Regina Sotorrío
Sábado, 16 de julio 2016, 02:15
Entraron a la sala con camisetas en las que se leía Candidatura Patrimonio Mundial. Salieron presumiendo de su nueva condición: #somospatrimoniomundial. Un sencillo cambio de vestimenta marcaba el inicio de la fiesta en el centro neurálgico del pueblo, el Museo de la Ciudad de Antequera, donde vecinos y políticos locales seguían en directo la sesión de la Unesco en Estambul que declararía a los dólmenes un bien mundial a proteger. Banderitas, cavas y pasodobles dieron la bienvenida a ese «queda inscrito» que se pronunciaba a casi 4.000 kilómetros de allí y que, aseguraban desde aquí, «va a cambiar la vida del pueblo». Tanto que alguno se atrevía a hacer una sugerencia al alcalde Manuel Barón: «¡El lunes debería ser festivo!». Así se sobrelleva mejor la resaca de la celebración.
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«Ya no me quedan uñas», reconocía el teniente de alcalde José Ramón Carmona horas antes. Había nervios, muchos, en Antequera y en Estambul. «Le he dicho a mi padre que no se ponga nervioso, que seguro que nos lo dan», decía María Victoria Barón, de 12 años, que acababa de hablar con su padre, el alcalde, al frente de la delegación española en Turquía.
Un altavoz retransmitía a la plaza del Coso Viejo lo que sucedía en la reunión de la Unesco «¡Ah! ¿Eso era hoy?», preguntaba un viandante despistado, pero dentro del museo había una pantalla gigante... y aire acondicionado. Hasta allí se acercaron trabajadores del Ayuntamiento al acabar su jornada, niños ya de vacaciones, concejales, miembros de asociaciones y vecinos que querían vivir en primera persona cómo ese lugar donde de niños paseaban y jugaban se convertía en Patrimonio de la Humanidad. «¡No me ha cogido veces el guarda cuando me metía allí de chiquitillo!», recordaba Antonio Gómez.
celebración repartida
Pocos minutos después de las tres y media de la tarde estallaba la fiesta en Antequera con un doble epicentro. En el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera montaba su cuartel general la Junta de Andalucía responsable de la gestión del recinto mientras que en el salón de actos del Museo de la Ciudad se instalaba otra pantalla para seguir las deliberaciones del Comité del Patrimonio Histórico que dio su beneplácito a la entrada del conjunto antequerano en la Lista de Patrimonio Mundial.
La música tuvo un papel protagonista en las celebraciones. Tras la declaración, a las puertas del dolmen de Menga situado frente a la Peña de los Enamorados, un cuarteto de cuerda interpretaba el fragmento de la Sinfonía nº 9 de Beethoven conocida de manera popular como el Himno de la Alegría, al que siguió el Himno de Andalucía.
Después de las intrepretaciones musicales se abrió las puertas de la construcción milenaria, por las que desfilaron primero los políticos y después los primeros visitantes, algunos ya ataviados con camisetas y banderines conmemorativos de este día histórico.
Poco después de las tres y media de la tarde, antes de lo esperado, llegaba el momento:la Unesco valoraba la candidatura de los dólmenes. «¡Silencio!», pedían. Pero era imposible. Pocos entendían lo que el representante de ICOMOS y de los diferentes países que tomaron la palabra decían en inglés, pero cada vez que pronunciaban no sin dificultad Antequera, Menga o Peña de los Enamorados, la sala lo celebraba con la misma efusividad que un gol de España o los 12 puntos de Eurovisión. Cada «¡congratulations Spain!» de Portugal, Corea, Vietnam, Líbano, Croacia, Senegal, Túnez y Jamaica era recibido con vítores y aplausos. Solo faltaba que la coordinadora de la sesión de la Unesco dijera la frase mágica: «Queda inscrito». Ahora sí: las caras de expectación y las sonrisas nerviosas dieron paso a los saltos, los abrazos y los cánticos. Y la palabra «¡Suerte!» con que unos y otros se saludaban se transformó en «¡Enhorabuena!».
«¡Ya somos Patrimonio de la Humanidad!», exclamaban. El partido se había ganado. Al grito de «¡Antequera, oe, Antequera, oe!», con las banderitas de Patrimonio Mundial ondeando y la música de un pasodoble interpretado en directo por un quinteto de metales, empezaba la fiesta dentro y fuera del museo. Era el momento del cava y de las felicitaciones acompañadas del repique de campanas de las iglesias. Pero eso sólo en el kilómetro cero, unos metros más allá la ciudad dormía la siesta ajena al jolgorio como cualquier viernes de julio a las cuatro de la tarde.
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«Ha sido súper emocionante. Antequera va a cambiar mucho de ahora en adelante», decía María Victoria Ortiz, la mujer del alcalde. «Ha sido un momento único, no hay palabras para explicarlo, esto es muy grande para Antequera», añadía Ana Belén Pérez. Con «los vellos de punta» lo vivió Esther Mora, de la asociación El Caldeo. Para Pepe Mora fue «histórico, algo que se recordará por los siglos de los siglos, como los dólmenes».
«Espero que sea el impulso que nos faltaba a los antequeranos», decía Lola Velasco, que dejó un segundo la taberna El Rincón de Lola para sumarse a sus vecinos. «Mucha gente no es consciente aún de lo que esto puede generar. Pero hacen falta cambios, para empezar una cafetería al lado de los dólmenes», apuntaba Manolo Miranda, del mesón El HaceBuche.
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Porque esto no ha hecho más que empezar. «Tenemos por delante obligaciones y retos que cumplir para preservar los dólmenes», añadía el teniente alcalde. Pero eso ya será a partir del lunes, si no es festivo.
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