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Maria Dolores Tortosa
Martes, 8 de noviembre 2016, 00:53
Sevilla acoge desde este 8 de noviembre una exposición histórica: Por primera vez obras de Velázquez y Murillo se exhiben cara a cara en una misma sala. La muestra Velázquez. Murillo. Sevilla, que hoy abre al público en el Hospital los Venerables de la capital andaluza, ha sido ideada por el director de la National Gallery de Londres, Gabriele Finaldi, que también fue director adjunto del Museo del Prado. Podrán admirarse una veintena de lienzos de los doss maestros del Barroco escogidos con esmero para que puedan apreciarse similitudes de temáticas y ambientes bajo la influencia de Sevilla, la ciudad «cosmopolita y culta» en la que nacieron a la vida y «a los pinceles», anota Finaldi.
Hasta doce museos y colecciones privadas, incluidas nuestra pinacoteca nacional, la londinense y el Louvre, han prestado pinturas para confrontar «una relación ideal más que directa» de los dos andaluces universales. La exposición, organizada por la Fundación Focus- Abengoa en su 25 aniversario, sirve de «preludio» de las grandes celebraciones que se preparan para conmemorar a lo largo de 2017 el Año Murillo por el cuarto centenario de su nacimiento.
Diego Velázquez nació en 1599 en Sevilla y se trasladó a Madrid en 1623 y viajó por Europa, sobre todo Italia. Pintó 130 obras a lo largo de su vida. Bartolomé Esteban Murillo nació en 1617 en la misma ciudad y apenas se movió de ella, salvo algún que otro viaje a Madrid de ida y vuelta. Produjo más de 400 lienzos. Aún coetáneos, no hay documentación que confirme que ambos pintores se conocieran, entablaran amistad y tuvieran alguna relación, aunque la lógica hace pensar que sabían el uno del otro y alguna vez pudieron coincidir. Así lo cree Gabriele Finaldi, comisario y director científico de la exposición. «Casi seguro se conocieron y desde luego que se apreciaron».
Con esta muestra Sevilla salda aquella deuda y propicia un reencuentro insólito de los dos artistas a través de 19 de sus pinturas todas obras maestras y algunas expuestas por primera vez en España, nueve de Velázquez fechadas entre 1617 y 1656 y diez de Murillo de los años 1645 y 1680. Hasta ahora los expertos han rehuido la comparación entre los dos genios y, sobre todo, hablar de influencias. La exposición busca, a través de parejas y tríos de cuadros, paralelismos o coincidencias en iconografías religiosas y temáticas de la vida cotidiana, que pueda apreciarse el «virtuosismo técnico» e «inteligencia pictórica» de los dos y también el influjo de Sevilla en un lenguaje plástico naturalista innovador. «Velázquez es más intelectual, más pensador». «Murillo es un pintor que aporta prestigio del oficio, pero sin preocupaciones teóricas», apunta Finaldi.
Por primera vez pueden admirarse juntas las «maravillosas pinceladas» de las dos Inmaculadas pintadas por Velázquez con menos de 20 años, la de la National Gallery y la de la Fundación Focus, junto a las de la Inmaculada Concepción de Murillo perteneciente al Nelson Atkins Museum de Kansas City, nunca antes expuesta en España. Otro trío de interesante contraste es el formado por las patronas de Sevilla: la Santa Rufina de la Fundación Focus que pintó Velázquez en 1635 y la Santa Justa y Santa Rufina de Murillo de 1660, ahora en el Museo Meadows de Dallas.
A Velázquez y Murillo les preocupó dejar testimonio de su aspecto físico y de su prestigio social. La exposición confronta el Autorretrato juvenil de Velázquez, propiedad del Prado, y un autorretrato de Murillo con 40 años pintado sobre una losa fingida de piedra indestructible, como ansía su fama.
La muestra se cierra con otro trío, el formado por el lienzo de Velázquez Dos mozos comiendo, prestada por Apsley House, y las composiciones de Murillo: Niño espulgándose, cedida por el Louvre, y Tres muchachos, procedente de la Dulwich Picture Gallery. La obra de Velázquez, retratando en tonos terrosos y tristes una escena de gente humilde, está fechada un año antes de su marcha a Madrid. Finaldi observa que el pintor experimentó con una temática «proletaria», que luego abandonó tras su traslado a la Corte. Murillo la retomó años después y la practicó como tema menor, por gusto, ya que la gran demanda de la época eran la pintura religiosa y retratos. Su Niño espulgándose es a ojos del comisario la pintura «más velazqueña» de Murillo en la exposición. «No son cuadros dulces, recogen algo más», afirma sugiriendo la inquietud que provoca en el espectador el niño esclavo de color de Tres muchachos. Para el director de la National Gallery ese «algo más» es la influencia de la vida y de la luz de Sevilla en los dos pintores.
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