BARQUERITO
Martes, 16 de agosto 2016, 00:38
Tres de los seis toros de Zalduendo lucían pavoroso velamen. Se abrieron en lotes distintos. Un primero cornalón, bizco; un segundo descarado pero el de más armónica armadura dentro del trío de artillería; y un sexto que no solo cornalón, sino ligeramente cornipaso también y, además, corto de cuello. El primero galopó, cobró mínimos en varas y, noble de verdad, embistió con ganas y por derecho. La calidad decantada. Muy ovacionado en el arrastre. El segundo se blandeó en el caballo -cabezazos contra el peto, dolerse- pero rompió a embestir después de banderillas, y a embestir muy despacito. Fue toro de particular fijeza. El sexto hizo amago de fugarse antes de varas. Habría sacado astillas de un burladero que zurció en dos trallazos, si los burladeros de Illumbe no estuviera blindados. Picado sin fortuna -un primer puyazo muy delantero y un segundo muy trasero, y aquí no cabe la ley de las compensaciones-, vino a violentarse en cuanto tropezó engaño. Al violentarse, se enteró como suelen los toros listos y pegó derrotes arteros.
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uLugar San Sebastián. 3ª de Semana Grande. 11.000 almas. No hay billetes. Bochorno.
uGanadería Seis toros de Zalduendo (Alberto Baillères).
uCartel Sebastián Castella, saludos y palmas. Alejandro Talavante, una oreja y saludos tras un aviso. Roca Rey, una oreja en cada toro. Muy acertados en brega y banderillas Juan José Trujillo, José Chacón y Juan José Domínguez.
Castella toreó casi a placer al gran primero. Bello el arranque de toreo andado con pases de las flores librados por los dos pitones, cosidos suavemente, y el toro en la mano, pero sin abundar por la izquierda. Como pasa en tantas faenas sencillas, de no obligar, el toro se fue apagando.
Talavante anduvo a su antojo con el segundo, que pareció saborear como una golosina. Una faena de ricas y muchas variaciones, de seguridad casi insolente, y adornada con guindas muy de la casa: los molinetes mexicanos antes de entrar en honduras, el cite de largo con la zurda sin tomarse ventaja, el toreo de frente pero ligado, una candente tanda en redondo al ralentí, cambios de mano inopinados, roscas, una arrucina intercalada en una temeraria penúltima serie entre pitones, graciosos muletazos a pies juntos, y dos desplantes muy teatrales, el segundo de ellos, de frente, despojado de espada y muleta antes de salir del trance como quien se va de paseo. Lo más llamativo fue su firmeza.
Acierto con la espada
Cuando saltó el sexto y se dejó ver su aspereza -las hechuras no suelen engañar, era el toro feo de la corrida-, parecía sentenciada la cosa. Castella no había rematado con la espada su pequeño concierto. El cuarto, rajado y claudicante, llegó a derrumbarse y Castella se puso machacón y terco. Talavante acertó con la espada, pero de estocada trasera y apurada. El propio Talavante se entretuvo más de la cuenta con el quinto Zalduendo, que protestó en varas pero sacó de banderillas en adelante son del bueno. Una faena barroca, con muletazos extraordinarios cuando enroscados y a cámara lenta, o improvisados -rizos floreados, las mondeñinas mirando al tendido previas a la igualada-, y siempre embraguetados. A pesar de lo cual, o por eso mismo, fue faena sin rumbo fijo ni idea determinada. Dos pinchazos, media caída, un descabello.
Sentenciada la cosa, pero con un protagonista más o menos inesperado: Roca Rey, que debutaba en Illumbe. Parece especialidad del joven torero peruano eso de romper el fuego en una corrida y abrir hostilidades. En su quite de turno con el primer toro de Talavante ya había hecho ruido con un quite en los medios de notable aplomo. Cuando llegó su primera baza -un tercer toro corretón que compensaba las dimensiones del sexto-, Roca se dejó ver en el saludo con tijerillas de sorpresa y lances seguidos que acabaron con el toro encelado y fijado en los medios. Tras la segunda vara salió a quitar Castella en los medios por tafalleras, templadas pero despegadas, tres, y media. Y entonces decidió Roca Rey replicar. Fue el momento clave de la corrida.
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A los medios Roca, el capote a la espalda antes de que el toro estuviera con él y en seguida la reunión; saltillera, tres gaoneras acopladísimas, la revolera y la larga. La tarjeta de visita. Con el eco vivo de esa réplica tan feliz, Roca abrió faena de largo en los medios con una de sus jugadas favoritas: el cambiado por la espalda apurado lo imposible, y dos más casi seguidos en viajes bruscos del toro, y la arrucina, el natural y el de pecho ligados en la misma serie. Un lío. ¡Música! La gente enredada sin respiro a lo largo de una faena que, con sus carencias de torero nuevo, fue de mucho vibrar, tanto en el toreo de ajuste como en el más artificioso de los cambios. Todo en los medios y un final de sobresaliente descaro: entre pitones, y aquí no pasa nada, ni un respingo, ni un paso atrás, circulares cambiados, un abanico y, según costumbre, una estocada entrando en corto que hizo rodar al toro.
Un brusco sexto
Más miedo hizo pasar Roca Rey con el brusco sexto, que en cortó pegó derrotes de genio, y en uno de ellos prendió al torero por la faja o el chaleco y lo tuvo casi colgado de un pitón. La serena manera de descolgarse Roca y de volver al toro, y a la misma mano, como si no hubiera pasado nada fue casi una provocación. Se oyó un grito solitario: «¡Vale ya!». O sea, no nos hagas sufrir tanto, Ni caso. En distancia sofocante, se estuvo quieto Roca, sueltos los brazos, aplomo insuperable. Hasta dejar reducido el toro, que se quedaba debajo por sistema. Y, en fin, una estocada monumental. Pasando sin soltar engaño y dejando la espada en ese sitio que hacer rodar sin puntilla a cualquier fiera.
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