonos todos por este 'nuevo' museo y dispongámonos a disfrutarlo, a pasear por sus salas. A descubrir en ellas los pequeños tesoros que nos ayudan a mejor comprender cómo nos hemos constituido en lo que somos y nos ayuden a conformar mucho mejor lo que seremos. Y ya que estamos de felicitaciones, permítaseme que felicite de una manera sincera y cordial a la directora, a María Morente, y a todo el equipo por su trabajo, por su constancia y paciencia. Gracias a ellos por la ilusión siempre viva.
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