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BARQUERITO
Lunes, 16 de mayo 2016, 00:59
Entró en sorteo una corrida completa pero desigual de Juan Pedro Domecq. Tres cinqueños abiertos en lotes distintos. Salvo un tercero justo de trapío, fue corrida armada. Pero salvo el primero, el de la confirmación de alternativa de Posada, fue también corrida de pobre aliento y menguadas fuerzas. Frágil pero aparatosa: la de mayor promedio de peso de lo que va de feria. Muchas carnes. Cara más que sobrada.
uLugar. Madrid. 10ª de San Isidro. Lleno. 24.000 almas. Primaveral. Dos horas y tres cuartos de función. El Rey Juan Carlos, con la infanta Elena y su hija Victoria Federica, en la meseta de toriles.
uGanadería. Cuatro toros de Juan Pedro Domecq, un segundo sobrero de José Luis Marca -quinto tris- y un tercer sobrero del Conde de Mayalde -sexto bis-.
uToreros. Alejandro Talavante, silencio en los dos. Roca Rey, ovación tras un aviso y silencio. Posada de Maravillas, que confirmó la alternativa, silencio tras un aviso y silencio.
Era argumento mayor la repetición y el reencuentro de Talavante y Roca Rey solo dos días después de su exhibición del viernes. Ambiente eléctrico, escorado del lado de Talavante, a quien nadie reprochó nada. Ni siquiera su poca decisión para atacar con la espada al cuarto. Y, de parte de una ruidosa minoría, exigencia desmesurada con Roca Rey, pero de Roca Rey fueron los grandes momentos de la corrida. Los hubo con los cuatro toros que tuvo que recibir y saludar. El tercero, protestado por terciado o liviano, fue el único que raspó los 500 kilos. Un quinto descaderado que acabó derrumbándose en el remate de un accidentado quite. Perdió pie el torero peruano, cayó inerme en la cara del toro y tuvo que salir del trance enrollado en la vieja croqueta. Un quinto bis del hierro de Juan Pedro, lavado y flacote, castigado con miaus de los toristas, claudicante tras solo una vara y al fin devuelto. Y un quinto tris del hierro de José Luis Marca, cinqueño, hondo como el que más, negro zaíno, muy ofensivo, puro trapío, imponente estampa.
Al sentirse exigido como figura principal del reparto, Roca Rey asumió papel protagonista. Una entereza más que llamativa. Desde su salida a quitar en el primer toro de Talavante -en los medios, intercalado tafalleras y caleserinas, remate de larga notable, runrún de los grandes- hasta el momento de echarse encima del toro de Marca con la espada en un segundo viaje de torero de valor. Talavante renunció a replicar en el primero quite y esa baza, menor, la ganó Roca Rey. Desafortunado el tercio de varas y moroso el de banderillas, Roca Rey toreó de capa por abajo pero solo en lances de brega. Talavante quitó discretamente: dos verónicas, y claudicó el toro. Vino entonces una faena de Roca Rey distinguida por su autoridad -el toro en la mano, gobierno del terreno, temple- y marcada por el ritmo muy cadencioso en tres tandas en redondo, enroscadas, de listeza para ligar y rehilar cuando le convino. A los veinte viajes estaba el toro molido, abierto de manos, rendido. Entre pitones se cruzó Roca Rey para sacar casi a tenaza muletazos con la zurda. No teniendo el toro sino ganas de pararse, se creó una tensión nada sencilla. La primera y única vez que Roca tiró un cambiado por la espalda más de alivio que de alarde, lo castigaron los exigentes. La mayoría subrayó con eco mayor los logros de la faena, que fue larga por tensa. Un aviso antes de la igualada. Dos pinchazos, una estocada sin puntilla. No quiso el torero limeño salir a saludar. Pero volvió a quitar en el segundo toro de Talavante. Quite mixto y redondo de chicuelinas y tafalleras, y media buena. Talavante tuvo la feliz idea de abreviar con ese cuarto toro, acapachado, grandullón, que fue de los de ir y venir rebrincado y sin una sola embestida de emoción. Con el primero de lote, que intencionadamente Talavante se dejó crudo de varas, abrió en distancia con una pedresina muy aparatosa y, firme, planteó enseguida faena en los medios, donde el toro, venido a menos, se resistió no poco, y le acabó costando un mundo.
Bronca
Así que al soltarse el quinto la cosa estaba para Roca Rey. Gigantón el quinto toro, que romaneó pero se repuchó en una primera vara. Como arrastraba una pata, surgió una bronca que parecía contra el toro pero rebotaba en el torero. Antes de cambiarse el tercio, y tras la segunda vara, Roca se fue a los medios, se plantó en ellos capote a la espalda, citó de largo y le pegó al toro por los dos pitones cuatro, cinco saltilleras de supino ajuste. Al rematar sobrevino la caída y casi cogida, el autoquite rodando y el derrumbe del toro. El quite se celebró como acontecimiento. Pañuelo verde, pero la ovación, la mayor de la tarde, fue de trueno. Al sobrero salió Roca a fijarlo en los medios capote a la espalda otra vez.
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