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Daniel Roldán
Sábado, 13 de febrero 2016, 07:33
Antes de que el pequeño emirato de Catar, del tamaño de Murcia, se abriera al mundo gracias al fútbol, el motociclismo e innumerables campeonatos deportivos de todo tipo; que universidades de todo el mundo instalasen campus allí o que Al Jazeera informara al mundo con ojos no occidentales, la familia real comenzó a ser una de las más importantes coleccionistas de arte del mundo. En los ochenta, se aventuró en la compra de artistas locales y del golfo Pérsico; en los noventa, amplío a pintores y escultores árabes gracias al impulso del jeque Hassan. En esa época, nació el Mathaf, el Museo Árabe de Arte Moderno de Doha, que durante una década (1994-2004) se mantuvo como una colección privada. Después comenzó a abrirse al mundo, poco a poco. Ahora, la jequesa Al Mayassa bint Hamad bin Khalifa Al Thani, de 31 años, es la miembro de la casa real que se ha propuesto situar Doha como una capital del arte a la altura de París y Nueva York.
Muchas, algunas malas, lenguas aseguran que fue ella la que ha desembolsado millones de récord para adquirir cuadros de Cezanne, Gauguin, Hirst, Koons, Bacon o Warhol. Algunas de las compras fueron confirmadas por Qatar Museums Authority -la entidad que engloba a los museos del país-; de otras, no se dijo nada. Pero fueron evidentes pruebas de que la casa real catarí iba en serio. Ahora, solo faltaba que una pequeña parte de su vasta colección -unas 9.000 piezas- se expusieran por el mundo.
La Fundación Banco Santander ha conseguido que más de 160 obras lleguen a su sede madrileña. La exposición Looking at the World Around You. Contemporary Works from Qatar Museums muestra desde hoy y hasta el 19 de junio la mirada de 34 artistas procedentes en su mayoría de Marruecos, Egipto, Líbano, Argelia, Irak, Kuwait o Catar, además de artistas relacionados con el mundo árabe, como es el caso de los chinos Yan Pei-Ming y Cai Guo-Qiang, o René Magritte, que con su Sherezade enseña su visión del misterioso Oriente.
Un desembarco que empezó a fraguarse hace dos años, cuando Paloma Botín se entrevistó en Doha con la jequesa, según desveló el comisario de la exposición Abdellah Karroum. "Es una selección de obras que no está organizada alrededor de un tema, sino que incluye todas las formas políticas y todas las formas de expresión", explicó durante la presentación. "Es una invitación a volver a mirar con ojos limpios; una invitación, en suma, a repensar la relación entre las historias y comprender el mundo actual", declaró. Obras que pueden herir sensibilidades a países vecinos, como Suspendidas juntas de Manal AlDowayan: un grupo de palomas que llevan impresas los permisos que necesitan las mujeres saudíes para poder salir del país; o la obra del franco-chino Yan Pei-Ming Primavera Invierno Verano Otoño: identidad de la modernidad, donde aparecen 44 retratos de intelectuales o artistas que tienen la capacidad de influir en la comunidad árabe; o Wael Shawky, que muestra en un vídeo la otra visión de las cruzadas. El egipcio Chant Avedissian, por su parte, enseña el lenguaje de las vallas publicitarias y su poder para reflejar cambios sociales.
La exposición recuerda a las grandes pintoras árabes, como las libanesas Etel Adnan o Saloua Raouda Choucair -pionera del arte abstracto de su país-, la argelina Baya Mahieddine -André Breton la designó a los 16 años como pintora del surrealismo- o la egipcia Inji Efflatoum y diferentes experimentos técnicos. Farid Belkahira usa en su obra Trance henna y tintes propios marroquíes, mientras que el egipcio Adam Henein se decanta por los motivos locales. En cambio, el tunecino Nja Mahdaoui y el catarí Yousef Ahmad se adentran en diferentes juegos con la caligrafía. También hay sitio para los artistas exiliados que encontraron en Doha su hogar, como los iraquíes Dia Azzawi e Ismail Fattah, que toma la condición humana como eje de sus obra, o el kuwaití Sami Mohammad, pionero de la escultura en su país. Un conjunto artístico que demuestra «otra visión del mundo y la transformación del mundo árabe», según recalcó Borja Baselga, director gerente de la fundación. Como las cien bombonas de gas que evoca a la primavera árabe de la egipcia Amal Kenawy o las fotografías de Shirin Neshat sobre al situación de su país. También hay obras encargadas por el Mathaf, como los Noventa y nueve caballos de Cai Guo-Qiang, que en 18 metros de obra enlaza el mundo chino con la cultura del golfo Pérsico.
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