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José Antonio Garriga Vela
Sábado, 16 de julio 2016, 03:30
Una cena de verano en la terraza de casa con una pareja amiga que hace apenas un año fueron abuelos y están felices. Nos ponemos a hablar de las ocurrencias de los críos, como la que tuvo María a los tres años en un ascensor. Iba con su madre, que estaba embarazada, la abuela y la tía. Entonces señaló a cada una de ellas con su pequeño dedo índice, incluso a la hermanita que estaba a punto de nacer, mientras se hacía esta pregunta en voz alta: «¿Verdad que tú mamá, y tú, y tú, y tú, estamos solas en este mundo?». ¿Qué habría pasado por la cabeza de María para plantearse la soledad cuando todos los que la rodeaban vivían pendientes de ella? Fue precisamente Beatriz, la hermanita que entonces aún no había nacido, la que dijo tiempo después: «¡Jó!, no me puedo creer que me salgan tantas ideas». Y Jacobo, el hermano pequeño de María y Beatriz, exclamó entusiasmado una noche de verano mirando las estrellas: «¡Mamá, me habla el universo!». «Todos los niños tienen un viejo en la barriga», dice la tía Blanca tras contar las anécdotas de sus sobrinos. Luego recordó que cuando ella tenía ocho años hizo un viaje por los Pirineos con la familia y unos amigos de los padres. Cuenta que pasaban el día visitando iglesias románicas. Se ponían en marcha después del desayuno y regresaban extasiados al hotel para cenar. Hasta que una mañana temprano, antes de salir a hacer la excursión, se rebeló y dijo: «¡Estoy harta del románico lombardo!».
Moisés y Rosa comentaron que Pablo aprendió solo a leer a los dos años y un día preguntó al padre que qué era eso del Big Bang que había leído en un titular. Ahora es un adolescente superdotado. Nos preguntamos qué hará para no aburrirse. La hermana de Moisés tiene tres hijos que rondan los cuarenta, la sobrina trabaja en Uganda y sus hermanos están uno en Panamá y otro en Tanzania creando un parque natural. Están solteros y venturosos, sin tiempo para traer sobrinos nietos al mundo. Una cena curiosa porque los recuerdos familiares nos han llevado a planear un viaje para el próximo año a Tanzania, algo que tengo pendiente desde hace diez años y que siempre he postergado porque se interponía otro destino. El sobrino será nuestro guía. Después de la cena, ya en la cama, me quedo pensando en Tanzania, las reservas de animales salvajes y pacíficos. Me viene a la memoria aquel día que, con cuatro años, visité el zoológico de Barcelona con mis padres y hermanas. Iba corriendo a ver los monos cuando tropecé y me hice una herida en la frente. Me llevaron a la Casa de Socorro que había en el mismo Parque y el practicante me puso la inyección del tétanos. Fue entonces cuando pronuncié, indignado y sorprendido, la frase más obvia de la infancia: «¡Que el daño me lo he hecho en la cabeza y no en el culo!».
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