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Antonio Javier López
Martes, 12 de julio 2016, 00:58
Una charanga de chicharras da la bienvenida mientras el sol se hace fuerte en un cielo azul celeste sin rastro de nubes. Faltan unos minutos para el mediodía y el termómetro hace tiempo que olvidó los 30, incluso los 35 grados, en busca de cotas más altas de sofoco. Al otro lado del patio espera un atisbo de sombra, la promesa del aire acondicionado y el asombro de Rubén Darío Ávalos.
Rubén Darío es escritor desde el nombre. De hecho, cuenta que escribe desde que tenía dos años y, por tener, a sus once tiene tres libros publicados y una rara dolencia que no le merma la sonrisa. «Lo que más me gusta de escribir es sumergirme en otros mundos. Tengo una enfermedad parecida al cáncer que se llama histiocitosis y eso no me permite hacer otras cosas que otros niños sí pueden hacer. Por eso, hago lo que no puedo con mi imaginación», cuenta Rubén Darío, que habla muy rápido para compartir en apenas unos segundos algunas de las experiencias que ha vivido, su mudanza en 2011 desde Paraguay hasta Sevilla para tratar su enfermedad y su predilección por JulioCortázar, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez.
«Yo he leído Crónica de una muerte anunciada...», comenta tímida Sara Ruiz (17 años), que se ha atrevido a seguir el hilo de la conversación después del torrente de Rubén Darío, el más pequeño de los 31 chavales que durante esta semana participan en la Escuela de Verano paraEscritores Noveles. Al otro lado de la balanza cronológica anda Cristian González, sevillano de 21 años, que desde el fondo de sala intenta animar el cotarro con un variado repertorio de ocurrencias y humor de vocación gamberra.
Después de dos ediciones celebradas en el Albergue Juvenil de Algeciras (Cádiz), la escuela para jóvenes talentos literarios regresa estos días a su hábitat natural: el Centro Eurolatinoamericano de Juventud (Ceulaj), ubicado en Mollina. Allí promueve la Consejería de Cultura un taller intensivo que tiene como docentes a la escritora Nerea Riesco y al joven poeta y dramaturgo malagueño Cristian Alcaraz, que hace no tanto pasó por aquí mismo como alumno.
A la escuela de verano se accede por dos puertas: una consiste en presentar el currículo y superar el proceso de selección y otra pasa por ganar el Certamen de Escritores Noveles, cuya entrega de premios se realizó ayer en el Ceulaj. Hasta el centro de Mollina ha llegado también Estefanía Aragón, gaditana de 19 años, que ha entregado a la imprenta Vacaciones con Violeta: «Aquí busco poder enriquecerme de mis profesores, pero también de mis compañeros. Estamos reunidos aquí más de 30 personas de edades más o menos parecidas a las que nos apasiona la literatura y eso es algo muy mágico... A uno no le gusta estar en un ambiente en el que a los demás no les gusta o no les interesa lo que haces». Y el resto responde a la reflexión de Estefanía con un aplauso espontáneo.
En este grupo son mayoría quienes se dedican a juntar letras en prosa, aunque también se reivindican los poetas. «Para mí la poesía es revolución... Tenemos el concepto de que la literatura es un libro, pero si, por ejemplo, te invito a mi casa, te leo un poema y eso te hace pensar, te deja en silencio durante unos segundos... Para mí eso también es literatura. Parece que pensar esta mal visto», remacha Antonio Acosta, almeriense de 17 años.
Eva Alcántara (14 años) no está muy de acuerdo con esa visión tan utópica. «He leído algunos poemas en mi clase y ha habido gente que se ha reído de mí...», lamenta. «Es que la sociedad no te lleva a que leas, te lleva a que pongas Telecinco», esgrime Sandra Vilches (16 años) que llega desde Úbeda. Otro poeta. Jairo Hernández (18 años), venezolano residente en Córdoba, mete baza: «Cuando empecéis a pensar por vosotros mismos estaréis más contentos... A mí lo que me gusta de la poesía, de la literatura en general, es que llegue el mensaje».
Se avecina una semana intensa a la luz del debate encendido al calor de la literatura. Y son ganas de calentarse, porque es la hora del almuerzo y afuera esperan 40 grados a la sombra. Demasiado, incluso, para las cigarras, que ahora callan.
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