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Antonio Javier López
Viernes, 9 de diciembre 2016, 00:22
El 26 de mayo de 1953, Juan Temboury echa al correo una carta. Comenzaba así: «Perdone Vd, genial maestro, mi atrevimiento al formularle esta petición, de la que son partícipes un grupo de antiguos amigos suyos y otro muy numeroso de jóvenes malagueños, que han seguido, paso a paso, la constante renovación de su inquietud creadora. Yo, el más modesto, lo hago sólo impulsado de mi admiración sincera a su obra y el gran amor que siento por esta tierra candente, en la que llegué a la vida. Hemos batallado incansablemente por formar en Málaga un gran Museo () Tenemos dos obras suyas de juventud, conservadas en la más alta estima. (...) Pero nuestro deseo es mucho más ambicioso, todo lo ambicioso que Vd. conceda que seamos; quisiéramos reunir en una gran sala, o en las que fueran precisas, los más cuadros posibles de su padre y de Vd».
Temboury era por entonces director general de Bellas Artes en Málaga, sus líneas daban cuenta de la inminente inauguración del museo provincial en el palacio de Buenavista y dirigía su mensaje a Pablo Ruiz Picasso. El artista nunca respondió, pero ahí prendió una mecha. La petición de Temboury caló en Jaime Sabartés, que durante más de tres décadas fue secretario personal de Picasso y que, a la postre, realizó una donación crucial en la historia del Museo de Málaga: el llamado Legado Sabartés, un extraordinario conjunto que reúne una extensa bibliografía monográfica sobre Picasso, así como tres carpetas de obra gráfica. Corría el último tramo de la década de los 50, el genio era todavía una figura denostada en la España de la época, pero aquel gesto supuso el primer gran paso para su recuperación en la ciudad que lo había visto nacer.
«La llegada del Legado Sabartés se relaciona con el cambio de sede del museo desde la plaza de la Constitución hasta el palacio de los condes de Buenavista, donde está muy involucrado Juan Temboury. En aquel momento, Manuel Casamar estaba en contacto con el ministerio para que hicieran un nuevo depósito de obras del Museo del Prado. Es cuando llegan las Floristas valencianas de Nogales, muchas obras de Madrazo... En ese contexto de pasar de una sede constreñida a una sede donde el museo va a expandir su colección, Juan Temboury tiene la obsesión de que el museo tiene que contar con una sala dedicada Picasso. Tal y como él lo veía, el museo no puede abrir en 1961 sin contar con una sala dedicada a Picasso porque en aquel momento ya se presenta como la figura artística internacional más importante, más conocida del mundo y Málaga como lugar de nacimiento tenía que contar con obra suya en su colección», explica el conservador del Museo de Málaga, Ángel Palomares.
«Ese anhelo era un verdadero acto de justicia, un valiente y pionero gesto de recuperación, así como un estratégico paso para robustecer los fondos del museo, que contaba con algunas obras como El viejo de la manta, una obra de juventud dedicada a Muñoz Degrain, y, desde la década de los treinta, Evocaciones o Pareja de ancianos, legada por Baldomero Ghiara, tío del pintor. Esa raquítica presencia de obras picassianas era una triste realidad compartida, pues las colecciones del Estado en aquel momento apenas tenían ingresadas piezas del creador malagueño», argumenta la pieza audiovisual cuyo guión firma el crítico de arte Juan Francisco Rueda que relata la historia del Legado Sabartés en la sección de Bellas Artes del Museo de Málaga.
En la sección de Bellas Artes
La pantalla está instalada justo al lado de la Cabeza de mosquetero (1968) de Pablo Ruiz Picasso. Y en ese rincón de la Aduana, Ángel Palomares continúa su relato con paquidérmica memoria: «Temboury encuentra complicidad en Baltasar Peña Hinojosa, que en aquel momento estudiaba el contenido del museo. Ambos aprovechan un viaje a Francia para conocer a Picasso en el ambiente de una fiesta de la Embajada. Temboury comenta a Picasso que se va a abrir un nuevo museo en Málaga, que sólo tenía la Pareja de ancianos y el Viejo de la manta en aquel momento y que no puede abrir el museo sin que Picasso esté presente».
«En ese momento prosigue el conservador del Museo de Málaga Picasso no parece mostrar demasiado interés. Además, cuando regresan a Málaga, el ambiente se hace gélido, porque no tienen el apoyo de las autoridades de la época. Hay que recordar que en aquel momento Picasso era un rojo e instituciones como la Academia no quieren apoyar a una figura como esa».
Palomares ofrece un primer esbozo del calibre de la donación: «Sabartés trabaja junto a Picasso desde los años 30 hasta los 60 y desde el primer momento se da cuenta de que Picasso va a ser una figura fundamental. Por ese motivo quiere dejar constancia en una biblioteca de todo su trabajo, desde el Paris Match y los calendarios que se publicaban sobre Picasso hasta el estudio más sesudo sobre su obra de los más prestigiosos historiadores del arte. () Sabartés era el encargado de gestionar los derechos relacionados con la obra de Picasso, de dar en muchos casos el consentimiento para las publicaciones relacionadas con el artista y en todos los casos pide que se le envíe un ejemplar de lo que salía de la imprenta sobre el autor».
Una colección, por tanto, datada entre los años 30 y 60 del siglo pasado que ofrece, por tanto, un conjunto de visiones en muchos casos primigenias sobre la trayectoria del artista. «A Málaga llega toda a biblioteca de Sabartés. Lo más curioso de la llegada es que se van expidiendo cajas, cajas y cajas que va recibiendo el propio Temboury en su casa y que luego van llegando al museo», detalla Palomares. El conservador apostilla que esos fondos permanecerán en los almacenes internos de la Aduana, a disposición de los investigadores que quieran consultarlos.
Una elección nada casual
Junto a los fondos bibliográficos, el Legado Sabartés incluye un notable conjunto artístico: «La elección de las cuatro carpetas de obra gráfica no ha de ser entendida como aleatoria. Las estampas de La Tauromaquia, Femmes & Faunes, Mes dessins dAntibes y Faunes et flore dAntibes contienen imágenes y universos que el Picasso niño ya dibujaba en su ciudad natal, como escenas de toreo y seres mitológicos», aporta Rueda en el documental insertado en la exposición permanente del Museo de Málaga.
«Son estampas aporta Rueda que, a un tiempo, despliegan las metáforas obsesivas que acompañaron al artista durante prácticamente toda su carrera, así como algunos de los temas a los que se estaba enfrentando en los años cuarenta y cincuenta, como era su diálogo con el Siglo de Oro español y con la figura de Rembrandt, que fraguaría en sus postreros mosqueteros. Del mismo modo, el conjunto evidencia la heterogeneidad estilística, transitando entre cierta reminiscencia neoclasicista y algunos destellos abstracto-geométricos, tanto como la maestría con la aguatinta, tal como apreciamos en la presteza y esencialidad de La Tauromaquia. La presencia de lo mediterráneo, como una suerte de retorno a lo originario y un motivo para la alegría de vivir, es otro de los argumentos que encontramos en ese conjunto, primer paso de la vuelta de Picasso a Málaga».
Una reivindicación, como recuerda Rueda, «casi clandestina» en aquellos años, entre 1955 y 1961, que suponía «un acontecimiento no sólo excepcional para la ciudad, sino para el conjunto del país».
Algo parecido a lo que sucede ahora con el regreso del Museo de Málaga a la vida cultural.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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