El Museo de Málaga nace con una extraordinaria vinculación emocional con la ciudad y sus ciudadanos. Cuando se abran las puertas de la Aduana se abrirá mucho más que un museo, porque ese gesto, el imaginario sonido de unas llaves descerrajando la cerradura, culminará la aspiración de miles de personas que allá por 1997 se echaron a la calle ¡por un museo! El pueblo suele tener instinto y desde el primer momento Málaga se dio cuenta de que tenía que defender aquel Museo de Bellas Artes y recuperar para la pinacoteca el magnífico edificio de la Aduana, cargado de simbolismo y de una atracción ecléctica que emerge descomunal a los pies de la Alcazaba y como vigía de la ciudad portuaria. Hoy, 12 de diciembre de 2016, es un día muy especial, aniversario de una manifestación por la cultura y desde ahora fecha totémica de una rebelión ciudadana por el arte. No hay gesto más hermoso y heroico que combatir por la belleza. Y pocas ciudades podrán decir que en un tiempo, sin móviles ni internet, sin plataformas de movilizaciones de sofá, sin redes sociales con las que conectarse, miles de familias, padres e hijos, se lanzaron a la calle detrás de una pancarta que decía: La Aduana, para Málaga. Y así fue; y así es.

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El Museo de Bellas Artes es imbatible en el corazón de varias generaciones. Para muchos de nosotros fue el primer contacto infantil con el arte, en el entonces único museo de pintura de la ciudad. Aún recuerdo, incrustado en mi memoria, aquel día que con el colegio fuimos al Palacio de Buenavista. Subimos unas escaleras sombrías, de madera y barro, que crujían bajo nuestros ansiosos y alborotados pasos. Y allí me topé con el inmenso cuadro de Enrique Simonet '¡Y tenía corazón!' (Anatomía del corazón), con esa atmósfera de soledad helada, el cuerpo yacente de ella, su melena pelirroja, la mirada de él y el corazón de ella. Allí me quedé entre boquiabierto y deslumbrado. Al salir compré una postal de ese cuadro -y de algún otro-, que acompañó mis mesas de estudio durante años y hoy aguardará, seguro, en alguna caja de lata de Colacao, el reencuentro con tantos recuerdos. Esas sensaciones bien valían una rebelión. Y quizá muchos de los que se patearon las calles tenían esos lazos emotivos y viscerales con ese museo, con sus obras y con la visión de que se contemplaran en las paredes del viejo edificio de la Aduana. Algo había que trascendía al valor cultural de aquellos cuadros, algo atávico, resistente e íntimo.

Bastantes años después, como periodista, me tocó cubrir manifestaciones por la Aduana. Una casualidad que, como pieza de un rompecabezas vital, encajaba como continuidad de aquella primera visita infantil. Fueron páginas llenas de dignidad y orgullo que relataban algo tan inverosímil como una manifestación en defensa de un museo, de su continente y de su contenido. Cada visita a Málaga de un ministro era un desafío para preguntarle. ¿Y para cuándo la Aduana para Málaga? Implacables. Y recuerdo la llegada del entonces ministro de Administraciones Públicas, Mariano Rajoy, y volverle a pedir grabadora en mano para cuando la decisión del Gobierno de darle a Málaga lo que era suyo, la Aduana para el Museo de Bellas Artes. Y fueron muchos, ciudadanos, artistas, gestores culturales y también políticos de distinto signo, los que se emplearon duro en aquella misión.

Y mucho antes de aquellas manifestaciones, porque al final de los años 70, en plena Transición, ya hubo quien reclamó la Aduana para Málaga. Y entre ellos, apellidos como Rodríguez Oliva, Puertas, De la Torre, Temboury, Sanjuán, Olano o Cabrillana, algunos de ellos amenazados con sanciones por el entonces Gobierno de UCD. Existía desde entonces una tensión latente, quizá porque aquel museo y también el Arqueológico, eran las únicas amarras de la ciudad con la cultura.

Y llegó la decisión: la Aduana para Málaga. Y se construyó el Museo Picasso en el Palacio Buenavista y su ampliación. Y las obras del Museo Provincial de Bellas Artes tuvieron que almacenarse embaladas durante años como testimonio de un deseo ciudadano envuelto en papel de estraza. Pasó el tiempo, las idas y venidas políticas, los compromisos, los aplazamientos. Pero llegó el día y el magnífico edificio de la Aduana se rehabilitó hasta convertirse en un maravilloso escenario para contemplar la impresionante colección de arte del XIX, así como las piezas del Museo Arqueológico. El Museo de Málaga cierra un círculo y, aunque sea el último en llegar, da sentido a la ciudad de los museos, como guardián de lo auténtico y soporte conceptual de que lo luego llegó. El Picasso, el Thyssen, el CAC, el Pompidou, el Ruso y el Museo de la Aduana escriben desde hoy un relato más consistente, más completo.

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En estos tiempos de actualidad inmediata es bonito imaginar cómo los nombres y apellidos de todas esas personas, asociaciones y colectivos que alzaron la voz están inscritos de forma imaginaria en las paredes de la Aduana como artífices de una conquista humilde, sencilla y al mismo tiempo grandiosa. Y al cruzar la puerta, tras dejar atrás el pequeño pero dignísimo palmeral, muchos de los de entonces seguro que se emocionarán al ver que el Museo de Málaga es, de nuevo, su museo. Abierto de par en par para recordar que La Aduana ya es de Málaga.

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