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Francisco Griñán
Lunes, 6 de junio 2016, 00:23
Le gusta sentarse entre el público, pero no mira el espectáculo. Omás bien le interesa otro espectáculo. El de las caras de los niños que se ríen, hablan o abren los ojos cuando su Quijote es ordenado caballero de un espadazo en la cabeza o le declara su amor a Dulcinea. «Los pequeños se siguen asombrando y se meten en la historia porque la obra de Cervantes es una retrato del corazón y la mente humana», asegura Diego Guzmán, director y fundador de la compañía Acuario Teatro que ha querido revisitar el clásico de la literatura española cuando se cumplen 400 años de esta historia que arranca en algún lugar de la Mancha. Un cero menos es el tiempo que está a punto de cumplir sobre las tablas esta pionera formación malagueña, que camina hacia las cuatro décadas desde que a finales de los setenta, el visionario Guzmán viera teatro infantil donde otros veían público adulto. Como el hidalgo, atisbó gigantes donde Sancho divisaba molinos de viento. «Y efectivamente descubrimos un filón. ¡La de compañías que después se han reconvertido al teatro para niños!», afirma el director de Acuario.
Con una representación para escolares en el mismísimo teatro Cervantes el pasado martes, la compañía malagueña mezcló el argumento quijotesco con una de sus señas de identidad, el musical. «Lo estrenamos hace un mes y ya llevamos 16 funciones», anuncia Diego Guzmán, que despedirá el año cervantino sobre las tablas del propio teatro malagueño con una función abierta a todos los públicos el próximo 26 de diciembre. «Los niños reciben este Quijote como la historia de un antihéroe, que además está interpretado de forma sensacional por Miguel Ángel Martín, un actor alto, delgado, enjuto y con voz grave como el propio personaje», relata el director y adaptador de la obra que añade que el Sancho Panza de David Mena representa un «realismo casi chabacano» que sirve de intermediario entre el protagonista y el público.
«La clave está en respetar a los espectadores. A los niños hay que tratarlos como personas porque lo entienden todo», asegura Diego Guzmán, que ha visto continuidad en su saga familiar con su hija Marta que, junto a Cynthia García y Andrés Suárez, interpretan a otros 22 personajes en esta representación quijotesca.
No obstante, el público y la compañía han cambiado desde que en 1978 puso en escena su primer montaje, País de corazones, una adaptación libre de Un mundo feliz, de Aldous Huxley. «Entonces no había ordenadores ni teléfonos móviles y los efectos especiales del cine eran muy limitados, por lo que las representaciones de hoy día han evolucionado con respecto a aquellos orígenes», admite Guzmán, que destaca precisamente la importancia del hecho teatral y de la representación en vivo para los niños en esta sociedad en la que el contacto tiende a ser virtual.
De Bárcenas a Montoro
De sus comienzos, el director de Acuario guarda un recuerdo del maestro Miguel Pino y sus guiñoles, con el que compartió público y complicidades. Y de su trayectoria rememora el éxito de la adaptación de Pinocho, una obra que mostraba a personajes «mentirosos y ladinos cuyo destino final es convertirse en Barcenas». «Pero nosotros no damos discursos, sino que solo mostramos ese camino para que el espectador juzgue», señala Guzmán, que también ve ese reflejo de la realidad actual en Don Quijote y en el pasaje que Sancho Panza rechaza ser gobernador de la Ínsula de Barataria cuando afirma que «prefiere ser libre en lugar de someterse al dinero y la tontería».
Como el resto de su profesión, el fundador de Acuario Teatro ha visto desaparecer compañías con la crisis y por eso destaca el «esfuerzo de los teatreros que se han reinventado hoy día con microteatros, representaciones en azoteas, sótanos, bares...». Y como del pueblo ese de la Mancha, Guzmán no quiere ni acordarse del IVA cultural, el más alto de Europa. Por eso tira de ironía y adelanta que para su próxima obra va a crear un villano que se llame «Montoro» y que «se quedará con el 21% del pastel». Una tarta sobre la que esta compañía pondrá ya mismo 40 velas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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